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Venezolanos: La Resiliencia y Lucha por la Libertad en la Búsqueda de un Futuro Mejor

Venezolanos: La Resiliencia y Lucha por la Libertad en la Búsqueda de un Futuro Mejor

En una charla reciente con una importante defensora de derechos humanos, me comentaba que, para ella, la voluntad del venezolano era algo especial. Algo diferente. Ella, que tiene muchos años trabajando en pro de la democracia y los derechos fundamentales, considera que, a diferencia de lo que ocurre en comunidades como las cubanas o las nicaragüenses, en los venezolanos hay una esperanza real de cambio, de libertad. Va más allá de la voluntad y el deseo, que desde luego compartimos con otros países oprimidos, como los ya mencionados Cuba y Nicaragua, u otros tantos en el mundo: es la convicción genuina de que, aun con lo cuesta arriba que parece –y en efecto es–, se puede lograr lo que casi la totalidad del país ansía: la libertad.

Esto me recordó, de inmediato, algo que María Corina Machado, con quien tuve la oportunidad de conversar junto a Andrés González de Politiks, desarrolló:

“Cuando uno ve todos estos análisis, estos ‘sesudos analistas’, ‘expertos geopolíticos’, que hacen escenarios con 50.000 variables, siempre hay una que no está: la gente. Para ellos la gente simplemente no importa, y resulta que es la fuerza fundamental, la que ha cambiado la historia de la humanidad.

La gente está allí, y está clara. Cuando me vienen con el cuento de que la gente se desmoraliza, que pierde la esperanza, digo: no. Aquí todo el mundo sabe que lo que está en juego es la vida de nuestros hijos. Esto no tiene límite de tiempo, pero sí tiene urgencia. No estamos esperando que las cosas pasen. Estamos haciendo que las cosas pasen. Pero todo el mundo tiene que trabajar. No depende de mí, ni de Edmundo, ni de un partido. Depende de los 30 millones de venezolanos.”

En efecto, la gran mayoría de los “análisis” (así, entre comillas), suelen obviar, en nombre de los venezolanos, a los propios venezolanos. Es una paradoja interesante y descriptiva: es precisamente la negación del sujeto popular la que explica por qué muchos no vieron cómo, durante tantos años, la sociedad venezolana –abandonada por completo por un Estado que solo funciona para reprimir, torturar y expulsar– se organizó y resistió. Desde su propio metro cuadrado, con sus familias, amigos y vecinos, tejió redes de ayuda, comunicación y soporte. Todo alimentado por la información –real– que circulaba por redes sociales, WhatsApp, el exilio activo y el susurro persistente del boca a boca.

No había mudez. Había susurros. Claros, constantes. Susurros que hablaban de libertad, de reencuentro y de alguien que, por fin, lideraba con el ejemplo y con el entendimiento del monstruo que debía enfrentar; una madre que, como tantas madres, tiene a sus hijos afuera sin saber cuándo volverá a verlos.

Todo ello fue la antesala del primer gran hito político y social en años: la primaria de octubre de 2023. Mientras los mismos agentes de la desesperanza de siempre aseguraban que sin CNE no sería posible aquello y que “el ambiente de primaria” no existía, la gente puso sus hogares para llevar a cabo el proceso conducido por una Comisión Nacional de Primaria constituida por gente valiosa y respetable (con sus deshonrosas excepciones, como todo). Lo que ese día ocurrió, ya todos lo sabemos.

De allí surgió el movimiento social de liberación más grande de nuestra historia republicana. Transversal, unificador, poderoso e inentendible para quien desprecia al pueblo venezolano y a la libertad por igual. Por eso el chavismo –en su versión original, la roja, y en su versión esclavizada, la azul– creyó que vencer a lo que ellos llaman “ingeniería electoral”, aderezada siempre por la represión y la cooptación, era imposible. Que la gente no podría organizarse, votar y defender el voto. Que, al no permitir la candidatura de Machado primero y de Corina Yoris después, era suficiente. Que Edmundo González Urrutia, en apenas dos meses y medio, no podría darse a conocer ni levantar la esperanza de la gente. Que sin dinero ni la posibilidad de enviar mensajes por los medios de comunicación nacionales, la campaña de la oposición fracasaría. Se equivocaron.

