¿Por qué el electorado apoya a líderes autoritarios? Análisis de la tendencia hacia el populismo en democracias.
Pedro Benítez (ALN).- Hace unos días, en su programa diario, Cesar Miguel Rondón formuló esta interrogante, de inquietante actualidad en nuestros días, dado la creciente tendencia de una parte del electorado en sociedades democráticas a elegir figuras que ofrezcan soluciones rápidas y efectivas, aunque para ello se deban sacrificar libertades ciudadanas ante líderes autoritarios.
A fin de explorar posibles respuestas realizó un breve foro, donde uno de sus invitados, el economista e historiador español Gabriel Tortella, atribuyó el fenómeno a la habilidad de ciertos líderes autoritarios para aprovechar circunstancias muy concretas, por lo general, en países con debilidades institucionales y sistemas políticos defectuosos. Si uno se pone a revisar a vuelo de pájaro en qué partes del mundo se han dado esos casos a lo largo del último siglo, tiende a darle la razón.
Sin embargo, la actitud del actual inquilino de la Casa Blanca de no reconocer su derrota electoral de noviembre de 2020 (suceso inédito en la república del norte), y el asalto por parte de una turba al Capitolio en Washington el 6 de enero siguiente, fueron advertencias de que la democracia y la libertad no están aseguradas en ninguna parte del mundo.
Ni siquiera en el país que ha servido de modelo político para otros durante más de 200 años.
Los líderes autoritarios no se sostienen solos
Por primera vez, un presidente de Estados Unidos estuvo dispuesto a interrumpir el proceso democrático y seguir en el poder saltándose la Constitución. Todo a cara descubierta, para desconcierto de la opinión pública. Cuatro años después la mayoría de los electores de ese país lo reeligieron.
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Contrario a lo que suele pensarse, los dictadores (o los aspirantes a serlo) son por regla general populares. En demasiadas ocasiones las mayorías se enamoran perdidamente de líderes iluminados. Aun cuando las lleven directamente al abismo, comentan arbitrariedades, persigan a sus oponentes y destruyan libertades básicas como los derechos a opinar y pensar libremente.
Toda dictadura requiere de una base social. Los autócratas no se sostienen solos. Los que les apoyan lo hacen a conciencia. Esto lo advierte Hannah Arendt en su clásico texto Los Orígenes de Totalitarismo cuando afirma que: “Resulta, sin duda, muy inquietante el hecho de que el Gobierno totalitario, no obstante, su manifiesta criminalidad se base en el apoyo de las masas”.
Destruir las democracias… con la democracia
De modo que una democracia puede ser destruida por medio de un proceso democrático, tal como ocurrió en el mil veces citado caso de Adolf Hitler en la Alemania de 1933, tal como lo recuerda el profesor Tortella, y que precisamente inspiró a Arendt a escribir su libro.
Lo que nos recuerda que la cuna del fascismo, el nazismo y el marxismo-leninismo no fue América Latina, sino en la civilizada Europa. Con esto no pretendemos aquí rebatir la tesis expuesta, solo complementarla, porque, efectivamente, las democracias con instituciones defectuosas son más vulnerables al virus autocrático. Pero la experiencia también nos indica que de este no se puede librar ni hasta el cuerpo aparentemente más saludable.
Así, la principal amenaza a las democracias consiste en ser destruidas desde adentro por líderes políticos inescrupulosos, ignorantes y muy ambiciosos que ofrecen soluciones mágicas a problemas complejos. Quitarles a los ricos para darles a los pobres. Cerrar las fronteras y expulsar a los inmigrantes. O culpar a las elites y a los medios de comunicación.
Sea desde la izquierda o desde la derecha el destino de esos liderazgos que ahora se denominan como populistas es una y otra vez el mismo, doblegar a las instituciones y las leyes para ponerlas a su servicio personal.
En América Latina hay abundantes experiencias al respecto, varias de las cuales están en pleno desarrollo.
La naturaleza humana
Pero este recuento, ya conocido, nos lleva a plantearnos algunas preguntas todavía más inquietantes sobre la naturaleza humana:
¿Por qué hay millones de electores dispuestos a seguir apoyando incondicional y ciegamente a líderes a cuando estos sean inconsecuentes con los principios que predican, repitan los mismos vicios que criticaron, incluso a una escala mayor, u objetivamente los perjudiquen?
