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 Farruco no quiere nada con La Gran Aldea: «Estoy en las antípodas»

 Farruco no quiere nada con La Gran Aldea: «Estoy en las antípodas»

Francisco de Asís Sesto Novás -Farruco, nombre de casa y de batalla- está en verdad en Vigo, donde nació hace 80 años.  La ciudad más poblada de Galicia está llena de subidas y bajadas, de astilleros, el puerto bulle de actividad y cerca del estadio de Balaídos, donde juega el centenario Celta, se aloja la fábrica de coches de la multinacional Stellantis que representa el 30% de las exportaciones de esta autonomía, en la que persisten también antiguos sueños de autodeterminación. Vigo es un asiento industrial y capitalista con vista al mar, y olor y sabor de mar, gobernado desde hace 17 años por el singular alcalde socialista Abel Caballero

El ex multi ministro de los tiempos de Hugo Chávez acude cada mañana al consulado venezolano de la rúa Velásquez Moreno de esta urbe marinera en su rango de cónsul de primera, tercero o cuarto en el escalafón. No es un empleado local. Disfruta de la credencial de diplomático criollo. Quizás por ese carácter -cortesía, habilidad, sagacidad, incluso disimulo, ayuda la RAE- Farruco responde correos de intenciones periodísticas.

– Molesto su atención, para plantearle la posibilidad de realizarle una entrevista para el portal La Gran Aldea. Mi interés es hablar con usted sobre el proceso bolivariano y sobre su participación en él, escribí y envié.

– La verdad es que no entiendo porque te diriges a mí para pedirme una entrevista. Te lo digo, porque, humanamente hablando, y en términos éticos y políticos, estoy en la antípodas de lo que La Gran Aldea representa. Un lugar como ese no es mi lugar, respondió.

De perfil, mirando a la izquierda

Me imaginé que una charla con Farruco pudiera abordar -además de los dichos y diretes sobre sus gestiones ministeriales- su afincada condición de revolucionario. Sobre esa fe de carbonario que le hace escribir en su blog «tener la ideología socialista conformada hasta en los huesos, en los nervios, en el alma, en el hígado, en las entrañas, somos socialistas, somos revolucionarios». O, con palabras de su añorado comandante, ser cada vez más «de izquierda más radical, más a la izquierda, a la izquierda, a la izquierda».

¿Importarán los resultados? ¿Será consistente, sincero y hondo e inequívoco, tanto compromiso? En fin, no hay entrevista, pero sí la semblanza de este hombre que ocupó altos cargos -varios a la vez- en la «revolución bolivariana». 

Presidente del Instituto de Patrimonio Cultural de Venezuela, Director General de Ordenamiento Urbanístico en el Ministerio de Desarrollo Urbano, Presidente del Consejo Nacional de la Cultura, Ministro del Popular Popular para la Cultura, Ministro del Poder Popular para la Vivienda y Hábitat, Ministro de Estado para la Transformación Revolucionaria de la Gran Caracas, Presidente de la Oficina Presidencial de Planes y Proyectos Especiales, Vicepresidente del Instituto de Altos Estudios del Pensamiento del Comandante Chávez. 

Arquitecto, escritor, poeta, compositor, profesor jubilado de Diseño Arquitectónico de la UCV, profesor de la Escuela Venezolana de Planificación, Premio Nacional de Arquitectura. Exmilitante de la Causa R, exmilitante de Patria Para Todos (PPT). Militante del Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv). Pero, ¿cómo es él?, ¿en qué lugar se enamoró con tanto fervor de esa «revolución» de la que sigue siendo un funcionario puntual y bien remunerado?

A Farruco le gusta, entre otras cosas, aparecer en los medios (no los de las antípodas), como en la Radio Exterior de España donde es presentado como un gallego nacionalista de izquierda y chavista, alérgico a esas publicaciones dominicales de la gran prensa manipuladora. Él es la otra España, dice el narrador. Incorregible y con una trayectoria sin retorno. 

Criado en una familia común, católica, que se volvería antifranquista con el alzamiento del caudillo en 1936; el padre, Xosé Sesto López, abogado y «extraordinario dibujante» -dice el hijo-, fue alumno de Castelao, símbolo del galleguismo, con quien logró intimar y hasta heredar unos pinceles, emigró a Venezuela en 1955, donde fue docente de la Escuela de Artes Plásticas Cristóbal Rojas. La madre, María Rosario Novás, «rebelde con lo que la rodeaba» – destaca el hijo-, fue una maestra que se negó a retirar el Cristo de las aulas en tiempos republicanos y también, luego, se opuso a instruir en la formación del «espíritu nacional» de los vencedores de la terrible guerra civil. En 1962, junto con Farruco y varios de sus hermanos, llegó a Caracas para la reunificación familiar.

