El día que Venezuela removió al planeta
Fue el sábado, 17 de agosto de 2024. Desde muy temprano, acá en Colombia, donde escribo, comenzamos a recibir fotografías de las concentraciones de venezolanos reunidos en plazas, calles, parques y bulevares de distintas naciones para exigir que se respete lo que todo el mundo sabe, que en las recientes elecciones presidenciales del 28 de julio la resistencia democrática obtuvo un poco más del 70% de los votos, asestándole una aplastante derrota a la tiranía, resultado de la alianza entre militares golpistas (ahora narcos) y civiles ultraizquierdistas, que desde hace un cuarto de siglo domina a nuestro país.
Hay imágenes arrolladoras. Como la marea tricolor que inundó la Puerta del Sol en Madrid, la multitud reunida en Santiago de Chile, el registro de las 25 mil personas concentradas en Miami, o los videos conmovedores de la concentración de Caracas donde, cual superheroína, apareció de improviso, encapuchada, María Corina Machado para hacer una vibrante intervención que produjo un impacto electrizante entre los asistentes.
Pero hay algunos registros que nos producen especial emoción. Con todo el riesgo de resultar cursi, podría decir que hasta ternura. Por ejemplo, la fotografía del grupo de venezolanos reunidos en Kuala Lumpur, Malasia, con los impresionantes rascacielos que dominan la ciudad como telón de fondo. O el retrato del pequeño grupo de connacionales reunidos en Tokio. O los testimonios de venezolanos y australianos agrupados en Sídney, cuando acá todavía era de noche.
En Bogotá también hubo un feliz encuentro de venezolanos, al que muchos colombianos asistieron en acto de solidaridad, incluyendo el alcalde de esta ciudad de poco más de nueve millones de habitantes, Carlos Fernando Galán, quien hizo presencia para dar un mensaje solidario a la multitud y así distanciarse de la ambigua posición que el presidente Petro ha mantenido frente al arrebatón electoral que el CNE ejecutó en Caracas a la media noche del 28 de julio.
¿Qué pone en escena este fenómeno de masas ocurrido —es lo que dicen todas las informaciones— en por lo menos 330 ciudades de los cinco continentes? En primer lugar, lo descomunal del fenómeno migratorio venezolano de cuyas dimensiones exactas nadie tiene cifras precisas, pero todo hace pensar que ya está llegando a los nueve millones de personas, expulsadas de su nación por la crisis humanitaria compleja generada por esa catástrofe conocida como “Socialismo del siglo XXI”. Hasta en Helsinki hay hoy un equipo de beisbol conformado por venezolanos.
En segundo lugar, la capacidad de resistencia de una comunidad nacional que, aun viviendo en condiciones de destierro, exilio o migración, en muchos casos en difíciles condiciones económicas, o en estados depresivos por el duelo migratorio, resiste políticamente a la tiranía que los hizo huir del país y, además, lo hace con alegría y vitalidad.
En tercer lugar, el liderazgo, la capacidad de convocatoria del movimiento opositor, hoy liderado por María Corina Machado, que logra que en tantas ciudades y países la gente se organice, los diversos activistas sociales y políticos venezolanos consigan ponerse de acuerdo para coordinar concentraciones que requieren de una logística compleja: tarimas, equipos de sonido, permisos de las autoridades locales, baños portátiles, acuerdos para ordenar a quienes intervienen —desde dirigentes políticos hasta músicos, actrices, representantes de las oenegés— en unos eventos donde, lo sabemos, muchos aspiran a tener el protagonismo frente a la multitud que siempre excita los egos y el trabajo proselitista.
Y, por último, creo que es necesario reseñarlo, el apoyo de organizaciones, autoridades, medios de comunicación, personas comunes de las ciudades y países receptores, a la causa democrática venezolana. En muchas ciudades, ya reseñamos lo ocurrido en Bogotá, en las manifestaciones se han hecho presentes alcaldes y gobernadores, también oenegés que defiende los derechos humanos, exministros, sacerdotes, monjas.
Y, por supuesto, también contribuyó, sin duda, a este entusiasmo internacional, que en los días inmediatos anteriores a esta convocatoria masiva, la OEA haya aprobado una resolución que pone en aprietos al gobierno militarista venezolano; y que la Unión Europea se mantenga firme en el no reconocimiento al fraude electoral liderado por un hombre de contrapuesto apellido, llamado Elvis Amoroso.
Hoy, domingo 18 de agosto, mientras escribo esta nota apresurada, sigo recibiendo imágenes y testimonios de las manifestaciones en otras ciudades. Recibo, por ejemplo, la de las 25 mil personas que se reunieron en Buenos Aires, escucho el discurso de María Corina Machado en Caracas, leo el mensaje de un amigo que me cuenta lo que ocurrió en Lisboa.
Estoy consciente de que este movimiento telúrico no significa el fin del régimen, ya totalitario, que domina a Venezuela; que los casi dos mil venezolanos sometidos a prisión y tortura luego del 28 de julio no van a ser liberados esta tarde de domingo; que nadie va a revivir a los veinticinco asesinados en las manifestaciones de protesta ocurridas desde el mismo día en que el fraude previsto se hizo realidad; que la persecución a los periodistas nacionales y extranjeros no va a cesar; que Zapatero y su corte de estafadores ibéricos va a seguir interviniendo en Venezuela; que tenemos que proteger la libertad y la vida de María Corina Machado y Edmundo González; que Alí Babá y sus cuarenta ladrones no renunciarán fácilmente al poder.
Pero estas multitudes tricolor, enardecidas y alegres a la vez, este río de venezolanos y sus aliados de cada nación reivindicando la democracia y los derechos humanos, estos cantos caribes, este anhelo al que no renunciamos, nos indican que la tiranía fundada por ese militar premoderno, preso de una penosa pereza intelectual, resentido y cruel, llamado Hugo Chávez, tiene, por fin, plomo en el ala. Odio mundial. Condena infinita. Desprecio compartido todo el día de ayer en más de trescientas ciudades de este herido planeta donde nuestro dolor se hizo esperanza.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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