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De fantasmas y fraudes amorosos

De fantasmas y fraudes amorosos

La mañana del 16 de agosto del año 2004, en azarosas circunstancias, debimos recorrer la ciudad de Caracas. La noche anterior los venezolanos casi no habíamos dormido esperando los resultados del referéndum que debió revocar el mandato de Hugo Chávez. El recorrido por las principales vías de la ciudad nos permitió observar sus calles desiertas, con imágenes de duelo que reforzaron la suspicacia frente a unos resultados difundidos durante la madrugada, tras una larguísima espera: Se produjo un cuadro de disonancia cognitiva paralizante, la emocionalidad de los venezolanos quedó atrapada por una duda razonable: los datos difundidos por el CNE no se correspondían ni con el fervor cívico desplegado el día anterior, ni con la creencia dominante en la derrota del chavismo.

Como en la cinematografía del horror, en lugares donde han ocurrido crímenes sin justicia para las víctimas, estos espacios se convierten en sitios de espanto. Allí se aparecen las almas impenitentes, negadas a permanecer en sus tumbas. Así ocurrió con el fantasma del fraude del 2004. Desanda los pasillos del CNE, deambula por las sala de totalización, se mimetiza entre el cablerío de las máquinas escrutadoras y hasta logra diluirse en algoritmos, para luego mostrarse y espantar cuando se invoca el espíritu de la democracia.

Y allí salta a la vista una lógica perversa, naturalizada en estos tiempos de la democracia reducida a mendrugos electorales: los sospechosos del crimen promovieron la existencia del duende para estimular la abstención conveniente. Y los opositores lo ridiculizan para no darle vida a un espantajo que ahuyente a los votantes. Así, quienes debieron interesarse en la verdad, la víctima del crimen, terminaron cooperando con los promotores del engaño. Surgió un abismo entre opositores defensores del sistema electoral y otros que se mantuvieron críticos. Esta división en torno a la fraudulencia del sistema recorre longitudinalmente el proceso político venezolano de las últimas décadas.

Hay dudas que matan. Y la ya referida fue una de esas, como gran contribución para liquidar la esperanza de la gente en el cambio político por vía electoral. ¿Y podría ser de otro modo, si se toma en cuenta la aquiescencia y desparpajo exhibido frente a los trucos de lotería, como el famoso «kino» de Chávez que otorgó el control del 97% de los escaños en la Asamblea Nacional Constituyente, habiendo obtenido el 52% de los votos?

Un gran logro para la tiranía fue convertir el asunto del fraude en un tema forense, tabú para las masas ignaras. La autopsia sin realizar fue avalada por la OEA, el Centro Carter y notables líderes de la oposición. Como Colón buscando recursos para demostrar la redondez de la Tierra entre terraplanistas, ilustres venezolanos se abocaron a buscar la verificación de la truculencia basada en los ¿números?

Se trataría de algún algoritmo aplicado por Nelson Merentes, director de Tecnología del Comando Maisanta y diseñador de un Mapa Electoral de Venezuela. El matemático que prestó su talento, junto a Ricardo Ríos, para la estafa de los kinos de Chávez, nuevamente apareció como la eminencia gris al servicio de la tramposería.

Mientras los académicos dedicados a probar el fraude, se convirtieron en personajes pestilentes. Repudiados por los opositores y burlados por el poder implantado. Fueron vistos como “profetas” escapados de un manicomio.

La tiranía siguió avanzando en su proceso de demolición institucional, apelando al fantasma y su casa de espanto, el CNE. En el 2015 el duende perdió la colcha utilizada para asustar. La oposición redescubre el agua tibia para auto flagelarse: ¡el sistema no es malo, los malos somos nosotros que no cuidamos las mesas de votación!

¿Quién podría imaginar que el antídoto contra el fraude se encuentra en el chorizo? Tardío descubrimiento pues para el momento, la gangrena fraudulenta se extiende hasta cualquier instancia que pueda contribuir con los fines de la tiranía. Especialmente el TSJ, capaz de generar jurisprudencia a partir de cualquier crimen electoral.

Como se le mire, no deja de ser paradójico que el ultra moderno sistema que nos costó millones de dólares y enriqueció de la noche al día a sus promotores, resultó padecer el catarro de las viejas matemáticas fenicias: el fraude se evita en las mesas aplicando operaciones básicas de suma o resta. Lo cual vuelve inoficioso defender el sistema por sus bondades informáticas, justo cuando ya la institución se ha convertido en casa de espanto. En buena medida, la credibilidad de María Corina Machado se funda en la promoción de la defensa del voto en cada mesa electoral, sin remilgos frente a la capacidad fraudulenta de la revolución.

