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Jóvenes venezolanos, política para escépticos y Danny Ocean

Jóvenes venezolanos, política para escépticos y Danny Ocean

En marzo de este año asistí a un coloquio titulado“Desafíos en el 2024 para las juventudes en el siglo XXI”. Fue un evento organizado por el Instituto de Estudios Parlamentarios Fermín Toro, donde participaron seis jóvenes panelistas de distintos sectores del activismo social, la política y el emprendimiento.

A medida que transcurrían las intervenciones se iban abriendo, para mí, más preguntas que respuestas. No porque las ponencias no fueran claras, sino porque tenían el efecto de abreboca, de ampliar las aristas sobre el eje temático. Una de las cuestiones que quedaron orbitando en mi mente luego de la actividad fue si en vez de pensar en los desafíos de los y las jóvenes ante la política, podríamos invertir el orden de la reflexión.

La política ante la juventud

El expediente es doloroso. Tomando prestada la expresión de Jean-François Lyotard, murió la credibilidad de los grandes relatos que estructuraron la política venezolana contemporánea. La juventud ha estado en el blanco de distintas estrategias los últimos 25 años. Por un lado, el gobierno nacional en su demagogia estableció promisiones económicas y educativas que no llegaron a buen puerto, bajo los planes de Jóvenes del Barrio, Chamba Juvenil, Somos Venezuela, masificación universitaria, entre otras. Los juramentos de justicia social, igualdad y prosperidad económica para el pueblo que prometió el liderazgo chavista, nunca se materializaron. En cambio, se diluyeron en el mordaz deterioro, en la corrupción descarnada y en la desvergüenza cínica de sus líderes.

La última década fue de grandes desilusiones. Masas en las calles, fueron jóvenes los protagonistas de las movilizaciones y blanco principal entre las víctimas mortales en 2014, 2017 y 2019 en los momentos álgidos de las protestas contra el gobierno. El papel de la inmolación juvenil fue de alguna manera aupado por el liderazgo opositor adulto, como en la campaña “libertadores” de Venezuela, cuando se usó la estética de la pechera tricolor como símbolo heroico en las manifestaciones. Fueron promesas de liberación que justificaban narrativas de sacrificio en favor de la democracia y el cambio, que tampoco lograron su cometido, y después de cada gran fracaso casi ningún líder se responsabilizó de recoger los platos rotos.

Esto hace que un segmento grande de las juventudes venezolanas, independiente del color de su filiación, resuene en las frecuencias de la desilusión, y que el escepticismo sea un elemento de peso en su experiencia e identidad política.

El escepticismo como experiencia política

Una preocupación reposicionada, aunque nada nueva, es la que ronda sobre la motivación de las juventudes para su involucramiento en los hechos político-electorales del año en curso, lo que ha desencadenado distintas reflexiones sobre la apatía y el individualismo. Por otro lado, es común ver entre los jóvenes con compromisos sociales o políticos, expresiones del tipo “no me quiero ilusionar demasiado” o “no me quiero esperanzar en vano”. Con base en eso recurro aquí, en parafraseo, a una pregunta de Baudrillard en su libro “America” (1989):

¿Pueden concebirse movimientos sociales desilusionados? ¿Cómo sería una estrategia política fundamentalmente pesimista, sin ilusiones, cínica pero enérgica e irreprimible, que transforme en desafío abierto el estado fatal de los asuntos públicos, en lugar de agotarse en promesas de edulcorados horizontes, por otra parte sin éxito, y que aún contribuya a no volvernos políticamente idiotas?

Afirma Carlos Villalba, quien fue catedrático de Ciencias Penales y Criminológicas de la UCV, en su libro “Delito e insurgencia” (1991) que habría que estar dispuestos a responder positivamente la pregunta de Baudrillard. Es decir, que habría que procurar la apertura a reconocer en la desilusión, una positividad que no es posible negarle por más tiempo. Por esta vía sabríamos descubrir algo más, bastante más, que la versión satanizada de la “apatía” o el “pragmatismo”. Quizás el haz, instintivo y espontáneo, de la subversiva dignidad. Sabríamos identificar algo más que ese agujero oscuro de negatividad social, propio de las interpretaciones moralistas o re-victimizantes.

La incredulidad se ha convertido en una forma de protesta política, en especial en sectores juveniles y populares. Es la manifestación prevaleciente, la prueba misma de la existencia de una sociedad en resistencia, con una práctica no discursiva. De aquí que la apatía juvenil no sólo inquieta por lo que calla o por inmóvil, inquieta además, porque anuncia el potencial de un programa político con base en realidades, porque sugiere una estrategia de expansión que parta del descontento, porque hiere mortalmente a la red millonaria de propagandas y chantajes que se desmorona indeteniblemente. El escepticismo amenaza por lo que esa desobediencia de conciencia, creciente y confusa, significa ahora y podría significar mañana para las instancias de poder de la política y la economía. Y, dicho sea de paso, es uno de los factores que está haciendo que los mecanismos de represión actuales hagan aguas, hecho que tiene al chavismo consternado en su propio laberinto demagógico.

Danny Ocean“Cero condiciones”

El envés del escepticismo político es el paso a la cultura apolítica, que también corroe fatalmente la participación, la organización social y la democracia. Por eso, conviene amolar por el lado subversivo. En el último Latin American Music Awards que se celebró el pasado 25 de abril, Danny Ocean se presentó en vivo. En medio de la interpretación de su tema “Cero condiciones”, el cantante caraqueño se acercó a la cámara y levantó parte de su camisa para mostrar el mensaje que tenía debajo: “28 de julio”, fecha de las elecciones presidenciales. La escena se hizo viral rápidamente, fue catalogado por algunos como un gesto valiente por la causa democrática. Durante la actuación, el cuerpo de baile estaba vestido de negro y llevaba unas mordazas alusivas a la censura. 

Danny Ocean es un exponente de la música latina. Su fama internacional comenzó en el año 2016. Su canción “Cero condiciones” es sugerente. Tiene una temática de libertad que evoca rebeldía, ruptura con lo opresivo. Lleva cierto aire juvenil identitario “quiero ser quien yo quiero”.  No es explícita, puede funcionar en alusión a distintos temas, aunque es bastante compatible con la circunstancia electoral venezolana. Entre sus frases están: “la verdad no se tapa con plomo”, “quiero ser libre del fuego”, “¿quién eres tú para decidir lo que debo decir, cómo quiero vivir?”. También otras como “yo sé, tal vez, que uno se siente sólo” o “ya no quiero vivir una put@ vida mediocre”.

Creo que el mensaje de Danny Ocean se inscribe en lo que sería una comunicación política para escépticos. Un mensaje que abandera liberación, ruptura con el estado de las cosas, energía e indocilidad. No es el típico mensaje de notas de esperanza, de ilusión, de utopía o del “ahora sí”. Más bien es una provocación para romper el velo, quitarse un peso represivo y enajenado. Algo con lo que la desilusión puede conectarse, sin negarse a sí misma y sin negar la experiencia dolorosa que la originó. Pienso que es una canción para incorporar en los esfuerzos actuales de lucha y liberación social, y que es una expresión de un filón de la historia que aún nos falta comprender más.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.

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