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“Es una cosa mágica, chamo”

“Es una cosa mágica, chamo”

Delsa Solórzano preside el partido Encuentro Ciudadano. Es una de las principales forjadoras de la unidad de la oposición. Durante estos vertiginosos meses de campaña le ha tocado articular equilibrios y asimilar mutaciones en el comando. Hacer malabares para solventar la falta de recursos, emprender giras sin la certeza de dónde poder acampar, ver hoteles allanados para impedir que la alojen y multados porque le alquilaron una habitación, dormir en el carro, viajar de madrugada por peligrosas carreteras, sentir la impotencia por el cierre de una panadería donde le vendieron un cachito, sufrir el acoso permanente del Sebin (Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional). Todo eso y más. También está la compensación: palpar el entusiasmo y la esperanza de la gente en la calle: “Es una cosa mágica, chamo”.

– La verdad es que estar en la calle, porque yo giro, no soy de las que se queda sentada en un escritorio, me ha permitido corroborar que somos mayoría, que nuestra primera y principal fortaleza se fundamenta en el apoyo de la gente. Esto es una locura. Estar en la calle y ver a la gente, escuchar a la gente, sentir a la gente es magia, chamo. Es algo que no tengo cómo describir. 

Sin poder evitarlo, rememora su recorrido político: “Yo he estado en la oposición estos 25 años, este cuarto de siglo que tiene esta vaina. Siempre he estado ahí. Empecé haciendo juvenil, y ahora el que está en juvenil es mi hijo. He estado en todas las campañas presidenciales en estos 25 años, en un rol o en otro. Siempre me ha tocado estar al frente por equis circunstancia, incluso cuando era juvenil yo era la coordinadora juvenil de la Coordinadora Democrática. Eso siempre me ha colocado en una posición como de primer plano, aunque no de toma de decisiones, sí de primer plano, para dar la cara, y nunca había visto algo como esto. Nunca. Mira, la gira es una cosa… la gente a veces te pregunta: ‘¿Es verdad lo que vi en las redes?’, y le digo que no, que no es verdad porque es mayor. No hay ninguna foto ni ningún video que pueda describir lo que se vive en la calle. Es una cosa…es ver a los comerciantes que salen de sus comercios y los dejan ahí, abiertos, para vernos, saludar, expresar cariño, tomarse una foto, a pedir cambio al final del día ¿no? Es ver que no hay ser humano que se quede en su casa”.

La gente -cuenta- llega sola a las movilizaciones. No es una campaña de esas en las que la gente sale a preguntar dónde está el autobús. No hay buses, no hay transporte, la gente se va caminando, movilizada por sus propios medios, cargada de esperanza. “Es una cosa mágica, chamo -dice, una vez más- no hay forma de describir esto, no hay. Y aquí no hay real para nada. No tengo plata. Esa es la verdad. Nos ha tocado muchas veces dormir en el carro”.

– ¿Cómo son las giras? 

– Yo me voy de gira. Nos vamos por tierra, con el grupo, a echarle pichón, con la maleta en el carro, sin saber dónde vamos a dormir; porque, qué pasa, que otro problema grave, el mayor diría, es la persecución. Voy a pasar dos días en un estado, por ejemplo, entonces en la mañana, si me dejaron dormir en un hotel y pienso a volver, igual tengo que irme con la maleta porque no sé si allanarán el hotel, cosa que me ha pasado, si me perderán la maleta, si me sembrarán cualquier cosa, o sencillamente, si me dejarán volver. Estoy consciente de lo que enfrento.  

– ¿Han allanado alguna vez un hotel donde haya estado?

– Sí, claro. Nos pasó una vez en Lara, por ejemplo, que al hotel donde íbamos, a llegar, lo allanaron con nosotros entrando; lo allanaron y nos obligaron a salir. Entonces mi equipo reservó en otro hotel sin decir que era yo, y sí, perfecto, había habitaciones, pero cuando llegamos y vieron que era yo. Se disculparon: ‘Ay, se acaba de llenar’. Tuvimos que dormir en la camioneta esa noche. Y bueno, pedirle en la mañana el favor a alguien del partido para que nos permitiera ir a su casa, bañarnos y poder seguir. 

– Cuando no hay hotel, ¿toca dormir en la camioneta?

– También nos ha tocado agarrar carretera de madrugada por no tener donde dormir. Nos hemos encontrado de repente en un sitio peligroso para quedarse en el carro y hemos decidido seguir rodando porque consideramos que es menos peligroso. Y me ha pasado que nos hemos quedado accidentados en lugares de temer. Una vez nos quedamos varados entre Bolívar y Anzoátegui en un sitio que dicen que es el más peligroso de Venezuela, en la mitad de la noche. Estábamos en la oscuridad absoluta, sin señal telefónica. Ni un alma pasaba. Estuvimos tres horas. Hasta que, por fin, al amanecer, uno del equipo se fue caminando hasta el primer puesto de la Guardia Nacional en busca de alguien que nos diera la cola y sacara por lo menos a las mujeres del sitio.  

– Falta de recursos, acoso, dificultades de todo tipo …

– El Sebin me persigue las 24 horas de todos los días. Tengo que estar consciente de que no puedo entrar a una panadería para no ponerla en riesgo de que la cierren o le impongan una multa por razones inventadas. Yo, para comerme un cachito, tengo que pedirle a alguien que me lo compre y me lo lleve al carro, porque si entro a la panadería y la gente me saluda con cariño, entonces la pueden cerrar. Eso nos pasa. Todo eso nos ha tocado.  

En las giras de Delsa no hay tarimas. Ni equipos de sonido. Se la puede ver encaramada en un burro, en una rueda de un tractor o en un andamio improvisado por obreros con unas cabillas. Pero es que, además de no tener plata, tampoco consigue quien le alquile un camión o un sonido. “Cargo en mi camioneta una corneta inalámbrica de esas grandotas y un micrófono”, cuenta. 

– ¿Siempre rueda sola o a veces acompaña a María Corina?

-Acompaño a María Corina cuando puedo, pero tengo mi propio programa de giras, en el marco de la misma campaña, por supuesto.

–¿Ha sufrido acoso de los colectivos, de los motorizados oficialistas?

-Eso ha disminuido. La verdad es que a mí me persiguen el Sebin y la Dgcim (Dirección General de Contrainteligencia Militar), que actúan en coordinación con las policías locales en muchos estados. En Vargas sí nos pasó. Fue una experiencia. Durante una caminata por Barrio Aeropuerto, se nos vienen siete personas, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, sin exageración, seis empleados de la jefatura civil y un concejal. El modo de proceder fue el de siempre. Me amenazaron con partirme la cara, con cortarme la cara, con quemarme la cara. Uno de ellos se me acercó y yo soy de las que me quedo, no sé, tengo un instinto de protección loco, mi equipo intentó detenerlo y en eso, de repente, una señora llegó corriendo, se paró a mi lado y le dijo: ‘Mira, fulano, te me vas para la casa, yo estoy con Delsa, yo no te crié así’, le prendió un p… y el tipo se puso pálido y se fue. Era la mamá, la propia mamá venezolana. Eso me pasó en Vargas. Pero me meto para Petare, para La Vega, para Catia, sin problemas.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.

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