Aquella dictadura quedó atrás pero lo que Farruco encuentra -según su mirada de la adultez, porque admite que entonces no era ni socialista, ni marxista- es una democracia que no es tal, “rodeada de pobreza que se encarama en los barrancos de las ciudades”. Cuenta en la entrevista radial citada que Marcos Pérez Jiménez -a quien no llama dictador- tenía en su cabeza un proyecto modernizador para Venezuela, que el 23 de enero el pueblo fue traicionado y los partidos “que se alternaron en el poder” secuestraron la política y favorecieron a una “burguesía parasitaria”. A la izquierda traicionada no le quedó más remedio que la lucha armada. “Era imposible no sensibilizarse ante tanta pobreza y contraste”, dice, aunque, se responde de inmediato: muchos inmigrantes “se dedicaron a hacer dinero”. Farruco tardó 11 años, sin embargo, en hacerse un militante revolucionario, cuando conoció a otra figura “mítica”: Alfredo Maneiro.

La Causa, la complacencia

Le agradecí a Farruco su pronta respuesta a mi petición y agregué un comentario:

-Lamento, solo por un instante, el infortunio de no llamarme Ramonet, otro nacido en Galicia (como él y como yo), para que mis entrevistas aparezcan en el canal del Estado venezolano. El de todos los venezolanos, como usted sabe.

– Durante los sesenta y dos años que llevo en Venezuela, siempre he sentido el apabullamiento grosero y abusador de los medios privados, ininterrumpidamente al servicio de los intereses que tú conoces bien. Saludos de nuevo. Corto y fuera.

En 1973 -Farruco estaba cerca o ya en los 30 años de edad- comenzó a militar en la Causa Radical -Causa R, la R al revés-. «Fue Alfredo Maneiro, que recién venía de haber comandado la guerrilla del Frente Manuel Ponte Rodríguez en el oriente de Venezuela, quien me cautivó para esa militancia revolucionaria», escribe en un texto del año pasado. Maneiro con más cercanía venía de romper casi en simultáneo con el Partido Comunista de Venezuela (PCV) y con su mayor desprendimiento el Movimiento Al Socialismo (MAS), a cuya reunión fundacional asistió en el Club de Ciegos de Monte Piedad, en el oeste de Caracas

«Ahí mismo renunció», recuerda un antiguo dirigente de la Causa, para quien aquella decisión de Maneiro significó el inicio de un proceso de evolución -truncado por su prematura muerte a los 45 años de edad, en 1982- para alejarse de la idea hueca y tradicional de la izquierda. No más izquierda, sino más bien lejos de ella, como la trayectoria política de su partido permite confirmar muy pronto, con el lanzamiento -fallido- de la candidatura presidencial de Jorge Olavarría en 1983. «Olavarría era un liberal clásico», apunta, un militante de la Causa que vivió aquellos azarosos días.

“Alfredo solía reaccionar con dureza ante quien lo adulaba pero por Farruco sentía predilección. Lo defendía de una manera impresionante”, cuenta el exdirigente causaerrista que apremiaba a Maneiro a desprenderse de uno de los dos caballos de su carreta, el que tiraba para la izquierda, mientras el otro quería prescindir de eso, de su fraseología, de los cantos de la nueva trova cubana, de Mercedes Sosa y de Atahualpa Yupanqui. “Tenía esa habilidad para complacer, para adelantarse a los deseos del líder, que luego perfeccionó con Chávez”, remata en relación con el que cabalgaba en el caballo zurdo.

Farruco era en esos tiempos de su primera militancia, e incluso desde antes, profesor de diseño en la Escuela de Arquitectura de la UCV, y pasó de puntillas -«fue una nulidad», le oyó el exdirigente a un afamado arquitecto- durante la renovación universitaria de finales de los años 60, que conmocionó a las casas superiores de educación pública en el país, como colofón de aquellas protestas estudiantiles, y sindicales, contra el consumismo -no confundir con comunismo-, el capitalismo, el imperialismo, el autoritarismo -y por la libertad de expresión-, que se esparcieron de París a Berkeley, además de varios países europeos y latinoamericanos.  

