Venezuela 1968: Un Cambio Democrático en Medio de la Turbulencia Global
Los veinticuatro meses que abarcaron 1968 y 1969 marcaron un periodo de ruptura a nivel mundial. Su intensidad sin precedentes anticipó la sociedad política y cultural que continúa modelándonos hoy en día. Praga vivió su primavera convertida en invierno bajo los tanques soviéticos. En China, la Revolución Cultural reclamó nuevas víctimas, mientras que en Francia, estudiantes que ondeaban imágenes de Mao y Che Guevara por los pasillos de la Sorbona no lograron desencadenar una revolución proletaria, aunque sí contribuyeron a la histórica renuncia de Charles de Gaulle.
En la Ciudad de México, los estudiantes también salieron a las calles, solo para ser recibidos con balas. En los Estados Unidos, las protestas contra la guerra de Vietnam y el movimiento por los derechos civiles fueron sacudidos por los asesinatos de Martin Luther King Jr. y Robert Kennedy. Culturalmente, la crisis global se expresó a través del rock psicodélico, festivales de música y el movimiento hippie. Mientras tanto, el aterrizaje del Apollo 11 en la Luna en 1969 abrió la posibilidad de que futuros conflictos pudieran desarrollarse en el espacio.
En Venezuela, una ruptura similar impactó tradiciones arraigadas en un siglo y medio de vida republicana. Lo normal era que la oposición accediera al poder mediante revoluciones o golpes de Estado. Los intentos pacíficos, como el de José Manuel Hernández en 1897, normalmente terminaban en fraude electoral, levantamientos, encarcelamientos o exilio. Donde el odio político había interrumpido la alternancia partidaria y el desarrollo institucional, la democracia nacida en 1958 estaba demostrando lo contrario.
Una década después de dos gobiernos consecutivos de Acción Democrática (AD), se abría paso un cambio ideológico en el Palacio de Miraflores. El entonces presidente Raúl Leoni había continuado el trabajo iniciado por Rómulo Betancourt, dejando su propia huella en un periodo recordado en gran medida como uno de cauteloso optimismo y relativa calma—aunque persisten los debates sobre los excesos de la lucha anti-guerrillera.
El 1 de diciembre de 1968, Venezuela celebró su tercera elección democrática consecutiva y la segunda bajo la Constitución de 1961. El candidato de COPEI, Rafael Caldera, ganó por un margen de poco más de 33,000 votos—apenas 1%—sobre el candidato del partido gobernante Gonzalo Barrios. Este resultado estrecho ha sido interpretado a menudo no como una victoria Social Cristiana, sino como una derrota para AD debido a sus divisiones internas y la candidatura alternativa de Luis Beltrán Prieto Figueroa. Al igual que en otros momentos de la historia venezolana, muchos han buscado una única explicación para un periodo políticamente e ideológicamente rico.
Pero a pesar de sus diferencias, ellos [Leoni y Caldera] compartieron una lucha común y fueron factores clave para lograr el cambio democrático.
La victoria de la oposición en 1968 no se debió únicamente a la magnanimidad de un presidente dispuesto a ceder el poder, desafiando la tradición de que “los gobiernos no pierden elecciones,” aunque eso jugó un papel. Ni fue simplemente una estrategia de reparto del poder para evitar un sistema de un solo partido como el modelo “Revolucionario Institucional” de México. La mejora en la calidad democrática estaba arraigada en un compromiso con la continuidad institucional, un deseo de transformación, y un dinamismo quizás nacido del optimismo de la modernidad.
El camino hacia el ’68: Construyendo hacia el cambio
El 15 de abril de 1967, Caldera lanzó su candidatura en el Nuevo Circo de Caracas, afirmando que “empujaría duro” y “desmantelaría el mito de la invencibilidad de Acción Democrática.” Durante la presidencia de Betancourt (1959–64), COPEI había apoyado al gobierno y servido como un pilar de estabilidad durante tiempos turbulentos. Bajo Leoni, con el partido ejerciendo su “autonomía de acción,” la oposición se fundamentó en propuestas concretas, culminando en “El Programa”—el plan estratégico de COPEI para ganar poder en las próximas elecciones. Caldera lo resumió en un artículo de El Nacional del 9 de diciembre de 1966: “La explosión de sentimiento anti-AD es una fuerza potencial que debe canalizarse hacia un objetivo constructivo: dar a los venezolanos un mejor gobierno.”
