¿Qué Pasaría si Colapsa la Sociedad Venezolana—No el Régimen?
El ‘ser de fuerza’ es plural, sería completamente absurdo pensar en la fuerza en un sentido singular —Gilles Delezue
Casi en unísono, se lanzaron dos iniciativas sintomáticas de nuestra crisis de liderazgo: VEN, promovida por María Corina Machado, y Venezuela Decide, cuyos rostros más visibles son Henrique Capriles y Andrés Caleca.
Ambas propuestas son sorprendentemente optimistas. VEN habla de un brillante capítulo que espera al país—aunque la dictadura no muestra señales de terminar. Venezuela Decide insiste en el poder del voto—aunque, en la práctica, las elecciones han sido abolidas.
Se detecta en estas propuestas una cierta desconexión de la realidad, pero no tanto como si ignoraran que, para tener éxito, necesitan mostrarse como algo más vasto, inclusivo y complejo de lo que son. Así, Venezuela Decide se presenta como una combinación de sindicatos, organizaciones civiles y políticas, mientras que VEN, bueno, VEN afirma encarnar “millones”.
El resultado es una sensación de que nuestros líderes políticos—más que enfrentar circunstancias difíciles—están atrapados en rutinas obsoletas. Sin elecciones, Capriles aparece inútil. Machado, aunque más versátil, sigue encadenada a un guion familiar de retórica motivacional, pensamiento mágico y una fe mesiánica en la intervención de EE. UU.
No es una coincidencia ni una falencia personal. Es un síntoma de una cultura política que ha llegado a sus límites—y superarlo puede ser el único camino hacia adelante.
El declive de las firmas políticas
Particularmente revelador es el casi místico reclamo de VEN de que la dictadura es una ilusión—que no es un “poder real.” Al margen de lo gnóstico, esto no es solo una cuestión de marketing. VEN es, a todos los efectos, una marca de Machado no solo para su partido (Vente Venezuela) sino para un movimiento político que, como el de Chávez en el pasado, es inseparable de su figura emblemática.
Este modelo no es nuevo. En el siglo XX, la sociedad civil se moldeó bajo la tutela de grandes burocracias partidarias, donde políticos, empresarios y sindicatos coexistían—especialmente bajo el sistema Puntofijo. En ese modelo, la política se convirtió en una mera profesión, no en una expresión de ciudadanía.
Desde los años 90, esa profesión ha estado casi exclusivamente reservada para las élites. Los partidos políticos venezolanos han mutado en firmas, ofreciendo “servicios de liderazgo y representación” a la ciudadanía. Los partidos burocráticos tenían jefes; las firmas políticas tienen dueños.
Lo que debió haber comenzado en 2014—un modelo de liderazgo compartido que incluya diversos actores sociales y políticos—nunca echó raíces. La combinación de represión, colapso y esfuerzos desorganizadores por parte de las firmas políticas lo hizo imposible.
Primero entre ellos estaban las firmas de Henrique Salas Römer e Irene Sáez (y probablemente la última oferta de CAP). Todos fueron aplastados por Chávez—el fundador de la firma política más exitosa de todas—quien denunció la oligarquía solo para crear su propia élite gobernante y privatizar el estado.
Desde entonces, hemos tenido los campamentos de Machado-Parisca y López-Mendoza frente a la coalición Chávez-Cabello-Lacava-Maduro. Las ambiciones e intereses personales son parte de cualquier proyecto político, pero en el caso de las firmas, esas ambiciones e intereses son el proyecto, y sus miembros solo son competentes cuando se trata de hacerlas crecer. La amplia experiencia muestra cómo su mentalidad, sus cálculos, toda su perspectiva es moldeada por la firma—y cuando construyen alianzas, es solo para dominar y absorber otras fuerzas.
Esto tiene profundas consecuencias.
El grito vacío de “Unidad”
El 5 de abril en EE. UU., se realizaron más de 1,200 protestas masivas contra Donald Trump y Elon Musk, organizadas por cientos de grupos incluyendo el Sindicato Internacional de Empleados de Servicio y Greenpeace. Solo unas semanas antes, abogados y activistas con base en EE. UU. se habían movilizado para detener la deportación de venezolanos con TPS.
