Iván Cepeda: La Verdadera Batalla Contra el Cáncer y su Impacto en la Política Colombiana
Ese diciembre de 2017 fue tal vez uno de los más amargos para Iván Cepeda, el recién elegido candidato presidencial del Pacto Histórico, tras los resultados de la consulta de este 26 de octubre. Mientras muchos se preparaban para la llegada de las fiestas de fin de año, a Iván Cepeda, su médico del Hospital San Ignacio, le informaba que luego de los exámenes de rutina que le habían practicado días atrás, no había dudas de que el cáncer de colon había atacado su cuerpo.
No era la primera vez que el apellido Cepeda se encontraba con esa enfermedad. Su madre, Yira Castro, una defensora de derechos humanos y exconcejal de Bogotá, había muertopor el mismo mal en 1981. Iván tenía 18 años entonces. La historia parecía repetirse, solo que ahora él estaba en el papel que más teme cualquier hijo: el de quien hereda la tragedia.
El diagnóstico llegó cuando acababa de cerrar un año marcado por la confrontación política. Desde 2012, el expresidente Álvaro Uribe lo había acusado ante la Corte Suprema por presunto fraude procesal y calumnia. Cepeda, que había denunciado los vínculos de Uribe con el paramilitarismo, vivía entre citaciones judiciales, debates en el Congreso y titulares cargados de pólvora.
Pero nada de eso se comparaba con lo que estaba por venir. La lucha que comenzaba no era contra el poder ni contra el prestigio. Era contra su propio cuerpo. El cuerpo como campo de batalla.
La primera cirugía llegó en enero de 2018. Luego vinieron las sesiones de quimioterapia, los tratamientos, los días de hospital y las madrugadas sin sueño. Cepeda decidió no detener su trabajo legislativo. En medio de los efectos secundarios, continuó asistiendo al Congreso, a los debates, a las plenarias. “El trabajo era la manera de no pensar en el miedo”, contaría más tarde.
No pidió licencias. No buscó cámaras. No habló del cáncer en público. Quienes lo veían en los pasillos del Capitolio notaban que su rostro se volvía más pálido, que su paso era más lento. A veces llegaba sin desayunar, otras veces, sin haber dormido. Pero estaba ahí. Presente.
En los momentos más duros, su esposa y su hermana fueron su sostén. Se turnaban para acompañarlo a los tratamientos, para controlar las dietas, y para obligarlo a descansar. En casa, la política quedaba afuera. Allí, el senador era simplemente Iván, un hombre que luchaba por seguir respirando con serenidad mientras el cáncer se iba, como bien ocurrió.
En paralelo a su recuperación, la Corte Suprema decidió archivar definitivamente el proceso en su contra y abrir una investigación contra Álvaro Uribe por soborno a testigos. Cepeda, que había pasado de acusado a testigo, se convirtió en símbolo de resistencia institucional.
El regreso del miedo
A finales de 2019, los exámenes mostraron que el cáncer había desaparecido. Cepeda no celebró con alardes. Su victoria fue silenciosa, íntima. No quería que su historia se convirtiera en discurso. Prefería seguir trabajando.
Pero la vida, que no suele dar tregua, volvió a ponerlo a prueba. En junio de 2021, un control médico reveló una nueva sombra: una lesión cancerígena en el hígado. La enfermedad regresaba, como si quisiera comprobar hasta dónde aguantaba.
Otra vez el fantasma de los tratamientos, que fueron más largos e invasivos. Más quimioterapias. Otra cirugía que se programó para enero de 2022, revisiones constantes. Los dolores eran intensos, las náuseas incontrolables. Algunos días apenas podía levantarse de la cama.
Esta vez, la política se detuvo. Aprendió a delegar, a escuchar más y a hablar menos. Otra vez su esposa y su hermana junto a él en las largas noches. En casa, la rutina era meticulosa: horarios para las medicinas, listas de alimentación, pequeños ejercicios de respiración. Cuando la enfermedad le dio una tregua, volvió a la política.
Años después, en 2025, esa batalla culminó con una sentencia inicial contra el expresidente —revocada en segunda instancia— que de todos modos transformó el panorama político. Pero Cepeda ya no hablaba de “venganza” ni de “enemigos”. Después del cáncer, la justicia le parecía un asunto más de tiempo que de fuerza.
La política como terapia
Con el cuerpo recuperado y la salud bajo control, Cepeda se volcó de nuevo al trabajo. Participó en los diálogos de paz con el ELN y acompañó los debates sobre derechos humanos en el Congreso. Sus colegas notaban un cambio: más serenidad, más prudencia, más capacidad de escuchar.
En octubre de 2025, ocho años después de su primer diagnóstico, Cepeda logró una nueva victoria: ganó la consulta presidencial del Pacto Histórico con casi el 60 % de los votos, superando a Carolina Corcho y consolidándose como el candidato del movimiento para las elecciones de 2026.
El triunfo fue político, pero también simbólico. Representaba la historia de un hombre que resistió donde otros se habrían rendido. Que enfrentó el poder, la enfermedad y la pérdida con la misma calma con que enfrenta una votación en el Senado.
Iván Cepeda no es un político carismático ni un hombre de frases efectistas. Es un sobreviviente. Ha derrotado a la enfermedad dos veces, ha perdido a sus padres por la violencia y el cáncer, y aun así sigue ahí, sin gestos grandilocuentes, sin dramatismo.
Sus batallas —las visibles y las invisibles— lo moldearon en la misma dirección: la de no claudicar. En su vida, la palabra “resistencia” no es consigna, es rutina. Iván Cepeda no solo ha ganado elecciones ni juicios. Ha ganado tiempo. Y, en el fondo, esa es la única victoria que de verdad importa.



Publicar comentario