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Los valientes profesores que enseñan a los reclusos más peligrosos en la cárcel La Tramacua

Los valientes profesores que enseñan a los reclusos más peligrosos en la cárcel La Tramacua

Ricardo* es el profesor más veterano en La Tramacua. Pocos, como él, han durado diez años dictando clases a los presos condenados en esta cárcel de máxima seguridad idéntica a los penales gringos y que se encuentra abierta en Valledupar desde el año 2000.

En 2016 Ricardo llegó por primera vez a La Tramacua; su bienvenida la dio el grotesco espectáculo de presos defecando que luego tiraban sus heces mientras se peleaban por un vaso de agua a puño limpio. La escasez era absoluta, tenían agua quince minutos en la mañana y algunos minutos durante la noche. El olor fétido que se desprendía por los pasillos del penal era el peor castigo, pero contra todo pronóstico la clase del profesor Ricardo se convirtió en una bocanada de aire fresco para el lugar.

La primera regla que deben acatar los profesores es referirse a sus alumnos como Privados de la Libertad (PPL), preso o reo son palabras ilícitas. La cárcel tiene doce pabellones hechos de concreto que se vuelven sofocantes a medida que la capital del Cesar alcanza los 45 grados a las once de la mañana como una cortina de aire pesado y sudor espeso.

La Picota - Los profesores que dan clase a los presos más peligrosos en la cárcel La TramacuaLa bienvenida a la cárcel La Tramacua ubicada en la vía Valledupar-La Mesa

Las clases, tranquilidad en medio de tanta crueldad 

Asistir a clases es el plan favorito de los presos. Redimen horas: cuatro horas de clase por cuatro de condena. A una condena de ocho años, se le rebajaría un mes por año. No se les evalúa el desempeño solo se les exige la asistencia. Hay quienes llevan ocho años repitiendo el mismo grado escolar.

“Aquí entra el hombre, no el delito”. Es el mantra de profesores curtidos en La Tramacua como Ernesto*, les enseña a presos de séptimo y octavo de bachillerato. Se acostumbró a escuchar historias tan macabras como la de Pedro Pablo Sánchez, o Picachu, su nombre de guerra en las filas de Jorge 40. Era él, el primero que se ofrecía en las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), para picar los cuerpos de sus víctimas, de ahí su alias. La crueldad le salía de las entrañas, producto de un odio visceral hacia la guerrilla. Tenía 16 años, cuando él, un muchacho campesino ilusionado de casarse con su novia, cuando en las vísperas de entrar al altar, un guerrillero entró a la finca de su prometida, la violó y la mató.

Pedro Pablo Sánchez no descansó hasta encontrar al guerrillero. Lo amarró y en un potrero lo picó vivo. La sed de venganza lo encegueció y entre más fuertes eran los gritos más violentos se volvía. Con este acto de guerra se sumó a las filas de Jorge 40 con la obsesión de perseguir y picar guerrilleros vivos.

Historias como éstas resuenan en el Patio 10 donde están los presos que vienen del conflicto armado. Tienen derecho a asistir a las clases, no como los habitantes del Pabellón 12 a donde solo entran los guardias de seguridad.

Algunas clases las merodea un inquilino del Pabellón 12. Se trata de Luis Gregorio Ramírez Maestre, o el Monstruo de la Soga, quien amarraba a mototaxistas de pies y manos con nudos especiales para que murieran ahorcados por ellos mismos. Es el conserje autorizado de realizar el aseo y observa las clases sin soltar la escoba con la que barre sus pecados. Recobrará la libertad en 2032, por buen comportamiento.

La Tramacua - Los profesores que dan clase a los presos más peligrosos en la cárcel La TramacuaLa Tramacua - Los profesores que dan clase a los presos más peligrosos en la cárcel La TramacuaLuis Gregorio Ramírez amarraba a mototaxistas de pies y manos con nudos especiales para que murieran ahorcados por ellos mismos / Foto El Tiempo

Un hombre de 55 años a veces entra a una que otra clase, aún sin derecho a rebajar su pena; lo hace por pura distracción y olvidar por algún instante el asesinato, con sus propias manos, de su esposa. Él, al igual que los feminicidas y violadores de niños permanecen en el Pabellón 12.  En esa lista está Rafael Uribe Noguera  quien está custodiado por un batallón de guardias que solo lo sacan de su celda para llevarlo a citas médicas de rutina. Ha perdido veinte kilos y su apariencia de empresario se ha marchitado escondida detrás de un rostro huesudo, mirada perdida a quien todos ignoraran. Completa 9 años detenido por el asesinato de Yuliana Samboni.

 - Los profesores que dan clase a los presos más peligrosos en la cárcel La Tramacua - Los profesores que dan clase a los presos más peligrosos en la cárcel La TramacuaRafael Uribe Noguera lleva preso nueve años en La Tramacua

En La Tramacua los estudiantes no tienen pupitres, ni mesas como un colegio regular; las clases son en los patios rodeados de guardias durante la jornada de la mañana y de la tarde. Los presos esperan a los profesores con premura desde antes de su hora de llegada a las 8 de la mañana.

