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Chavismo y el fin del patriotismo instrumentalizado

Chavismo y el fin del patriotismo instrumentalizado

El sainete del Esequibo se ha convertido en la más clara demostración del resquebrajamiento ideológico dentro del chavismo. Se intentó crear una narrativa preñada de patriotismo pero en realidad resultó una épica de papel mojado, adecuada para el reciclaje ideológico. La soledad de los centros de votación provocó la invocación de un milagro. Con el tema del Esequibo, Nicolás Maduro pretendió superar al Nazareno multiplicando los votos en proporciones mayores a las alcanzadas por Jesús al multiplicar el pescado.

Pero el “milagro” electoral no dio los frutos esperados. Falló la vieja fórmula de los pícaros enunciada por Arturo Pérez-Reverte: “El más eficaz aliado de los sinvergüenzas siempre fueron los enjambres de tontos que hacen el trabajo sucio…”.1 Esto, traducido al contexto venezolano de hoy, significa que los patriotas cooperantes no cumplieron las órdenes emanadas desde el cenáculo chavista, y si lo intentaron, fracasaron. Tres aspectos que podrían estar involucrados en este fracaso son los siguientes:

a. La agonía del patriotismo instrumentalizado

Para no complicar las cosas, partimos de una noción muy simple de patriotismo aportada  por el Diccionario de la Real Academia Española (RAE). Lo define como Amor a la patria. Entendiendo por tal a la “tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano…”. Tras los espasmos iniciales del revanchismo revolucionario, la movilización de los patriotas pronto reclamó “premiar el esfuerzo y la lealtad”. Nada nuevo en un país rentista con historial de abuso en el manejo de la cosa pública.

“En esta reclamación, Venezuela no podría estar peor representada. Pero el fracaso del patriotismo victimista arrastra consigo al país entero”

Para el chavismo blanco y una parte de la clase media rebelde, los presupuestos nacionales, regionales y locales se convirtieron en cornucopia. Obras públicas, empresas de maletín, expropiaciones, cooperativas y Cadivi, alimentaron el fervor patriótico en los tiempos de la abundancia. El chavismo desdentado también recibió lo suyo. Mercal, PDVAL, las Misiones, las pensiones apresuradas, los bonos de guerra, el hallaquero, el de la mujer preñada, y muchos otros, sirvieron para alimentar las fantasías patrióticas inspiradas en el tiramealguismo.

El sistema de dominio se instrumentalizó con el reparto clientelar. El patriotismo tiró su anclaje en las prebendas, y luego éstas han sido usadas para extorsionar. El amor por la patria del chavismo, visto de modo descarnado, apenas logró dibujarse como amor por los cobres.    

El empeño puesto en la liberación del diplomático gorgojero podría estar relacionado con la esperanza de reactivar el reparto patriótico de las migajas, aunque esto implique la utilización de cifras astronómicas, difíciles de manejar aún sin las sanciones. La condición agónica del patriotismo instrumentalizado, deja a la dictadura en cueros: con la represión y el fraude descarado como únicos recursos para mantener el control del poder.

b. El patriotismo extraviado

El patriotismo, asumido como el amor por la “tierra natal o adoptiva, organizada como nación”, permite trazar una escala estimativa que históricamente partió desde lo local hacia lo nacional, de lo concreto (el lugar de nacimiento) a lo abstracto (la nación y sus reglas para la convivencia). La modernidad política venezolana, como en otros lugares, debió vencer los localismos y regionalismos, para hacer que la escala de afectos empiece por la venezolanidad; es decir, de lo abstracto (la nación-Estado) a lo concreto (el terruño, el pueblo, la localidad, la ciudad).

Todavía en la segunda mitad del siglo XIX no se había configurado el patriotismo atado a la nación, tal como se desprende del poema Vuelta a la Patria de Juan Antonio Pérez Bonalde, expresando su amor por la localidad:

¡Caracas allí está; sus techos rojos,
su blanca torre, sus azules lomas,
y sus bandas de tímidas palomas
hacen nublar de lágrimas mis ojos!

