No van a parar – La Gran Aldea
El régimen de Maduro ha tomado un camino de una sola dirección que no ofrece sorpresas. El desconocimiento del resultado electoral, llevado hasta proporciones imposibles de ocultar, fue el comienzo de una decisión sobre cuya evolución nadie puede esperar modificaciones. La oposición liderada por María Corina Machado también ha manifestado la voluntad de mantener una lucha cuya única meta ha de ser el reconocimiento del resultado electoral y la consagración de Edmundo González Urrutia como presidente constitucional de la república. Estamos así ante dos conductas y ante dos declaraciones que solo aconsejan su constatación, es decir, que no permiten el planteamiento de opiniones capaces de ofrecer algún tipo de luz o ni siquiera de llamar la atención de los lectores en torno a lo que pasará en el futuro próximo.
La decisión de la dictadura es de constatación sencilla, debido a que se patentiza en una ola de represión que no solo se ha ocupado de perseguir a líderes conocidos de la oposición, sino también a figuras nuevas en la plaza y a miembros anónimos de grupos que protestaron pacíficamente el fraude electoral. Ha sido una decisión sin embozo que sigue en marcha y que no han tratado de ocultar. Al contrario, han insistido en su divulgación. Los habitantes de los lugares humildes de la capital y de otras ciudades, cercados por guardianes omnipresentes y por equipos antimotines que solo deben utilizarse o exhibirse en situaciones de emergencia, forman parte del paisaje cotidiano de los barrios. Las declaraciones ya habituales del ministro del Interior y de responsables de las fuerzas armadas no dejan dudas en torno a la afirmación de una orientación que puede ser sanguinaria en la búsqueda de sus objetivos, y que no tiene intenciones de cambiar.
El empecinamiento de una represión que parece infinita también se puede constatar en las patrañas divulgadas para justificarla. No tienen recato a la hora de mentir, pese a que a simple vista se observa la endeblez de lo que dicen. Sueltan lo que les pasa por la cabeza sin tomarse la molestia de asomar situaciones o ataques o invasiones o complots que puedan tener un mínimo sustento, una breve dosis de realidad. No se contienen en la hora de acusar a tenebrosos poderes del extranjero, agentes malévolos del imperialismo moderno o antiguo – ahora Estados Unidos y España, por ejemplo- como capitanes de una nueva arremetida letal contra el suelo sagrado. Una fantasía belicista que ardía en los discursos trasnochados del comandante Chávez, pero que había quedado en segundo plano, ha copado otra vez los micrófonos del oficialismo. No les importa que nadie o casi nadie les crea, que le falten reclutas a la milicia que deberá oponerse a los invasores o que los enemigos solo sean de momento dos señores ibéricos que parecen tan perdidos como Colón antes del 12 de octubre.
Si las manifestaciones públicas de la dictadura son así de rudimentarias, ponen en aprietos a la oposición. El hasta el final de María Corina tal vez no haya hecho los planos del camino que librará a la sociedad de la decisión groseramente inequívoca de Maduro y sus acólitos en torno a la sujeción de la sociedad. Precisamente porque es excesivamente directa y sin remilgos, alejada en términos absolutos de la posibilidad de una rectificación, tal vez sea la solución de un choque de trenes lo que puedan pronosticar ella y sus asesores sin forzar el entendimiento, pero también imaginando quién saldrá con las tablas en la cabeza. De allí que probablemente estén cosiendo otros manteles. De cómo bordan y tejen no se sabe nada, porque no va a ponerse a contarlo en la sobremesa y porque se necesitan agujas afiladas y dedales de acero para ilustrar un mapa prometedor para unos compañeros de ruta que ahora no están para encabezar una recluta de activistas.
Pero están o estamos a la espera, sin duda, porque fue muy grande lo que hicimos con ella en la vanguardia y gigantesco lo que nos robaron. Maduro no se detendrá, pero nosotros no somos paralíticos.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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