El rastro político de Farruco, anterior a su primera militancia política, aparece vinculado, por simpatías del padre, a la Unión del Pueblo Gallego -de filiación nacionalista y comunista- con presencia en el país, y al trato con románticas figuras del Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación (DRIL) -que juntaba a gallegos y portugueses en la lucha contra los dictadores Franco y Salazar-, como Jorge de Soutomaior, quien participó en 1961 en el célebre secuestro del trasatlántico portugués Santa María, que partió de La Guaira a fines de enero de aquel año con cerca de mil personas a bordo y fue un suceso mundial. «Era amigo de la casa», dice de Soutomaior, que había sido oficial de la marina española y de estrechas relaciones posteriores con el castrismo, quien tras el fracaso de la Operación Dulcinea -la del Santa María- regresó a Caracas donde murió en 1986.

En la Causa R Sesto llegó a la dirección nacional, creó La Casa del Agua Mansa -ubicada en la parte posterior de la Hermandad Gallega-, cuarta pata de la curiosa estructura de esa organización política que forjó núcleos -varias causas con autonomía- en enclaves estratégicos: lo sindical en Sidor, de donde surgieron Andrés Velásquez y Tello Benítez-; los barrios, con Pro Catia; lo estudiantil, con el PRAG; y lo cultural, con la Casa del Agua Mansa. “Era creativo para eso, para poner nombres, crear canciones”, le reconocen. Concibió también la identidad de la revista de la organización – La Letra R-, una publicación para el debate de ideas. 

Pero – lo califica el exdirigente- “era un dogmático, por lo menos dos veces fue de vacaciones a la Unión Soviética”. 

La simpatía, el ego y la plata

En La Casa del Agua Mansa lo conoció en algún momento, temprano de los años ochenta, un estudiante de Arquitectura que, hurgando en los recuerdos, suelta: «simpático no era». El joven fue delegado estudiantil y en tal condición asistió a la presentación de un trabajo de ascenso de Farruco. «Creo que se llamaba poesía en el espacio. Era un libro de poesía, bajo la idea de que la arquitectura podía ser cualquier cosa». A un profesor gallego de historia que lo escuchó durante la semana gallega de filosofía en 2014 – donde Sesto expuso los «gratificantes logros» de la revolución- le causó impresión su coherencia y sus dotes de comunicador. «Para mí -dijo entonces – hablar de Venezuela, es hablar de una revolución y hablar de Chávez». Impecable.

La presentación de Farruco en la jornada filosófica la hizo Xosé Luis Méndez Ferrín, expresidente de la Real Academia Gallega (RAG) -de la que Farruco es miembro-, quien en una declaración para el diario El País consignó que nuestro personaje es el «mayor poeta vivo de las letras gallegas». Otro gallego, muy atento a los asuntos políticos  y culturales a un lado y otro del Atlántico, advierte que Méndez Ferrín padece de un arraigado nacionalismo gallego, tanto que le agregó a las siglas de la Unión del Pueblo Gallego las letras lp: línea proletaria. 

En todo caso, Farruco tiene vara alta en instituciones y medios locales -que no deben estar en las antípodas- y un ego que no cabe en la pequeña oficina del consulado nacional en Vigo, según un exfuncionario local. Un ego, explica, que ante su ostracismo de las posiciones de poder, le llevó a tramitar, con la mano amiga del viejo compañero partidista Aristóbulo Istúriz el rango diplomático para su cargo de cuarto nivel consular.

¿Se enriqueció Farruco por sus servicios revolucionarios? En Vigo, cuentan, vive sin apuros. Apartamento propio en esa zona céntrica e histórica de la ciudad portuaria y próximo a la oficina, también un local comercial en activo junto con uno de sus hijos, una potente camioneta, y casas en Caracas y Mérida. «Su quinta de Santa Mónica la acomodó siendo ministro…se hizo rico», afirma el exdirigente de la Causa, aunque alguien que lo frecuentó en una época tanto en el despacho ministerial como en la vivienda recuerda que ésta estaba llena de cuadros y otras obras artísticas pero «nada ostentosa». Apreció, en cambio, a Sesto entregado al magnetismo de Chávez, «un ser mágico».

Un antiguo sindicalista de Guayana conserva una imagen de Sesto acelerado por estar en el poder: «quería llegar rápido a la revolución y ser ministro». Durante el período de Andrés Velásquez en la gobernación de Bolívar, Farruco tuvo a su cargo la remodelación del centro histórico de Ciudad Bolívar. «Su locura por el dinero era muy arrecha», confía un funcionario de entonces ante el que se quejaba cuando se retrasaba un pago.  