El chavismo, como movimiento político, terminó de morir ese día. Cosa poética, si tomamos en cuenta que esa fecha fue escogida para “honrar” el nacimiento del padre de esta desgracia. Y la poesía no solo se tradujo en números (67 % a 30 %), sino también en martillazos, esos que el 29 de julio la gente, de forma espontánea, decidió darles a las estatuas de Hugo Chávez para dejar claro que la decisión de libertad no era solo política, sino existencial. Que la “revolución” estaba acabada, y que ello era, como tantas veces dijo la esbirra predecesora de Elvis Amoroso, una tendencia irreversible.

Desde ese día, el régimen nos declaró la guerra a todos. Ya no solo a los líderes políticos, a los defensores de derechos humanos, a los periodistas (los de verdad), a los estudiantes o a los gremios. No. La declaración de guerra fue contra todos: contra el joven que quiere tener un futuro digno; contra los padres y abuelos que quieren abrazar a sus hijos y nietos; contra el trabajador que no quiere un salario miserable; contra el maestro que quiere seguir enseñando sin morir de hambre; contra el emprendedor que no quiere seguir pagando “vacunas”; contra el militar que no quiere ser parte de un sistema criminal; contra el extranjero que usan como rehén; e incluso contra el niño que no tiene las tres comidas aseguradas. Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y toda esta nomenklatura nos odia. Y desde que se dieron cuenta de que nosotros los despreciamos, nos odian más.

Hoy, un año después, seguimos deseando la libertad. No la hemos obtenido aún. No lo hemos logrado… por ahora. Ha sido más difícil de lo que, incluso para quienes tenemos años advirtiendo la barbarie que significa el chavismo, parecía. Ya votamos, defendimos el voto y mostramos que ganamos. También muchos salieron el día siguiente y otros días después. Miles han huido del país, como millones lo han hecho durante esta última década. Y otros mil están secuestrados o desaparecidos por este régimen criminal. Estamos golpeados física y mentalmente. Estamos con una economía todavía peor que la de hace unos meses. Volvimos a susurrar, como antes. Pero jamás callados, eso sí.

Estamos con fatiga, desde luego, porque luchamos por nuestra vida propia, por “resolver”, pero siempre con un ojo leyendo “cómo va la cosa”, “qué dice María Corina”, “cuándo se moverá la CPI”, y un largo etcétera que, esperamos, nos ayude a que ocurra lo que ya decidimos en las urnas: el rescate de una democracia que hoy valoramos como nunca antes se valoró en el país. Porque la ayuda es necesaria, desde luego. La tiranía es, también, una mafia. Narcos. Terroristas. Así lo dijo el propio gobierno de los Estados Unidos sobre el Cártel de los Soles y su principal cabeza: Nicolás Maduro, cuya recompensa duplicó la que en su momento tuvieron, nada más y nada menos, que Osama bin Laden y Saddam Hussein. Así que, desde afuera, se debe hacer el trabajo también. Pero la guerra no se gana si no se planta bandera en el terreno. Y Venezuela es nuestro terreno. Nuestra patria.

¿Y entonces? ¿Cuánto falta? No lo sé. A veces parece poco. A veces, todavía demasiado. Pero recordemos –y esto es vital– que hemos evolucionado como sociedad. Ya no nos une solo el espanto, como diría Borges, sino el deseo profundo de reconstrucción nacional. El amor por lo que merecemos ser. No pudieron dividirnos. Ni por las distancias. Ni por el hambre. Ni por el miedo.

Estamos, muy importante, organizados, y organizándonos todavía más. Las grietas más grandes de este muro rojo de barbarie se lograron sin que ellos las esperaran, sin que supieran por dónde venía ni cómo. Por ello, lo que más desespera a quienes usurpan el poder, a sus propagandistas y a sus siervos, es que saben que hay martillos por doquier, pero no saben dónde están, ni tampoco cuándo van a usarse. Ese es el poder de los sin poder que describió Václav Havel, sostenido sobre la verdad. Y así, al final, es como caen los muros. No sin ayuda –que la necesitamos, desde afuera e incluso desde adentro del propio sistema–, pero sí desde el factor que no quisieron ver jamás ni la tiranía ni los suyos: la gente. Nosotros. Los venezolanos.

Viva la libertad.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.

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