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La noche del 28 de julio y la del 25 de marzo

La noche del 28 de julio y la del 25 de marzo

Este proceso electoral ya tuvo un momento clave que terminó favoreciendo a la oposición. Una larga noche en la que -otra vez- parecía que el gobierno se salía con la suya, pero que, a diferencia la mayoría de ocasiones en estos 25 años, la mañana llegó con buenas noticias para los que queremos un cambio.

La noche del 25 de marzo el CNE cerró el período de inscripción de candidatos a la elección presidencial, sin permitirle a la Plataforma Unitaria (PU) inscribir a ningún abanderado. Se pudo registrar a Manuel Rosales por Un Nuevo Tiempo, sin el apoyo de María Corina Machado o la unidad, y plagado de controversias (justas o injustas) a su alrededor.

Maduro había matado la partida. Había acabado con el impulso de Machado, profundizaba las divisiones opositoras, y ahuyentaba a millones de votantes que, difícilmente, habrían apoyado a Rosales en julio. Y al mismo tiempo, podía venderle al mundo una elección mínimamente legítima: a pesar de todo, Rosales es gobernador del estado más grande del país, electo con el respaldo de la oposición, y sigue al frente de uno de los principales partidos de la PU.

Pero, algo pasó. Luego de vencido el plazo de inscripciones, el CNE anunció una extensión de 12 horas para el 26 de marzo, en la que la PU pudo inscribir, sin problemas, a Edmundo González Urrutia, como candidato temporal para “salvar” la tarjeta de la unidad, y mantener viva la ruta electoral.

¿Por qué el régimen aceptó extender el plazo y permitir un candidato de la unidad opositora? Sabemos que había esfuerzos diplomáticos de varios gobiernos, presiones externas e internas, influencia de históricos aliados, amenaza de sanciones, etc. Pero eso y más lo ha habido en varias ocasiones, y el chavismo ha preferido resistir antes que ceder. ¿Quién o quiénes decidieron ceder ante tales presiones en esta ocasión?

A pocas horas de la elección del 28 de julio, cuesta imaginar que Maduro y compañía aceptarán una derrota que, en condiciones mínimamente justas, luciría inevitable. Pero matar la elección habría sido mucho más fácil en marzo de lo que sería en julio. En el camino, pusieron innumerables obstáculos, pero no inhabilitaron a González Urrutia, ni ilegalizaron las tres tarjetas que lo apoyan, ni lo detuvieron a él o a Machado.

Pareciera haber una línea que algunos en la coalición de poder no quieren cruzar. Abusos ha habido muchos, y se multiplicarán el domingo. Pero puede que no sean suficientes para cambiar la masiva tendencia en favor del cambio. Puede ser que el cálculo de permitir las primarias, de abrirle la puerta a un candidato, de no inhabilitarlos a todos, termine fallando, y en la larga noche del 28 de julio, una o varias figuras influyentes dentro del régimen, decidan que es mejor transformarse en protagonistas de la transición, que atrincherarse con Maduro y todas las consecuencias que puedan venir. 

No hay que ser ilusos; puede que, llegada la hora, sí decidan cruzar todo tipo de líneas y aferrarse al poder por todos los años que puedan. Pero tampoco hay que ser ciegos; el chavismo se enfrenta a un reto distinto este domingo, en notable minoría y criticado desde todos los flancos. El cambio quizás no es probable, pero sin duda es posible.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.

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