Postales postreras – La Gran Aldea
Macedonia del norte. Ya lo sabemos porque el fiscal lo ha dicho claramente. El hackeo del sistema electoral venezolano por parte de la oposición durante la transmisión de datos de las votaciones fue perpetrado desde allá.
No Macedonia del Sur. Ni de Ossetia del sur, sino del norte (del norte vienen todos los males capitalistas). Tampoco ocurrió desde Transnistria.
Así que como puede verse no voy a hablar de los resultados de la reciente elección presidencial porque todos, en todas las aceras de Venezuela y del mundo, los conocen. Porque además de que existen las actas en un archivo online para consultarlas bebiendo café, con calma y disfrute, creo que de todos modos las embajadas y consulados de otros países afincadas en Caracas tienen también sus propias encuestas, resultados, sondeos y veredictos. Así, de la misma manera, los gobiernos del mundo.
Voy a solidarizarme con Macedonia. Porque la República de Macedonia del Norte hasta hace poco seguramente no estaba familiarizada con el nombre Amoroso, ni con las siglas CNE, no tenía idea de tarjetones electorales, ni de captahuellas, ni mucho menos de la oposición fascista.
Y es que allá, en una esquina de esa Macedonia donde nació Alejo, el magno, y Filipo II su papá, no sabían del «comploc acsoluto».
Distinto hubiera sido si el hackeo se hubiera hecho desde Argentina, El Salvador, Chile. Porque la cercanía con nuestras noticias los hubiera puesto en alerta y en este momento sus diplomáticos estarían denunciando el atentado y en español, además.
Pero hombre, desde Macedonia del norte, quién se va a enterar de las declaraciones de Tarek William Saab? ¿Y en qué idioma?
Ojo, no hay Macedonia del Sur porque la República Socialista de Macedonia fue una de las partes constituyentes de la República Federal Socialista de Yugoslavia, hoy ya país independiente.
El Fiscal General de la República, Tarek William Saab, informó este lunes los avances preliminares de la investigación que se adelanta tras los ataques contra el sistema de transmisión de datos del Consejo Nacional Electoral (CNE), el domingo 28 de julio, en el contexto de las elecciones presidenciales.
Lo peor no es que la república de Macedonia del Norte quede tan lejos, sino que sus vecinos son Serbia y Kosovo, íntimos amigos de Putin.
Era mucho mejor ubicar el atentado en Rosario, o en Buenos Aires, allá donde Mi-lei es ley.
Pero dicen que fue desde Macedonia del norte. Y ¿si el sistema puede ser manipulado desde afuera, podría también ser alterado desde «adentro»? ¿Y entonces? ¿Qué pasó con el sistema más seguro del mundo?
Pobre Macedonia, mal puesta en las noticias y sin saber por qué.
Postdata. A última hora mientras esto escribo, Macedonia del Norte se ha enterado ya del hackeo que perpetró. Y manda este comunicado que tomo de la periodista Valentina Lares:
Comunicado de Macedonia del Norte: «En relación con las declaraciones de las autoridades de Venezuela de que durante las elecciones del 28 de julio ocurrieron supuestos ataques de hackeo de usuarios con direcciones IP de Macedonia, el Ministerio de Interior quiere informar:
Que hasta el momento no ha llegado ninguna información o petición relacionada con la situación mencionada por las autoridades de Venezuela para consecuentes investigaciones de nuestra parte(…)
Y que el ministerio subraya que aunque aparezcan direcciones IP en algún supuesto ataque eso no significa que su origen está en Macedonia».
El problema es que la acción de mentir, como suele llevar implícita la negación de la verdad de ciertos acontecimientos y acciones, comienza a exigir una nueva mentira para confirmar la primera. Pero más tarde que temprano, esa sola mentira que ha llevado a otra, lleva a otra, y a otra, y a otra hasta que la colmena de falsedades se desmorona por su propio peso.
Y ahora, Macedonia del Norte, como es normal, exige que se entreguen pruebas de que desde ese país se realizó un ataque informático sobre la elección presidencial de Venezuela. Ay, Macedonia.
Mensajes del más allá
Cuánto me fastidian los mensajes del más allá. Cuánto me aterroriza que los difuntos (políticos) se levanten de sus cómodos sarcófagos de seda y pontifiquen por las redes sobre la brega heroica -que lo es- de María Corina, Edmundo, et alii.
Cuánto me estorban quienes se adhieren al trabajo ajeno como una ventosa y no se dan cuenta de que sus opiniones ya poco importan, no son de fiar, y ya no lo serán.
Sepan que en ese thriller de zombies resucitados añado en la misma coreografía a los tirios -desde Miami o Madrid- y a los troyanos rojos que apoyaron a Hugo el muerto y a su heredero hasta hace quince minutos. Y es que desde la opulencia cambia el color del cristal con que se mira. Desde la holgura, desde la tranquilidad que da saber qué comerán mañana y en qué gimnasio tonificarán sus bíceps. (Menos uno que otro que lo invierte todo en tejido adiposo).
Siempre me queda la duda de si andan necesitados de más dinero, o de atención, de alguna pizca de poder o de ganas de volver a capitanear cualquier cosa. O extrañan la malta.
Aquí podría añadir a dos fantoches que no son ni tirios ni troyanos: al Zapatero con su monedero. Pasa que esos más que muertos son unos vivos que posan y bailan y sonríen al son que les toque la farsa por unos petrodólares (¿O narcodólares?) que por hacer el ridículo bien merecen la pena.
Abajo las estatuas es como abajo cadenas
El derribo de las estatuas de Hugo, para mí, es de las imágenes más impactantes de estos días. Casi tanto como el Trump redivivo con la bandera -the Stars and Stripes, Old Glory y the Star-Spangled Banner- de los 50 estados de la unión ondeando en el cielo.
Ver a un encapuchado martillándole la nariz al mamotreto, ver a unas turbas derribando esos muñecos, algunos, por cierto, monumentos al mal gusto, es una película que no imaginé presenciar tan vívidamente.
Como si fuera Sadam, que lo vi en los noticieros. Como si fuera Lenin, que lo vi colgando en aquella entrañable película alemana “Goodbye Lenin”.
O como si fuera en Libia, cuando los colosos con la figura de Muamar Khadafi fueron derribados en 2011. Las cabezas de las efigies eran mostradas como verdaderos trofeos de guerra. O como los armatostes de Ceausescu, que también lo pasaron por TV.
Por ahí vi en un video la cabeza de Hugo, la llevaban arrastrando por una calle mientras anochecía, metáfora de “esa noche oscura del alma”.
Que yo recuerde solo a otro Presidente venezolano se le sometió al escarnio de que le derribaran sus monumentos: Guzmán Blanco en 1877. Y luego también a la figura de un navegante, Cristóbal Colón (¿o fueron varias las de Colón?) cuando llegó Hugo Chávez a deshacerse de la historia.
Es de notar quiénes son, emblemáticamente, los prohombres que ameritan tantas estatuas, monumentos y lacayos. Los semiólogos deben tener tratados infinitos sobre las estatuas, su simbolismo, y su ruina.
Un solo país
Quien diga hoy que Venezuela es un país polarizado, miente. Ya no lo es. Tal vez desde hace más tiempo de lo que suponemos ya no lo es.
Venezuela vuelve a ser una sola, una misma. Y eso lo sé porque me he visto sudando hombro con hombro con hermanos venezolanos que nunca habían pisado las calles para protestar por nada. Con compatriotas en su primera vez. Y los he visto con el mismo deseo, con la misma indignación, y las mismas ganas de no dejarse timar más.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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