Mientras tanto, en Argentina, los aficionados al fútbol se unieron a los jubilados en sus protestas, ofreciendo apoyo y protección.
Este tipo de coordinación intersectorial es normal en otros lugares. En Venezuela, parece impensable o al menos lejano. La razón no es solo la represión—es la absurda creencia, heredada del Puntofijo, de que la “política” está reservada para los partidos políticos y, por lo tanto, que solo ellos pueden ser actores políticos.
Lo que debió haber comenzado en 2014—un modelo de liderazgo compartido que incluya diversos actores sociales y políticos—nunca echó raíces. La combinación de represión, colapso y esfuerzos desorganizadores por parte de las firmas políticas lo hizo imposible.
Esta puerta aún está abierta: el potencial para organizar una amplia oposición impulsada por ciudadanos capaz de renovar nuestro ecosistema político—no solo en nombre y rostro, sino en método.
Los políticos tradicionales todavía ven la lucha contra el régimen como una campaña unidimensional y a corto plazo—librada solo por sus propias organizaciones. “Unidad,” en este contexto, es solo un código para la dominación. Suena noble, pero en Venezuela, “unidad” significa sumisión.
No es casualidad que haya sido la palabra favorita de Chávez.
La alternativa a la unidad autocrática u oligárquica no es la fragmentación—es una coordinación de las fuerzas de oposición. Pero para lograr eso, debemos desmantelar las dinámicas castrantes de las firmas políticas—no excluyendo a los partidos, sino impidiendo que controlen movimientos y definan agendas.
En resumen: para liberarnos de la dictadura, también debemos liberarnos de la oposición tradicional.
¿Hacia una Coordinadora de Luchas Democráticas?
Hoy, los actores de oposición más legítimos son grupos como el Movimiento por la Libertad de los Prisioneros Políticos, jubilados y profesores universitarios. Esta puerta aún está abierta: el potencial para organizar una amplia oposición impulsada por ciudadanos capaz de renovar nuestro ecosistema político—no solo en nombre y rostro, sino en método.
En teoría, no sería difícil crear una “organización de organizaciones” pragmática que coordine diversas actividades y acciones de oposición. Una Coordinadora de Luchas Democráticas, que, a diferencia de las experiencias anteriores con “coordinadoras” y “frentes” monopolizados por partidos o limitados a personas con afinidades ideológicas, podría ser una alianza amplia, operativa y pragmática, sin estar limitada a un cierto tipo de organización o un cierto tipo de ideología: simultáneamente una oposición contra la dictadura (porque lucha por hacerla inviable, imposible) y contra los partidos políticos (porque pretende eliminarlos como la fuerza controladora de la oposición).
Nos enfrentamos no solo a limitaciones en términos de la voluntad y preparación de los venezolanos para la organización a gran escala, sino también con la represión y el colapso económico y social, que seguramente se acelerará con las nuevas sanciones. Y de los tres factores que nos debilitan—la represión estatal, la desorganización por parte de las élites tradicionales y el colapso social—este último es el más devastador.
En este sentido, quizás las firmas están a punto de causar el golpe final a la posibilidad de una oposición autónoma en Venezuela: Machado, que en este punto es una extensión del movimiento MAGA, insiste en fomentar sanciones y en la metáfora de asfixia, que la dictadura caerá si se le priva de recursos. Como buena determinista, además de negarse a tener en cuenta el impacto no lineal de las sanciones en la economía, no entiende que la dictadura, especializada en tráfico, podría no estar completamente privada de recursos. La tesis de Machado es, en realidad, la misma tesis canalla del exembajador Brownfield: acelerar el colapso. Pero ¿qué sucede si el país colapsa, no el régimen? ¿Qué pasa si ocurre un colapso social total similar al de Haití?
En este momento decisivo, la falta de imaginación de las élites incapaces de imaginar algo nuevo podría hacer que cualquier forma de lucha democrática sea imposible, o tal vez tengamos que repensarla como parte de una diferente, una por la supervivencia colectiva en el Archipiélago venezolano.
Imaginar y materializar esta lucha por la libertad, que también es una lucha por la supervivencia, puede ser nuestra tarea en los próximos años. Pero para hacerlo, primero debemos liberarnos de nuestros propios llamados luchadores por la libertad.
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