El riesgo de las expectativas de enero
Pocas cosas exponen la insistencia de la oposición venezolana en el intento de precipitar una transición democrática por vías pacíficas e institucionales como lo que pudiéramos llamar “calendariomanía política”. Una fijación marcada con fechas en las que se supone que debe ocurrir un gran evento que marque el comienzo del cambio político. Fechas que son en realidad decididas por la élite gobernante en virtud de su control absoluto de las instituciones, a las que la oposición se adapta de una forma u otra.
Si la dirigencia disidente se comportara de otra forma, totalmente por fuera de esas instituciones, podría ser ella la que decida cuáles son las fechas clave y, dependiendo del tipo de acción hipotética del que hablemos, la población tal vez no tendría que enterarse siquiera de cuáles son, hasta que ocurriera el evento programado. Pero como la decisión viene de Miraflores, cuyos ocupantes por demás tienen sus propios planes para las jornadas en cuestión y se aseguran de hacerlos públicos anticipadamente, el liderazgo opositor lo que hace es emitir un mensaje contrario sobre lo que ocurrirá, creando así expectativas en su base de apoyo. Tuvimos así, verbigracia, el 6 de diciembre de 2015, fecha de elecciones parlamentarias, y la consiguiente expectativa de que el control de la Asamblea Nacional por la oposición pondría freno a los designios del chavismo y allanaría el camino para una reforma democratizadora de todo el sistema.
Por supuesto, la fecha trascendental en la que la oposición depositó sus esperanzas este año a punto de terminar fue el 28 de julio. Luego de que el Consejo Nacional Electoral hiciera su anuncio sobre el resultado y que se diera un conjunto horroroso de secuelas que no veo necesario detallar en este artículo, las expectativas de la oposición dieron un salto hacia el futuro. El día clave se volvió el 10 de enero de 2025, cuando el ganador de los comicios deberá asumir la Presidencia de la República.
¿Qué va a pasar, entonces, ese décimo día del vigésimo sexto año del tercer milenio tras el nacimiento de Jesús de Nazaret? Por el lado del chavismo, el plan es bastante claro: la ceremonia de comienzo de un nuevo sexenio de Nicolás Maduro al frente de Venezuela. Por el lado de la oposición, por el contrario, el plan es un misterio. En sus maniobras previas de cara a las fechas clave, siempre hubo mayor claridad sobre lo que iba a ocurrir. Puedo entender que esta vez la falta de información sea frustrante para la base opositora. Si la frustración no se ha traducido en un reclamo masivo a la dirigencia, puede ser porque las masas entienden que muy a duras penas puede ser de otra manera. La oposición, para tener éxito, tendría que hacer valer de una u otra forma su reclamo sobre las elecciones presidenciales, en un contexto de represión y persecución sin precedentes. Sus líderes en Venezuela no pueden aparecer en público sin exponerse a que los arresten. Mientras, el hombre al que el liderazgo opositor señala como ganador, Edmundo González Urrutia, se encuentra en el exilio.
Sin embargo, la dirigencia, empezando por la líder de líderes del momento, María Corina Machado, insiste en que cumplirá su propósito. Claro, un político jamás puede permitirse actuar como un derrotado. Puede en todo caso asumirse como perdedor temporal cada vez que se consigue con un revés. Pero un político que se identifica como derrotado definitivamente es alguien que en ese momento deja de ser político, porque no tendrá masas que conducir. Así que es comprensible la insistencia de Machado, González Urrutia y demás. Es, repito, comprensible que su optimismo con respecto a los fines vaya acompañado de un velo que cubre los medios, dadas las peligrosas circunstancias. Pero nada de eso cambia una realidad dura, una de tantas con las que la oposición ha tenido que lidiar en un entorno injusto y hasta cruel. A saber, que este juego de expectativas es una apuesta muy, muy arriesgada para sí misma. Su capital político pudiera peligrar si no se cumplen las expectativas.
Creo que Machado se volvió algo consciente de ello. En varias de sus alocuciones recientes ha dicho que no sabe exactamente cuándo se producirá el cambio que honre la voluntad ciudadana, aunque reafirmó su compromiso con lograrlo eventualmente. Por otro lado, da a entender que el 10 de enero es una suerte de fecha límite para la élite gobernante y que, si no acepta negociar una transición antes, tendrá que vérselas con una salida del peor mucho peor para sí. ¿Por qué dice eso? No tengo idea.
Mientras tanto, Edmundo González Urrutia asegura que “no se juramentará fuera de Venezuela” y que el 10 de enero estará aquí para hacer tal cosa. ¿Cómo piensa hacerlo y formar un gobierno real en vez de una iteración del “interinato” de Juan Guaidó? De nuevo, no lo sé. Ni siquiera sé cómo pretende permanecer en libertad tan pronto como llegue a Venezuela. Desde el chavismo no han escatimado en advertencias sobre un arresto inmediato. El propio González Urrutia ha de ser consciente de ello, pues en declaraciones públicas se ha manifestado preparado para tal escenario. No entiendo cómo un González Urrutia tras las rejas sería beneficioso para la oposición. Cuando este partió rumbo al destierro, dije por esta vía que ello era un golpe para la armonía entre élite y base opositoras, porque se debilitaba el lazo que reposa sobre la sensación de riesgos compartidos. Si González Urrutia regresa a Venezuela pero es detenido, tal vez las masas que lo apoyan aprecien ese sacrificio en términos morales, pero operativamente, a la oposición no le aporta nada.
No hay siquiera señales de cómo piensa la dirigencia opositora presionar por su reclamo el 10 de enero. Aunque logró protestas masivas en los primeros días luego de las elecciones, no se ha vuelto a ver tal cosa. Dos meses después de los comicios, Machado anunció que las manifestaciones pasarían a una nueva etapa, más atomizada y descentralizada. La llamada “estrategia del enjambre”, cuyas posibles fortalezas y debilidades fueron en su momento revisadas en esta columna. Pero no ha habido mayor oportunidad de juzgar su efectividad real, pues solo hubo un evento de esa índole. Hace dos semanas hubo pequeñas manifestaciones en varios puntos de Venezuela y en otros rincones del mundo con comunidades venezolanas, pero fue por las violaciones de Derechos Humanos, más que por el 28 de julio. ¿Es acaso el plan esperar que la presión internacional haga el trabajo de forzar una negociación pacífica con miras a una transición real? Los hechos de 2019 debieron dejar claro que eso no va a suceder y que cualquier apuesta de la oposición en tal sentido es una muy mala apuesta.
Es difícil saber con cuánto respaldo cuenta la dirigencia opositora en estos momentos. La última información confiable de la que disponemos es una encuesta de la firma Gallup de mediados de octubre. Según sus conclusiones, Machado y González Urrutia seguían contando con apoyo inmenso entre los venezolanos: 66% y 65% de la población, respectivamente. Ningún otro político, oficialista u opositor, llegaba a 30%. Si bien el apoyo al dúo líder pudo erosionarse un poco en dos meses, un desplome total es harto improbable. Pero si después del 10 de enero no logran cumplir las expectativas de la base opositora, entonces sí pudiera darse un deterioro severo. Y sin apoyo masivo, será mucho más difícil para la dirigencia ejecutar cualquier plan que se traiga entre manos, si es que se trae uno siquiera. Otra triste consecuencia de la calendariomanía política.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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