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La molienda del líder – La Gran Aldea

La molienda del líder – La Gran Aldea

Con 25 años de Revolución Bolivariana a cuestas, ya está probado el método de represión selectiva, cuya síntesis  pudiera  expresarse  en  la molienda del líder. Es el núcleo de la franquicia castrista: descabezar todo intento de oposición real a su sistema de dominio. A medida que los líderes opositores van caducando, el puñado de agentes estelares de la destrucción, engordan, fagocitan, envejecen y se reproducen en la endogamia del poder despótico venezolano. 

Nuestra sociedad, de manera deliberada o inconsciente, ha prestado las aspas al molino.  No obstante, la larga lista de hombres y mujeres que han persistido en enfrentar la tiranía, incluso a riesgo de sus vidas, representan en esencia lo poco que nos permite afirmar   “Venezuela no es Cuba”. Debería ser reconfortante contar con líderes y millones de seguidores dispuestos a continuar  luchando sin invocar la lástima del mundo pero sí, nuestro derecho a ser libres.  

Cabe preguntarse, ¿por qué ha sido tan eficiente esa máquina trituradora? ¿Existe una debilidad intrínseca que permite al régimen moler a los líderes hasta volverlos  detritos? Y más aún, ¿hasta qué punto la sociedad venezolana participa del aquelarre demoledor que termina descabezando la resistencia a la opresión? Nos aventuramos en algunas respuestas:

Los pecadillos de origen 

Tal vez se podría empezar en el Golpe Adeco del 45 admitido como pecado original. Y cuando ya pocos se dedicaban a la caza de máculas históricas,  saltó a la escena un militar golpista que arribó al poder por medios eleccionarios. Nuevamente un zorro con inapetencia por las gallinas, otra vez la sombra de Don Laureano y su Cesarismo,  agregando leña al fuego de la “genética democrática”.  Entre tanto, las élites del momento serruchaban el tronco principal del famoso árbol de la libertad, sin percatarse que pendían de sus ramas.  La sociedad venezolana  parecía dividida en tres toletes: 

a.- Los practicantes del pecadillo de la complicidad, quienes tendieron la alfombra roja y se entregaron sin censuras, al festín populista del momento inspirados en el militarismo. 

b.-Los aquiescentes e indiferentes, ocupados esencialmente en preservar su zona de confort, a veces despreocupados pues “nuestra cultura democrática” nos hace inmunes  ante cualquier sarampión revolucionario. Algo obviaron: para este momento el Pacto de Puntofijo y el Espíritu del 23 de enero eran perros muertos a la vera del camino. 

c.-La amplísima legión de los aplaudidores, quienes sin amagos de pudor, estuvieron dispuestos al aplauso con desenfreno de cualquier estornudo producido por el amado líder. Cuando la polvareda populista empezó a dispersarse y el viejo militarismo empezó a mutar,  las élites despertaron de su borrachera, entonces decidieron corregir los pecados con más pecado.Esto significó el Carmonazo, un modo de enmendar el entuerto. Pero la abuela parió morochos y a partir de abril del 2002, se produjo una metamorfosis kafkiana que habría de marcar el futuro de la política venezolana. Esto se plasmó en la ampliación de la brecha dentro del liderazgo opositor formada por los monjes de la democracia, más preocupados por reafirmar su pureza que por enfrentar a la bestia que habían contribuido a formar.  Y  los radicales,  dispuestos a transitar caminos heterodoxos, voluntaristas pero sin tener claro el verdadero talante del enemigo a enfrentar. 

El Carmonazo resultó letal para la causa democrática pues impulsó el triunfo de la narrativa victimista de “la revolución popular asediada por el Imperio y sus lacayos”. La metamorfosis se expresó en:

– Los golpistas originarios, los  auténticos, ahora serían  cruzados defensores de la democracia, verdadera y protagónica. El dicterio “golpista” fue usado como mandarria para demoler toda forma de oposición real mientras se perfilaba una oposición avergonzada por el último  pecado.

– Buena parte del liderazgo compró el relato victimista sin percatarse de la aproximación del militarismo con el castrismo.  Este relato resultaba ideal para frenar a  los resabiados del mundo militar, inconformes con el desmantelamiento institucional, pero neutralizados por el trauma moral que entregaba toda legitimidad al proceso en curso.

-Se impuso el correctismo político, tan de moda como útil a las tiranías.  Con ese collar de bolas criollas en el cuello,  se lanzaron a las cristalinas aguas del mantra: toda solución debe ser constitucional, electoral, democrática, pacífica y  bañada en agua bendita. Es la auto flagelación usada por las élites para expiar sus culpas.

– El éxito del discurso antigolpista, se añadió al otro, al de “las cúpulas podridas del puntofijismo”.  La República Democrática Liberal  quedó en cueros al admitirse que su defensa debe hacerse  prescindiendo de la fuerza. Mientras los avispados castristas atizaban la legendaria desconfianza entre civiles y militares y pregonaban  su revolución pacífica pero armada.

