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Tragedia en Gamarra: La turba que incendió la Registraduría y la muerte de Duperly Arévalo en medio de la violencia electoral

Tragedia en Gamarra: La turba que incendió la Registraduría y la muerte de Duperly Arévalo en medio de la violencia electoral

En Gamarra el sol cae a plomo. Es un pueblo a orillas del imponente río Magdalena donde calienta a 32 grados, una temperatura que hacen hervir el aire y pegar la ropa al cuerpo. En ese calor —el mismo que seca los plátanos en los patios y espanta a los gallos y los gatos de los tejados— empezó hace dos años la tragedia que todavía pesa sobre este pueblo del sur del Cesar. Una tragedia que no ha cicatrizado: una turba enardecida llegó a la pequeña sede de la Registraduría municipal gritando, empujando, amenazando y exigiendo que dejaran competir a su candidato inhabilitado: Fernando Márquez del partido En Marcha. En cuestión de minutos, el bullicio se volvió un voraz incendio que nadie pudo detener.

La multitud había roto los vidrios. Uno de ellos lanzó un tanque de gasolina por la ventana. Y luego después de varios intentos, lanzó un fósforo encendido. El fuego se extendió sin misericordia con las personas que estaban adentro. Duperly Arévalo, una mujer de ojos verdosos y sonrisa generosa, corrió a esconderse en el baño. Tuvo miedo de salir. Creyó que los hombres enardecidos la matarían. Murió calcinada. Era madre de dos hijos —una niña de siete y un adolescente de catorce— y llevaba apenas unos meses trabajando como auxiliar administrativa en la Registraduría. Su nombre se volvió símbolo del horror que vivió Gamarra aquel 28 de octubre de 2023.

Afuera, la confusión era total. Algunos intentaban apagar las llamas con baldes de agua; otros gritaban los nombres de los funcionarios atrapados. Siete personas resultaron heridas, entre ellas Rosenda Contreras, quien quedó en estado vegetativo. No camina, no habla, no come por sí sola. Desde entonces, su familia vive entre la tristeza y la espera.

Los hechos ocurrieron un día antes de las elecciones locales. El pueblo estaba dividido, cansado de más de treinta años bajo el dominio del mismo clan político, los Cruz, una familia conservadora que —según los habitantes— decide quién puede y quién no ser alcalde. En las últimas décadas, el apellido Cruz ha pesado tanto en Gamarra que muchos aseguran que sin su bendición no se gana una elección. Por eso, cuando el Consejo Nacional Electoral inhabilitó a Fernando Márquez, candidato del partido En Marcha, un movimiento fundado por el exministro del interior de Gustavo Petro, Juan Fernando Cristo, el pueblo estalló. El pueblo vio aquella inhabilidad como una maniobra de los poderosos de siempre para mantener el control.

Márquez era un rostro nuevo, apoyado por el liberal vuelto independiente exministro y por quienes soñaban con un cambio. Su inhabilitación, apenas diecisiete días antes de las elecciones, fue la chispa. El fuego llegó después.

La Registraduría, una oficina modesta con paredes blancas y ventiladores que apenas giraban, se convirtió en el epicentro de la furia. Los funcionarios se encerraron para proteger el material electoral. Afuera, los manifestantes gritaban que no habría votaciones. Nadie imaginó que esa mezcla de frustración, calor y política terminaría en una tragedia.

“Gamarra es un pueblo tranquilo —dice la gente—. Aquí no se ven muertos, aquí la violencia pasa cada quince o veinte años.” Pero esa tarde todo cambió. Las llamas no solo consumieron la humilde oficina: dejaron una herida en la memoria colectiva. Desde entonces, la palabra elecciones evoca el miedo.

Para el Registrador Nacional, Hernán Penagos, quien organizó un sentido acto de conmemoración por las víctimas, en el mismo lugar donde ocurrió el incendio, aquel hecho no fue solo una tragedia local, fue una verguenza nacional. Penagos, con la voz quebrada lo ha dicho en varias ocasiones. Para él, no como funcionario público, sino como ser humano, que un grupo de ciudadanos decida quemar vivos a otras personas es una muestra de descomposición social. Por eso, desde que asumió su cargo, Penagos ha viajado al Cesar más de una vez, no solo para reconstruir la oficina destruida, sino para acompañar a las familias de las víctimas y para ayudar a exigir justicia, tanto por sus funcionarios atacados como por el ejercicio democrático de votar libremente.

Penagos también estuvo en Gamarra el 24 de diciembre de 2023, cuando se repitieron las elecciones. Porque ese 29 de octubre las elecciones que la turba enardecida intentó suspender a las malas, se hicieron. Pero la respuesta del pueblo fue unánime: la mayoría votó en blanco, como una forma de protestar. El candidato conservador del clan Cruz no pudo participar y dos meses después, el hermano del candidato inhabilitado, Cristian Márquez, ganó la alcaldía. Para muchos fue el cierre de un ciclo. Para otros, el recordatorio de que el poder en Gamarra no puede seguir siendo asunto de unos pocos.

La Registraduría reconstruyó su sede, levantó nuevas paredes, compró mobiliario, recontrató personal. Pero lo más difícil, dice Penagos, ha sido reconstruir la confianza. No hay manual para eso. Lo ha intentado escuchando, hablando con los familiares de Duperly y de Rosenda, insistiendo ante la Fiscalía para que avance el proceso judicial. Hasta ahora hay algunas condenas ejecutoriadas, pero también prófugos. Los familiares temen que la impunidad vuelva a imponerse, como suele pasar en los pueblos donde el ruido de la política ahoga la voz de las víctimas.

Gamarra sigue siendo el mismo pueblo caluroso, con calles de tierra, motos zumbando en la tarde y vendedores de bollos bajo el sol. Pero algo cambió. En los pasillos de la Registraduría, los funcionarios ahora miran de reojo cada manifestación. El recuerdo del fuego se quedó en las paredes, aunque las hayan reconstruido de nuevo.

El Registrador Nacional ha insistido en que lo ocurrido debe servir de lección. No solo a Gamarra, sino a todo el país. La polarización, dice, no puede ser excusa para la barbarie. En Colombia, donde las pasiones políticas suelen desbordarse, cada elección debería ser una fiesta cívica, no una batalla campal, fue su voz cuando se despidió de Gamarra en la conmemoración de los 2 años de la tragedia que marcó a este pueblo para siempre.

Hoy, en Gamarra todos recuerdan a Duperly, su historia sigue siendo una historia que duele. La historia de una mujer que fue a trabajar y no volvió. De un pueblo que ardió por un candidato que ya no era candidato. La historia de un país que, a veces, olvida demasiado pronto.

El hijo mayor de Duperly, el mismo que tenía catorce años cuando perdió a su madre, fue este año el mejor Icfes de Gamarra. Él y su hermana, que tiene 9 años, siguen rogando por justicia y ruegan también que de la muerte de su mamá el país aprenda algo.

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