Los libros están prohibidos y no hay bibliotecas; el único libro permitido es la Biblia, así que los profesores escriben sobre un tablero acrílico y reparten fotocopias para las lecturas mientras que los alumnos pueden hacer apuntes en los cuadernos con lápices prestados para ser utilizados durante la clase. La memoria es la única herramienta con la que cuentan.  

Los profesores se apoyan en monitores, normalmente son presos que antes de ser condenados se dedicaban a sus carreras, hay cirujanos y hasta matemáticos, pero hay un monitor que fue profesor. Le dicen “El Profe” y lo tratan con respeto. En su anterior vida, daba clases en el José Eugenio Martínez, un tradicional colegio de Valledupar. Esta preso por haber tenido una relación con su sobrina política, una menor de edad.

El ritmo de unas clases hechas a la medida de los reclusos

Al primer ciclo, o curso, se le llama Alfa y está diseñado para enseñar a leer y escribir. Presos que rondan los 75 años, campesinos enredados en la guerra, reciben lecciones de motricidad para aprender a coger el lápiz. Como también alumnos que fueron reclutados por guerrilleros, paramilitares o muchachos como Kevin*, un sicario paisa de 29 años.

Cuando tenía 14 años le enseñaron cómo apretar el gatillo. Desde entonces mataba a cambio de unos pesos. Con un papá borrachín, se dedicó a trabajarle a los narcos de su comuna. En medio de una vuelta que salió mal, lo cogieron y terminó en una cárcel en El Poblado donde se escapó, pero no pasó mucho tiempo para que lo volvieran a detener. Terminó con un delito más: fuga de presos. Para él, su verdadera condena fue ser enviado a la infernal Tramacua donde nadie lo visita.

La Tramacua - Los profesores que dan clase a los presos más peligrosos en la cárcel La TramacuaLa Tramacua - Los profesores que dan clase a los presos más peligrosos en la cárcel La TramacuaEn La Tramacua el único libro permitido es la Sagrada Biblia

No falta la mamadera de gallo. En una ocasión, a la clase del profesor Víctor* solo llegaron tres presos. En medio del silencio y la temperatura, casi se queda dormido, pero un estudiante lo impidió, advirtiéndole que el preso que tenía al lado le decían la Motosierra mientras los tres presos soltaron una carcajada. Alias la Motosierra era un integrante de grupos paramilitares, conocido, como su nombre lo indica, por usar la motosierra contra sus campesinos que acusaba de ser guerrilleros.

¿Quién puede ser profesor en La Tramacua?

La Tramacua está ubicada en el kilómetro 3 en la vía de Valledupar y el municipio La Mesa, pero hay más presos “cachacos” que de la propia Costa. Para ser profesor de La Tramacua se necesita trabajar en colegios públicos, es un trabajo que se cumple como horas extras y al que se llega por azar. La Secretaria de Educación escoge las hojas de vida que cumplen con el perfil de maestro idóneo. No puede tener antecedentes, ni una multa de tránsito.

Hay pocas mujeres como profesoras en La Tramacua. De  Miriam* se enamoró un estudiante. Ella, madura y ya rosando la edad para pensionarse, se convirtió en el amor platónico de un preso de 39 años. No se perdía sus clases de inglés, era un estudiante ejemplar, no se ausentaba, se sentaba en primera fila y tenía las mejores calificaciones. Miriam llegó un día, como cualquier otro, a dictar su clase, pero en la entrada un guardia de seguridad al registrar su ingreso como de rutina le dijo “Profe me sale su cédula registrada para visita conyugal de un preso”.

Su mejor alumno se las ingenió para conseguir sus datos, desde el número de cedula hasta la dirección de su casa. Entró en pánico y reportó el caso. Ese fue el último año que aceptó ser profesora en La Tramacua. No es la única que ha huido, la profesora Omaira* solo duro menos de un mes.

Silvia* dicta clases en La Tramacua desde hace dos años. Reservada y discreta, asegura que sus días marchan sin prisa. El lunes es un día tranquilo, dicta clases en el patio 3 donde están los sindicados, los que están acusados de algún delito y no han sido condenado. Los martes la temperatura aumenta, Silvia dicta clases en el patio 7, el de los violadores, y el miércoles las clases son en el patio 9 donde les enseña a asesinos.

Los profesores evitan que la gente se entere de su trabajo en La Tramacua. Es un ingreso extra del que no hablan. Cada día manejan hasta esta cárcel de máxima seguridad a donde es inviable llegar sin tener moto o carro. Registran la placa de su vehículo en la planilla de seguridad, muestran su cedula mientras los requisan, pasan los sensores y se abre la puerta al infierno. Ellos son el contacto al mundo de estos presos que prefieren pasar el tiempo en un patio que hace salón de clases, que estar en una celda donde no corre el aire.

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