Las ideas de “cambio” y “programa” permeaban el discurso público de tal manera que en la canción satírica Pablito (sin pistola) de Simón Díaz y Hugo Blanco sobre la carrera presidencial de 1968, se resaltaban ambos temas en referencia a Caldera—junto con su religiosidad. Las ideas socialcristianas se discutían cada vez más, y obras como el libro colectivo Venezuela 68. La realidad nacional ofrecieron un diagnóstico del país desde ángulos políticos, económicos, sociales y culturales. Entre los contribuyentes se encontraban Luis Herrera Campíns, Arístides Calvani, Haydée Castillo, Arnoldo Gabaldón, Ernesto Mayz Vallenilla y la educadora Luisa Elena Vegas. Al mismo tiempo, Caldera estaba construyendo su perfil internacional al dirigir tanto la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA) como la Unión Mundial de Demócratas Cristianos.
Las elecciones del 1 de diciembre de 1968 contaron con cuatro candidatos principales: Barrios, Caldera, el izquierdista Luis Beltrán Prieto Figueroa, y Miguel Ángel Burelli Rivas, este último representando al “Frente de la Victoria”, respaldado por figuras de derecha como Arturo Uslar Pietri y miembros disidentes de AD como Jorge Dáger. Los candidatos menores incluían al empresario Alejandro Hernández y al reaccionario Germán Borregales. Estas terceras elecciones democráticas desataron una ola de campañas mediáticas y declaraciones públicas. Alegaciones anónimas en la prensa acusaban a miembros de COPEI de ser “nazi” que importaron sus ideas de Alemania, mientras que la propaganda socialcristiana destacaba la ineficiencia gubernamental y las largas filas “en la Seguridad Social… en hospitales… para empleos… y teléfonos.”
Pero otros mensajes destacaron—como una columna humorística de la polifacética escritora y compositora Conny Méndez en El Universal el 24 de noviembre, animando a las mujeres a votar por el candidato que mejor representara al país en el extranjero, que no fuera aburrido, y que tuviera un pasado conocido. Ella concluyó: “Dicen que hay siete mujeres por cada hombre, así que nuestro voto cuenta siete veces más que el de ellos.”
Reconociendo diferencias
Tras el anuncio de los resultados electorales, el caricaturista Pedro León Zapata dibujó a un hombre decrépito y vendado en muletas—sonriendo y declarando: “Por un estrecho margen… ¡pero gané!” El historiador Manuel Caballero, parafraseando a Maquiavelo, comentó sobre la victoria de Caldera: “La fortuna gobierna la mitad de nuestras acciones, pero somos responsables de la otra mitad.” Después de diez días tensos llenos de rumores sobre la reversión de los resultados estrechos, el Consejo Supremo Electoral proclamó al nuevo presidente electo. De el discurso de Caldera ese día, la frase que resonó fue: “La República no se perderá en mis manos.” Se refirió al presidente Leoni como un “amigo de muchos años,” recordando el tiempo que dirigieron juntos el Congreso—Leoni como presidente, Caldera como vicepresidente—diciendo: “Mantenemos el respeto mutuo, la cooperación mutua, y la dignidad mutua de nuestras oficinas.” También habían sido los principales firmantes de la constitución de 1961.
Caldera recibió a los demás candidatos en su residencia, donde vinieron a felicitarlo. Los visitantes incluían no solo opositores políticos, sino también figuras del entretenimiento, medios y cultura. Zapata, con su ingenio característico, dibujó una larga cola de camaleón deslizándose en una tinaja—jugando con el nombre de la casa de Caldera, Tinajero—con la leyenda: “El que madruga, coge el agua clara.”
En su quinto y último mensaje presidencial el 7 de marzo de 1969, Leoni hizo un llamado a “la siempre creciente grandeza de Venezuela” y expresó su confianza en que el país sería “llevado adelante con destreza por el nuevo Presidente de la República, mi ilustre sucesor Dr. Rafael Caldera, ahora portador de la confianza del pueblo.”
El ’68 de Venezuela estableció un precedente para una cultura de institucionalismo democrático en un país largo marcado por el odio político. Ese año, y esa hazaña política, pueden parecer distantes hoy. Pero siguen presentes.
