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El Teatro GALA de hoy levanta el telón de la mano del dramaturgo venezolano Gustavo Ott

El Teatro GALA de hoy levanta el telón de la mano del dramaturgo venezolano Gustavo Ott

Fue la causalidad la que trajo a Gustavo Ott de vuelta a Washington DC o tal vez ¿fue la tragedia? Lo cierto es que este hombre de teatro siempre regresa a donde es querido.

Estaba dirigiendo un teatro en Dallas, lejos de su esposa y su hija, mientras GALA, la casa del arte dramático en español en DC, bajaba el telón de una época gloriosa tras la muerte repentina del fundador Hugo Medrano.

Se necesitaba alguien a la altura Medrano para seguir dando vida a esas tablas e iluminando las luces de neón tan distintivas en Columbia Heights. Ott, ese rostro conocido que tantas obras suyas ha puesto en escena en GALA, fue el escogido como director artístico.

El dramaturgo, nacido en Venezuela, está aquí para probar que, hablando de teatro en DC, GALA es una galaxia propia y que él tiene a sus espaldas la suficiente creatividad, ironía, humor negro, ternura, amor, poesía, harta literatura y mucha experiencia.

Ott no es muy dado a creerse los elogios a su persona y se sorprende como un chiquillo ante la pregunta de quién es él, más allá del rol de dramaturgo. Para retratarse escoge una frase muy francesa: “Para qué hacerlo simple si podemos hacerlo complicado». Tanto dice esta cita de él que asegura está pegada en la pared de su oficina, porque tiene que ver con el arte y también con las emociones.

Gustavo Ott para contar algo de sí mismo revisita a Dostoevsky. “Decía él escritor que ‘un recuerdo de la infancia basta para un creador’. Si tienes uno, ya puedes hacer una obra y lo mismo creo que se puede hacer con la vida. Fui y soy todavía un chico que quiere escribir. Desde niño tenía esa pasión, a pesar de no venir de una familia con vínculos literarios ni de tener una biblioteca en casa”.

La primera pila de libritos los escribió a siete años. Un submarino atómico fue uno de los primeros títulos del “chamito”. En su juventud y adultez vinieron los libros de verdad con títulos y tramas que rizan en lo tragicómico y delirante. “Yo no sé matar, pero voy aprender”, “El gordo que vuela”, “La lista de mis enemigas mortales” o “Feroz amiga mía” están entre sus novelas.

Más de 50 obras teatrales entre ellas “Dos amores y un bicho”, “Los peces crecen en la luna”, “Divorciadas, evangélicas y vegetarianas” y la que ahora mismo está en el cartel de GALA: “Momia en el clóset: Evita’s return” llenaron y siguen llenado teatros.

De todas, “Cinco minutos sin respirar” sigue sorprendiéndolo al ver que muchos dramaturgos aún la ponen en los carteles de sus teatros. Es una pieza madura y más personal y es un diluvio de citas literarias, esas mismas que desde que era un crío las copiaba en pedacitos de papel y las guardaba en el bolsillo. “La literatura te convierte en una mejor persona y te hace desprenderte de ti mismo hacia los demás” esa fue su intuición que resultó ser cierta.

Desde entonces no tiene escapatoria, todas las rutas lo conducen al mismo puerto: “abordar la vida de los otros, porque la mía es bastante aburrida, pero a los demás les pasa cosas extraordinarias e inauditas y mi labor es sorprenderme con esas historias y escribirlas”.

El dramaturgo venezolano ha escrito y dirigido más de 50 obras de teatro y seis novelas y ahora mismo va por la séptima. / OLGA IMBAQUINGO

El dramaturgo tiene un as bajo la manga para la próxima temporada, que comenzará en septiembre: el poder. Sí, el poder y la política dos vestiduras del mismo percal de las que Ott no puede desprenderse en sus obras.

“Yo era Mauricio Castillo”

Las vidas de Ott han ido de Caracas a Londres, de Madrid a París, Nueva York, Washington DC, Dallas y otra vez DC. Nació en Caracas en 1963, allí creció, estudió, ejerció periodismo y durante 20 años dirigió el Teatro San Martín. En Londres fue acomodador y mesero en los teatros. En Madrid estudió dirección escénica y dramaturgia. En Nueva York se empapó de las vidas y tragedias, a lo Pedro Navaja, de las gentes del alto Manhattan, esas que se agitan en su novela “El gordo que Vuela”.

En su estancia londinense conoció a Mauricio Castillo, un exboxeador ecuatoriano. Ese hombre humilde le ofreció gratis su casa para vivir y escribir. Ott le pagó con un billete a la literatura convirtiéndolo en uno de los personajes de su primera novela “No sé matar, pero voy aprender”. Desde entonces lo rescata en sus horas de escritor. “Lo quiero mucho, en Londres trabajé de ilegal y él me prestaba el permiso. En todos los empleos que tuve yo me llamaba Mauricio Castillo”, recuerda Ott.

Donde la belleza no compadrea con el poder

Si le dieran a elegir dónde transportarse por un segundo él se iría a Venezuela, allá donde nacen los Andes. “Es que yo soy montañoso, ese mundo cambiante de cumbres atrae mucha energía y espíritus”.

Esos recuerdos infantiles son los puentes que lo conectan con su madre, Félida Ramírez, una señora con apenas escuela que se pasó la vida trabajando duro y que no comprendía por qué su hijo se quería comer la camisa con esas ideas de escritor y teatrero. Solo se puso contenta cuando vio los títulos de periodista y de un postgrado

Por esas vueltas que da la vida, su madre fue la administradora de las finanzas del Teatro San Martín, el mismo que sobrevivió gracias a Ramírez. Ott allí robusteció su pacto con las tablas.

El Ott le viene de su padre, Pierre Gustave Ott, de raíces francesas. “Pero yo me siento más Ramírez, porque se divorciaron y me crió sola y eso teje vínculos. Ella era la que me llevaba a Los Andes”, cuyos paisajes y sus eternas crisis políticas y económicas están en sus novelas y en su dramaturgia. Esto trasladado al arte se transforma en belleza literaria comprometida o como dice Ott: “el mal triunfa, pero la belleza no está de su lado”.

Lo bueno es que ahora mismo, aquí y en América Latina, hay una extraordinaria “camada” de nuevos escritores y artistas. A varios les está buscando un espacio en GALA, porque lo mismo que pasa en California pasa en DC.

“GALA, a mi modo de ver, es la cabeza de un milagro. Todo esto lo hacemos en español y en la capital del mundo”, dice Gustavo Ott. / OLGA IMBAQUINGO

Entre GALA, terminar de escribir su sexta novela, poner punto final a otra obra de teatro, leer las últimas páginas de una novela sobre el hijo Shakespeare, rebuscar tiempo a ver los partidos de béisbol o darse un salto por los museos, Ott está al tanto que para los dramaturgos y escritores no hay fecha de retiro. “En el teatro nuestro sueño de dignidad es morir en el escenario”, dice. Por ahora ni pensarlo, su dramaturgia apenas acaba de doblar la mayoría de edad y el viaje aún es largo antes de “llegar al llegadero”.

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