Recapitular sobre lo ocurrido en el 2004 puede resultar muy útil para afrontar el reto del 28 de julio del corriente año. Si bien los criminales suelen volver a la escena del crimen, ¿será posible repetir con éxito, la disonancia cognitiva paralizante tras unos amorosos resultados anunciados a las tres de la madrugada mientras nos entregamos a Morfeo? ¿Qué otra cosa podría desear la tiranía con más ardor que paralizar al poderoso movimiento de cambio encabezado por una crítica del fraudulento sistema electoral?

Para producir el efecto paralizante asociado a la disonancia cognitiva, el fraude debe ser creíble o al menos debe soportar dudas razonables. Y para tal cosa, se deben suministrar datos mostrando una tendencia creciente e irreversible favorable a una victoria de Maduro. En el 2004 se sembró una matriz sustentada en los efectos de las misiones y el reparto ascendente de la renta petrolera. Los febriles deseos de quitarse las sanciones, perseguían repetir el efecto de aquel año. Las encuestas y los opinadores tarifados tienen un rol estelar en estos casos. Los fraudulentos procuran introducir dudas, mostrarnos que lo visto en las calles, el registro de la emoción colectiva no refleja la verdad.

En las relaciones tóxicas, (y en la política abundan), el fraudulento puede lograr que sus víctimas ignoren o rechacen cualquier evidencia concreta que ponga a prueba su lealtad. Y en ello radica su capacidad de dominio y su control sobre el seguidor o su víctima. Como la señora que descubre en plena acción al marido infiel. Al tomar el bate de béisbol, y ya para descargarlo sobre la mollera del infiel, este logra paralizarla con la consabida expresión: ¡Amor, no es lo que parece! ¡Te puedo explicar la verdad!

Si la agraviada padece los efectos narcóticos de “un gran amor”, hasta podría admitir la versión oficial del Don Juan según la cual, debió ofrecer los primeros auxilios a la vecina aquejada de una baja de tensión justo en la entrada de la casa.
¿…y por qué está en cueros?
-Porque sudó frío y empapo la ropa…¡la puse allí para secarla!

Pero Maduro no puede detener el batazo electoral en ciernes. Cuenta con la credibilidad y confianza que inspiran un dólar haitiano junto a una morocota de anime. Para intentar cambiar la imagen desastrosa de su gestión, han utilizado la Ley de Protección de las Pensiones, (Impuesto electoral), los bonos de guerra y las bolsas Clap. También pagan influencers, adulteran encuestas y encuestadoras. Su alianza con Fedecámaras, en lugar de favorecerles, ha potenciado la repulsa de los gremios y sindicatos. La extorsión que le procuró el control del voto de los empleados públicos, es desafiada desde adentro del Estado Electoral. Nada de esto ha dado los resultados esperados.

En dos platos, sin visos de legitimidad ni dominio ideológico, replicar a Carrasquero en modo Amoroso, expone al país a cualquier cosa, menos a una parálisis luctuosa como la vivida en el año 2004. El sentido común indica no intentarlo, pero la cabra siempre tira p´al monte. El fantasma ya no puede ayudar al régimen porque los venezolanos entendieron que hablar de fraude electoral en Venezuela es incurrir en un pleonasmo. La revolución bolivariana toda es un fraude, en cualquiera de los sentidos atribuidos al vocablo. Descubren el agua tibia quienes vaticinan un fraude el día 28 o la madrugada del 29.

Acá la novedad es la voluntad de los venezolanos dispuestos para enfrentar las múltiples expresiones de fraudulencia. En los días que faltan para llegar al 28 de julio, veremos los intentos desesperados de la tiranía y sus propagandistas por inhibir el voto opositor mediante narrativas de guerra sucia. Invocan ángeles y demonios, muertos y vivos. Y si llegamos ilesos al día eleccionario, aún habrá que enfrentar toda la bisutería fraudulenta ya conocida y legitimada por los cohabitadores. Los venezolanos estamos ante un reto convocatorio de las mejores energías que sea posible exhibir. Si triunfamos, daremos una lección al mundo, y éste tendrá que reconocernos como una especie portadora del virus de la libertad.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.

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