La Creciente Relevancia de la Diáspora Venezolana: Desafíos y Oportunidades en la Lucha por los Derechos Migrantes
Como nación, hemos luchado por aceptar el hecho de que ahora somos un país migrante. En los últimos diez años, cruzar fronteras se ha convertido en una estrategia de supervivencia, permitiéndonos generar recursos para quienes permanecen en Venezuela y ayudándonos a seguir adelante con nuestros proyectos de vida. Esta transformación ha influido profundamente en nuestra forma de vivir y relacionarnos con nuestros seres queridos, así como en cómo nos percibimos a nosotros mismos como nación.
Hoy, ni la compleja emergencia humanitaria ni la masiva ola migratoria nos sorprenden. Durante la última década, nos hemos visto obligados a reorganizar socialmente nuestras familias, comunidades e identidades compartidas.
La comunidad democrática venezolana, tanto dentro como fuera del país, enfrenta grandes desafíos. El autoritarismo creciente del régimen de Maduro ahora se ve agravado por situaciones como la administración de Donald Trump en los Estados Unidos, que nos mostró que incluso países de segundo y tercer orden pueden violar directamente los derechos humanos de las poblaciones migrantes. Esto cuestiona si, en todo este tiempo, hemos desarrollado iniciativas organizativas que permitan a la diáspora, formal e informalmente, participar activamente en la defensa de los derechos de los migrantes y en la configuración del futuro político de Venezuela.
El reto de una diáspora dispersa
Entonces, ¿puede considerarse nuestro éxodo como una diáspora?
Una diáspora se define generalmente como la dispersión geográfica de un gran grupo de personas que comparten un origen territorial común, generalmente causado por un conflicto traumático. Los miembros de una diáspora suelen mantener lealtad a su patria, añorar el regreso y resistir la asimilación total en sus países anfitriones, lo que les permite formar y sostener comunidades con una identidad y un propósito compartidos.
Visto desde esta perspectiva, hablar de una diáspora venezolana tiene sentido. El colapso sistemático del país convirtió la migración en un desplazamiento forzado, dando lugar a narrativas marcadas por la injusticia, la nostalgia y el dolor. Pero más allá de la idea de una diáspora venezolana como una “comunidad moral”, también debe desarrollar cierto nivel de organización que movilice en torno a intereses nacionales. Y es precisamente en esta dimensión organizativa y de gobernanza donde la diáspora venezolana enfrenta múltiples dificultades.
…cuanto más amplio y precarious estamos repartidos, más difícil es encontrar el tiempo, la energía y las herramientas para construir una comunidad organizada.
En solo una década, una cuarta parte de la población de Venezuela ha abandonado el país, un evento sin precedentes en nuestra historia. A diferencia de otras naciones latinoamericanas, Venezuela había sido durante mucho tiempo un destino para inmigrantes, no un país de emigración, y mucho menos de emigración forzada. Nuestro éxodo ocurrió de manera violenta, sin redes de apoyo que facilitaran la llegada a los países anfitriones o el ajuste que sigue. La mayoría migró donde pudo, dentro de sus posibilidades.
Esto ha llevado a una considerable dispersión geográfica, con venezolanos regados por continentes e incluso familias nucleares o extendidas esparcidas por todo el mundo. Además, la gravedad de la crisis humanitaria dictó el contexto en el que las personas huyeron. Solo unos pocos privilegiados pudieron planificar su migración. Millones se han trasladado sin documentos válidos, sin recursos y sin una hoja de ruta para sus vidas.
Estos dos factores dan lugar a lo que podríamos llamar una “diáspora dispersa”, una condición que subraya las barreras logísticas que enfrentan las familias y comunidades al intentar organizarse a través de fronteras. La diáspora cubana está en gran medida concentrada en los EE.UU., así como gran parte de la diáspora india está en el Reino Unido, lo que les brinda la oportunidad de construir plataformas de defensa sólidas.
Por el contrario, en nuestro caso, cuanto más amplio y precario estamos repartidos, más difícil es encontrar el tiempo, la energía y las herramientas para construir una comunidad organizada.
La cultura de negación del estado venezolano
El estado venezolano ha negado sistemáticamente la emergencia humanitaria y el éxodo masivo. Más allá de profundizar el sufrimiento social, esta postura afecta directamente cómo se regula la movilidad, cómo se gestionan las migraciones en condiciones precarias y cómo circulan los recursos entre quienes están dentro y fuera de Venezuela.