– La  oposición convirtió la práctica política en un duelo moral.  La hipocresía de esta postura se hizo visible en la pretendida búsqueda de un líder perfecto. Un ángel de la política  incapaz de irritar la delicada piel de los revolucionarios, pero capaz de gestionar  el permiso sanitario que nos regresara al glorioso pasado democrático. Con esta narrativa triunfante el molino castrista aceitaba sus engranajes. El casting para seleccionar el liderazgo  opositor estaba regido  por normas  impuestas por el propio castrismo. 

La molienda del liderazgo se aseguró desde muy temprano, no sólo por el éxito discursivo del castrismo mimetizado, sino que además no se produjo la caracterización adecuada  del enemigo a vencer. El uso de la palabra enemigo es de absoluta pertinencia pues el castrismo  es abrazado por quienes conciben  la guerra comocontinuación de la política  por otros medios (Clausewitz). El mimetismo del castrismo en el chavismo introdujo la ambigüedad necesaria para alimentar la división y la traición entre opositores.  Además de existir en Venezuela una vieja clientela que siempre suspiró por la barba de Fidel Castro.

Al no caracterizarse adecuadamente al enemigo que nos declaró la guerra, el liderazgo opositor quedó amarrado a la institucionalidad mimetizada, indispuesta para admitir acciones no controladas.  Pero  la efectividad de la acción política se mide siempre por resultados. Con las amarras autoimpuestas el resultado no puede ser otro que la acumulación de fracasos o breves victorias convertidas pronto en fracasos.   Improbable vencer a un adversario desconociendo o negando la naturaleza de lo que se enfrenta. 

La sucesión de fracasos  arrojó como productos  de utilidad para  el castrismo:

a.-La desesperanza, lo que incluye la credibilidad en el voto como opción para el cambio.

b.-Un liderazgo opositor demolido.

c.-Reforzó el mito de un régimen invencible.

e.-Estimuló el éxodo.

f.- Estimuló el supuesto realismo y pragmatismo de los cohabitadores.  

El año 2023 sorprende al país con una dirigencia política buscando la normalización de la tiranía para sobrevivir,  justo cuando se hace plenamente evidente la naturaleza criminal del régimen. Las dudas sólo sirven para alimentar una ficción de normalidad. Una buena parte de la sociedad al fin entendió que no volverá la democracia si no nos tomamos en serio la lucha por la libertad. 

En esas condiciones y contra todo pronóstico, se logró culminar exitosamente el proceso de elecciones primarias. La maquinaria trituradora se activó de inmediato para convertir la victoria en fracaso a partir de:

a.-El estéril debate sobre si se había escogido una candidata o una líder. Hasta lo obvio sirve de trinchera a la hora de prestar el molino. 

b.-La  discusión abierta  en torno a un plan B para complacer los deseos de Maduro, sin siquiera exigir un cronograma electoral. 

c.- La visibilidad de los demócratas unitarios con fecha de caducidad: “soy demócrata y estoy con la unidad hasta que mi candidato pierde las primarias”. 

d.- El ejercicio buitre de la política: esperar se concrete la inhabilitación para lanzarse  en procura de los sobrados que deje el régimen. 

Estos aspectos dejan perfectamente claro que la molienda contra el líder, (en este caso la líder) funciona compaginando las miserias de un sector opositor con el desenfreno del régimen. 

María Corina Machado viene confrontando al sistema desde los tiempos del pecado arriba descrito.  Formó parte del radicalismo voluntarista que terminó por acertar al caracterizar el régimen que destruye al país. Sus fracasos anteriores quedan sepultados por los errores, inconsistencias y corrupción de sus adversarios. Pero también está demostrando virtudes deseables en un líder:

a.-Tiene la persistencia de un cuchillo de palo. Alguna vez Woody Allen dijo: “el 80% del éxito se basa simplemente en insistir”.

b.- Ha demostrado probidad.  Un valor muy estimable en una sociedad con carcoma moral.

c.-La coherencia discursiva con valentía, focalizada  en destacar la catadura del régimen y la necesidad de liberar al país para poder reconstruirlo.

d.- Ha logrado conexión emocional con los sectores más golpeados por la crisis, factor esencial para impulsar la movilización. Aunque  para las élites progresistas esto exhibe una versión femenina de Chávez.  Lamentarán no contar con un líder nórdico.   

e.- Aprendió de sus errores y ha logrado proyectar una imagen de mayor madurez con capacidad para tender los puentes y negociar sin abandonar los principios.

f.- Reivindica la importancia de acumular fuerza ciudadana y apoyo internacional, sin lo cual  no se puede doblegar a un enemigo sin escrúpulos. 

En fin, cuando ya no valen dudas sobre el talante del régimen, cuando tenemos a Cuba como espejo; contar con una líder dispuesta a luchar por la libertad,  ¡debería ser una buena noticia! Sabemos  que eso no es  suficiente para salir del hoyo.  Pero la sociedad venezolana, responsable de su propia ruina, debería tomar en serio un dilema obviamente existencial: o hacemos un bloque sólido a favor de la libertad, o aportamos nuestro silencio y complicidad para que siga la molienda. 

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.

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