La transición pacífica comenzó el 11 de marzo de 1969. En su discurso de inauguración, Caldera señaló que la novedad de la situación había “resaltado la falta de instrumentos legales adecuados para regular el breve pero delicado período entre la elección y la transferencia de poder.” Dos semanas después, Caldera y su esposa, Alicia Pietri, organizaron una cena en la residencia oficial, La Casona, en honor a Leoni, su esposa Carmen América Fernández “Menca,” y el gabinete saliente. Caldera brindó: “Tenerlos aquí esta noche, en esta casa, nos da una gran satisfacción, porque este encuentro fortalece las instituciones que son esenciales para el progreso del país.” Agregó: “La Casona siempre será recordada como la casa de los Leoni.”
El expresidente respondió: “Antagonismos doctrinales, diferencias pragmáticas y contradicciones tácticas son fenómenos comunes en la vida política de la nación, pero nunca deberían impedir un diálogo esclarecedor sobre los grandes temas que afectan el desarrollo del país.” En 1970, la Primera Dama Alicia Pietri fue invitada por la Unión de Mujeres Americanas a otorgar el título de “Mujer de Venezuela” a Menca. Estos gestos simbólicos subrayaron la importancia de la continuidad administrativa en la consolidación del sistema.
Entre la continuidad y el cambio
Una vez en el poder, el gobierno Social Cristiano comenzó a tomar forma—enfocado en la planificación regional y la participación comunitaria. Al tener una minoría en el Congreso, la nueva oposición de AD se declaró inflexible y bloqueó algunos elementos clave de “El Programa,” como iniciativas de promoción de viviendas y de base. El llamado “gobierno del cambio” se llevó a cabo en gran medida en solitario, apoyado por un puñado de independientes.
Algunos pudieron haber creído que el cambio significaba abandonar los proyectos existentes. Sin embargo, la continuidad administrativa prevaleció. En el primer año, se inauguraron varias obras importantes: el aeropuerto La Chinita en Maracaibo, la Universidad Simón Bolívar, el Hospital Miguel Pérez Carreño, y la autopista La Araña–Antímano en Caracas. Los proyectos iniciados bajo Leoni también avanzaron: el complejo petroquímico de El Tablazo en Zulia, el embalse José Antonio Páez en Mérida, y el desarrollo de la represa de Guri en Bolívar. El Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICIT) y la Zona de Libre Comercio en la Isla Margarita—ambos establecidos por Leoni—se desarrollaron.
En política exterior, hubo un cambio significativo—del “Doctrina Betancourt” de no reconocer regímenes de facto a un enfoque de “Solidaridad Pluralista” centrado en la construcción de bloques estratégicos y enfatizando la justicia social internacional. Esta apertura ya había comenzado tímidamente bajo Leoni, quien inició diálogos para establecer relaciones con la Unión Soviética. Ese proceso continuó, junto con la adhesión de Venezuela al Pacto Andino. Uno de los ejemplos más memorables de la continuidad institucional puede ser cómo la Fundación del Niño—creada por Menca—creció bajo Alicia Pietri para convertirse en un referente en el desarrollo infantil en Venezuela.
Quizás nunca sabremos si Leoni y Caldera fueron realmente amigos. Tal vez la educación anticlerical de Leoni, su rigidez ideológica y sus vínculos con el Partido Liberal de Colombia durante el exilio impidieron una relación más cercana. Pero a pesar de sus diferencias, compartieron una lucha común y fueron factores clave para lograr el cambio democrático. Cuando Leoni falleció en 1972, a mitad de mandato de Caldera, fue Caldera quien presidió su funeral en el Salón Elíptico del Capitolio el 7 de julio. Declaró: “…Venezolanos de todos los sectores, de todas las ideologías, y de cada rincón del espectro político, se reúnen alrededor de su ataúd para rendir su admiración y respeto. Que este ejemplo sirva como una lección duradera para las generaciones más jóvenes, ante quienes siempre debemos demostrar respeto por aquellos con opiniones diferentes.”
El ’68 de Venezuela estableció un precedentes para una cultura de institucionalismo democrático en un país largo marcado por el odio político. Ese año, y esa hazaña política, pueden parecer distantes hoy. Pero siguen presentes.



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