El entorno

Poderoso funcionario durante un largo período del proceso bolivariano, la gestión de Farruco Sesto quedó expuesta – nunca bajo averiguación oficial- en una extensa y documentada investigación que publicó El Mundo Economía y Negocios (Emen) en marzo de 2011 con la firma de la periodista Lisseth Boon, muy rebotada y que Teodoro Petkoff reconvirtió en una de sus notas editoriales en TalCual. 

La historia cuenta cómo el entonces presidente de la Oficina Presidencial de Planes y Proyectos Especiales (luego fundación y conocida por las siglas FOPPE) – a la vez  ministro para la Transformación Revolucionaria de la Gran Caracas, ministro de la Cultura y presidente encargado de la Fundación Teatro Teresa Carreño-, se rodeó de viejos amigos y socios como los hermanos Lucas y Carlos Pou Ruan, que formaron parte de la firma Sesto & Pou Consultores, para la asignación de obras emblemáticas desarrolladas bajo secretismo y sin que se conocieran procesos de licitación.  “En revolución no se licita” era una frase al uso, asoma un arquitecto que asesoró proyectos de la Misión Vivienda, en la que Farruco tuvo rol importante.

Por ejemplo, los arquitectos de La Villa del Cine, inaugurada en 2006 en Guarenas, muy próxima a Caracas, fueron los hermanos Pou. Farruco era ministro de Cultura y aquel, el proyecto estrella del despacho. No hubo licitación por tratarse de una obra artística, habría argumentado el ministro según la nota citada. Los Pou registraron en 2003 la empresa Pemegas CA, de la que formó parte durante cuatro años como accionista y director suplente Juan Luis Sesto, hermano mayor de Farruco.  Pemegas, según el Registro Nacional de Contratistas (RNC) suscribió contratos y servicios con Petróleos de Venezuela, los ministerios de Salud y Desarrollo Social, de Ambiente, de Infraestructura, Instituto Nacional de la Vivienda, Defensoría del Pueblo.

Lucas Pou fue luego el director de ejecución de obras de la FOPPE, a la que se le asignó la construcción del nuevo mausoleo de los restos de Simón Bolívar, del Foro Libertador, y también el Monumento 19 de Abril, un obelisco de 48 metros de altura en la plaza de San Jacinto, muy cerca de la casa natal del Libertador, de colores rojo y negro. La investigación de El Mundo constató que alrededor del levantamiento del Mausoleo no había una valla que indicara el nombre del contratista, ni la descripción de la obra, ni el monto en bolívares del contrato. Aunque no lo explicaba ningún cartel, para la obra se asignaron 119,5 millones de bolívares fuertes.

La investigación citada – bajo el título «Entorno de Farruco construye el Mausoleo para El Libertador» – llevó a Petkoff a llamar «pillastre de marca mayor» al presidente de la FOPPE y -dirigiéndose a Chávez, era aún 2011- decirle «¿Usted ni siquiera va a ordenar una averiguación? ¿Nada de esto le resulta sospechoso?».  Averiguación no hubo, aunque Chávez sustituyó a Sesto en mayo del ministerio de la Cultura pero siguió en el de la Transformación de la Gran Caracas hasta 2013.

Farruco respondió las acusaciones al día siguiente de aparecer la investigación de El Mundo, parte de un conglomerado comunicacional que no estaba, por cierto, en las antípodas del gobierno de Chávez. Fue en su blog personal. Allí escribió: «me siento muy orgulloso de que ahora Lucas haya aceptado trabajar conmigo en la Oficina Presidencial de Planes y Proyectos Especiales y de que estemos construyendo juntos, como parte de muchas otras tareas, el Mausoleo de Bolívar. La verdad es que en la OPPPE tenemos un extraordinario equipo (…) Es lo que algunos periodistas que intentan generar escándalo llaman “’el entorno de Farruco”. Si esa es la maldiciente acusación, no tengo inconveniente en aceptarla: en tal sentido, Lucas es mi entorno».

El intercambio de correos tuvo un episodio final:

–Aunque ya cortó, déjeme despedirme.

Los diarios y revistas privados, en los que he trabajado por 40 años, le ganan por goleada a los medios estatizados y a los comprados al servicio de la «revolución bolivariana». Es una pena que usted no quiera debatir sobre eso y otras cosas.

-¡Ah, pensé que era una solicitud de entrevista y no de un debate!  

Me acordé de las entrevistas de Ramonet.

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