¿Por qué aceptarle a nuestro líder lo que no le aceptamos al adversario?
¿Fomentar la división de dos extremos opuestos en una sociedad es un truco político tan efectivo?
¿Por qué un grupo se cree con derecho de imponerse sobre los demás y oprimir a otro grupo?
Por ejemplo, durante seis décadas hemos visto a luchadores por la democracia y los Derechos Humanos defendiendo la dictadura de los hermanos Castro Ruz en Cuba. Más recientemente tenemos a sectores de la izquierda y la derecha occidentales coincidiendo en justificar el imperialismo ruso contra el pueblo ucraniano. El trumpoputinismo lo ha bautizado Fernando Mires.
Llevarle la contraria al otro bando ha sido más importante que la defensa de los principios que se dicen enarbolar, porque estos vienen a ser accesorios. Como en frase atribuida por Ramón Díaz Sánchez a Antonio Leocadio Guzmán: “Si ellos hubieran dicho federación, nosotros hubiéramos dicho centralismo”.
La clave de la cuestión podría consistir en que a los seres humanos nos cuesta mucho cambiar de opinión porque la misma es parte de nuestra identidad. Contrario a lo que pensamos, nuestras opiniones no están condicionadas por hechos y datos, sino por nuestra identidad. Cambiarla, por lo tanto, es muy doloroso.
«La democracia de las dictaduras»
Durante miles de años nuestros antepasados convivieron en tribus. Ser parte de una tribu les permitió sobrevivir en el proceso de selección natural. Ser parte de un grupo que nos arropa, nos protege, nos aporta seguridad. Es la seguridad de la tribu. Este tema lo abordó Ana Teresa Torres en su ensayo sobre historia venezolana de 2009, que precisamente tituló La herencia de la tribu.
Se cree que algunas funciones cerebrales podrían estar ancladas en respuestas primitivas que se desarrollaron en el pleistoceno. Eso explicaría la pervivencia del tribalismo en el mundo industrial, cada vez más tecnológicamente complex de nuestros días.
Desde ese punto de vista, tendría sentido ver la cuestión desde una perspectiva histórica más amplia a nuestro propio ciclo vital. Las democracias (tal como la conocemos hoy en día) son un hecho reciente y excepcional.
La mayoría de los gobiernos del planeta no son democráticos y sus sociedades por lo general nunca han conocido este tipo de regímenes políticos. De los 193 países presentes en Naciones Unidas (ONU) solo 71 se cuentan como democracias (entre plenas e imperfectas) según el índice de The Economist 2024.
Esta cuenta es lo que hace de esa organización “la democracia de las dictaduras”; lo que explica que los representantes de Arabia Saudita, Cuba, China, Vietnam o Rusia se sienten en su Consejo de Derechos Humanos; o que Venezuela haya conseguido 105 votos en 2018 para ingresar a esa instancia, mientras que Costa Rica no alcanzó en esa misma elección los 97 votos requeridos.
Democracia y la manipulación de los líderes autoritarios
De modo que los despotismos han sido las formas usuales con la que los seres humanos han resuelto el problema de gobernarse desde que aparecieron las primeras civilizaciones hace cinco mil años. En contraste, las democracias modernas no tienen más de dos siglos de existencia.
Esta es la razón por la cual los Estados abusivos y los líderes autoritarios manipulan la conexión “mágico religioso”. Como ilustra Eloy Torres Román en su recientemente publicada Correspondencia para un venezolano de la decadencia: “Unos usan a Chávez, tal como éste usó a Bolívar; igual que Lenin usó a Marx, luego Stalin usó a Lenin; Raúl usó a Fidel, su hermano, y el atontando de Miguel Díaz Canel, no tiene a quien usar”.
Ahora bien, la democracia siempre tendrá una virtud, por encima de cualquier otra forma de gobierno: permite dirimir nuestras opiniones sin tener que matarnos. Se puede decir que ese es un salto civilizatorio porque el estado natural de los seres humanos ha sido la violencia y la guerra. De una tribu contra la otra.
Para cerrar con una reflexión positiva digamos que esta historia todavía está por escribirse. Después de todo, para usar el ejemplo de Venezuela, su andar democrático comenzó en contra de la corriente mundial de los años treinta del siglo pasado, y en 1958 no había nada en su pasado nacional que pudiera augurar un largo periodo democrático para el país.
@PedroBenitezF.



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