Con el chavismo se retrocedió más allá del localismo hasta rayar en el tribalismo. Y es que la escala afectiva del patriota revolucionario empieza por la fidelidad al caudillo vocinglero, como se usa en los escombros de las Fuerzas Armadas. Luego se impuso la fidelidad al servicio del heredero del bigote, para aterrizar en una UBCH, un consejo comunal o algún colectivo que represente la causa revolucionaria. El amor a la patria resultó tan concreto que no dejó espacio a la imaginación y se puede dimensionar en dinero, empresas de lavado de activos, camionetas de alta gama o bolsas de comida.

Si alguna vez existió algo parecido al nacionalismo venezolano, seguramente tuvo como eje central a Simón Bolívar y el bolivarianismo como factores de identidad que empujaron hacia la unidad nacional. Pero la revolución chavista expropia tales factores unitarios para convertirlos en el combustible ideológico de su proyecto político. Salta a la vista el patriotismo extraviadoexpresado como oxímoron: Con el pretexto del Esequibo, invocan la unidad nacionalque desde el principio se empeñaron en disolver.

c. El patriotismo victimista

El victimismo patriótico chavista parte de un Bolívar que muere traicionado por las oligarquías apátridas, abandonado, empobrecido al punto de requerir una camisa prestada para ser enterrado. Este redentor muere “envenenado” por el pérfido Francisco de Paula Santander, dejando una misión inconclusa: la verdadera independencia latinoamericana.

Pero Bolívar reencarna en un militar con aspiraciones de líder intergaláctico quien ofrece concluir la verdadera independencia pospuesta desde 1830. Ya los cubanos habrían adelantado bastante con su propia victimización frente al coloso imperialista del norte. La reencarnación no tuvo ningún problema para mostrarse, obviamente, anticolonialista y antiimperialista. Con los recursos del boom petrolero más caudaloso de nuestra historia, el padre de la patria versión 2.0 emprende su nueva campaña admirable. 

La supuesta voracidad norteña atraída por el petróleo venezolano, aseguró el anclaje ideológico del victimismo patriótico chavista en el plano mundial. Con el apoyo cubano y el reparto de petróleo a las ex colonias caribeñas (también víctimas), se procuró asegurar el brillo interestelar del gran líder. Y así, gracias al reencarnado, ejerciendo su megalomanía, repartiendo lo que no fue suyo, se tropezó con Guyana. A ésta le correspondió su parte en el reparto por ser víctima del colonialismo.

Ahora el victimismo patriótico chavista está condenado a fracasar, y no por falta de víctimas de su gran capacidad destructiva. El fracaso se deriva de la notoriedad de su talante destructor, mafioso, derrochador, tramposo, violador de los Derechos Humanos. Guyana, en cambio, es un pequeño país pobre. Su territorio apenas bordea un tercio de la zona en reclamación, ex colonia, con mayoría de población negra y mestiza. Para la hipocresía diplomática, reúne los requisitos para conmover victimizándose.

Guyana tiene el perfil de la víctima, recordemos a Daniele Giglioli: “La víctima es el héroe de nuestro tiempo. Ser víctima otorga prestigio, exige escucha, promete y fomenta reconocimiento, activa un potente generador de identidad, de derecho, de autoestima. Inmuniza contra cualquier crítica, garantiza la inocencia más allá de toda duda razonable”.2 En esta reclamación, Venezuela no podría estar peor representada. Pero el fracaso del patriotismo victimista arrastra consigo al país entero. La recuperación del Esequibo requiere la liberación de Venezuela.


(1)Tomado de El Mercurio. Cuenca/14-03-2018.
(2)Daniele Giglioli, Crítica de la Víctima – Herder, 2017.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.

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