El estado no ha logrado satisfacer la demanda de documentos básicos: cédulas, pasaportes, certificados de nacimiento o residencia, documentos de estado civil, registros educativos, historiales académicos, títulos, verificaciones de antecedentes y apostillas. Los tiempos de espera para obtener o renovar un pasaporte pueden exceder los 16 meses. El costo oficial de un pasaporte es de 350 euros, pero aplicar desde el extranjero incluye 120 euros adicionales en «tarifas» consulares en efectivo, sumando un total de 470 euros.
Los esfuerzos por suprimir la participación de la diáspora significaron que solo el 1% de los venezolanos en el exterior pudieran votar en las elecciones presidenciales del 28 de julio de 2024.
Estos obstáculos burocráticos, como la lenta tramitación, el silencio administrativo y los altos costos, son mecanismos claros para disuadir o complicar la migración y la vida legal de los venezolanos en el extranjero, debilitando la capacidad de la diáspora para funcionar.
Aunque el gobierno ha facilitado la circulación de divisas dentro de Venezuela, siguen habiendo grandes obstáculos para enviar recursos a través de las fronteras. Una simple transferencia de un banco internacional a uno venezolano todavía no es factible. Estos cuellos de botella transnacionales obstaculizan el potencial de co-desarrollo de la diáspora.
Los regímenes autoritarios, como lo señala Camila Orjuela, tienden a reconocer a las diásporas como amenazas a su supervivencia política debido a su potencial transformador. El caso venezolano lo prueba: los esfuerzos por suprimir la participación de la diáspora significaron que solo el 1% de los venezolanos en el exterior pudieran votar en las elecciones presidenciales del 28 de julio de 2024.
El compromiso requerido
Otras diásporas han demostrado que las protestas y el activismo, sin importar cuán pequeños sean, ayudan a aumentar la conciencia global sobre las luchas de sus países. Por ejemplo, los migrantes rwandeses establecieron un poderoso precedente internacional tras el genocidio de 1994. Su defensa legal obligó a varios países a investigar a fugitivos y enjuiciar a los perpetradores del genocidio en el extranjero. Uno de esos casos fue el de Claver Berinkindi, declarado culpable de genocidio en un tribunal de Estocolmo en 2016. La diáspora celebró el hecho de que Suecia, en lugar de Ruanda, lo procesó, sabiendo que no había garantias de un juicio justo en su país de origen.
La diáspora de Sri Lanka hizo algo similar en 2010, organizando un tribunal popular en Dublín que declaró simbólicamente al gobierno de Sri Lanka culpable de crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad contra la minoría tamil. Este hito, aunque sin peso legal, tuvo un enorme valor simbólico: hicieron visible una lucha política transnacional, nombraron a los perpetradores y demostraron el amplio impacto que una diáspora puede tener.
Estos ejemplos nos recuerdan que nuestros esfuerzos no son ni pequeños ni en vano. A pesar de los enormes desafíos y del corto tiempo que hemos vivido en el exterior, los venezolanos han mostrado un fuerte sentido de movilización, lealtad a su país y identidad compartida.
Las asociaciones de migrantes venezolanos han creado redes de apoyo para ayudar en la integración cultural y social en los países anfitriones. Individual y colectivamente, muchos de nosotros enviamos remesas, medicinas y alimentos a las personas en casa, ayudando a sostener la vida y la reproducción social. Y cada vez más, el activismo de la diáspora también se enfoca en el cambio político: defendiendo la democracia, exigiendo justicia y allanando el camino para el regreso.
Las protestas que siguieron a las elecciones del 28 de julio, llevadas a cabo en todo el mundo, demuestran el compromiso inquebrantable de la diáspora con la justicia electoral y la denuncia de la represión post-electoral.
Mientras tanto, la buena voluntad humanitaria de los países anfitriones se está agotando. En muchos lugares, los venezolanos ahora están siendo criminalizados en lugar de protegidos. Un ejemplo claro: a principios de 2025, la administración de Donald Trump revocó el Estatus de Protección Temporal (TPS) para los venezolanos en los Estados Unidos. Sin embargo, las organizaciones venezolanas en EE.UU. se movilizaron tanto social como legalmente para contrarrestar esto, llevando a un juez de California a suspender la cancelación del TPS por al menos 18 meses.
Esto nos muestra por qué la organización de la diáspora debe continuar, con un sentido claro de su relevancia: construir redes, mantener la solidaridad fluyendo, defender los derechos humanos y mantener una presencia política visible en todo el mundo.
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