Ni populismo ni economicismo – La Gran Aldea
En mi memoria aparece muy nítido el recuerdo de un encuentro con el Dr. Pablo Reimpell en la casa matriz de PDVSA. En ocasión de haber sido invitadas algunas organizaciones ocupadas de la investigación social, concentradas en seguir la pista de la pobreza y buscar las posibles salidas. Era un año de algunas décadas atrás, la oficina de este alto directivo tenía unos enormes ventanales que mostraban la vista de un barrio popular que limitaba a cierta distancia con el edificio de la corporación.
Mi curiosidad de sociólogo me lleva a asomarme a la ventana preguntándome en silencio cómo se vería la pobreza desde la sede de la cuarta empresa petrolera del mundo (en esa época). En cierto momento el Dr. Reimpell se acercó y señalando la barriada popular me preguntó: ¿Puede usted decir cómo podríamos transmitir la riqueza que producimos aquí en PDVSA al pueblo, para que estos barrios pobres no sigan existiendo?
Esta pregunta pareció cortar el viento, era la angustia que embargaba a todo el grupo de investigadores sociales presentes.
Han pasado muchas décadas y en Venezuela no hemos acertado en el camino para responder esa crucial pregunta. En muchas ocasiones me acerqué a gente llamada “chavista” y les devolvía la pregunta del Dr. Reimpell, ¿por qué votaste por Chávez?, las respuestas siempre eran las mismas: “Creí que él podía derrotar la pobreza, creí en la efectividad de sus programas sociales y ahora solo estamos agarrados a la bolsa CLAP”. La segunda idea brotaba espontánea: “Creía que los pobres existían como víctimas, que habían sido robados por los ricos”. Eso nos repetía el comandante, por tanto, era justo expropiar y repartir, lo que se denominaba aplicar la “justicia social”.
Aun reconociendo los grandes logros de los años 1958- 1999, en los cuales el país dio saltos descomunales, la matrícula escolar se quintuplicó, las universidades crecieron y se fortalecieron, el Banco Obrero construyó viviendas de calidad para las familias de escasos recursos. El INCE se fundó, creció y adiestró mucha gente con la ayuda de los técnicos arrojados por la guerra mundial, venidos de España e Italia. Se asentó una inmigración portuguesa que generó un extendido comercio de alimentos en las barriadas populares. PDVSA se convirtió en una de las mejores empresas petroleras del mundo.
Sin embargo, los analistas sabíamos que la pobreza estaba allí, crecía y no habíamos encontrado los caminos para extinguirla. Los barrios populares brotaban en terrenos invadidos, sin acceso a servicios, desconectados de la tramas de servicios urbanos (electricidad, agua, aseo urbano, seguridad) albergando una poderosa migración rural y latinoamericana al medio urbano, gente (denominada como marginalidad) en búsqueda desesperada de supervivencia. Aunque sea muy doloroso reconocer la pregunta del Dr. Reimpell seguía en pie.
«Las élites venezolanas, ya sea por su incompetencia en crear instituciones libres o su deseo de crear instituciones políticas y económicas extractivas que les beneficiaran exclusivamente, creyeron que el ciudadano promedio era un tarado culturalmente»
Luego sobrevino el estruendoso fracaso de Chávez quien intentó, echando mano del populismo- socialismo más rancio, resolver los problemas del país. Con su visión militarista creyó que el tema era repartir y para ello se apropió de PDVSA y de las fuerzas armadas, convirtiéndolas en agencias netas del populismo repartidor. El pueblo los llamaba los nuevos repartidores de pollo.
Chávez cayó en la trampa política de creer que la pobreza la generaban los que producían, los que fundaban empresas y obtenían ganancias por ello. Su repartidera esta vez operaba desde un esquema marxista que lo llevaba a destruir la economía privada, expropiar era su lema de lucha. Por este camino destruyó empresas e instituciones que solo lograron empobrecer a Venezuela, generar desempleo y destruir el salario de los trabajadores. No olvidemos Agroisleña, el verdadero ministerio de agricultura de esa época. Los momentos gloriosos de Chávez, paradójicamente, ocurrieron cuando el mercado petrolero alcanzaba los mayores precios de su historia, por supuesto tenía una buena mochila para repartir.
Basado en esa circunstancia económica, Chávez reforzó sus políticas populistas, el tema era repartir comida y bienes a los pobres, desde su visión ideologizada marxista, nunca pensó que la pobreza era algo muy profundo, con una raíz cultural que impedía a grandes sectores participar en procesos de generación de riquezas. Con él Venezuela aprendió que el populismo era un camino falso, la gente no dejaba de ser pobre porque le regalaran una nevera o una lavadora.
Las escuelas no mejoraron, la universidad fue colocada en el campo enemigo, las empresas se destruyeron hasta sólo quedar una décima parte del total. La economía productiva se encogió a una quinta parte. Chávez solo se quedó con los petrodólares, la fuerza que le otorgaba el respaldo militar, policial y la aún viva conexión afectiva que despertó como defensor de los pobres.
El populismo/socialismo fue derrotado como camino para resolver la pobreza. La pregunta del Dr. Reimpell seguía en pie.
Sin embargo, en medio de las penurias que estamos confrontando en este año 2024, hemos adquirido un nuevo capital que parece ser el más poderoso para encontrar el camino que buscaba el Dr. Reimpell, ya desechado el populismo como estrategia para someter los sectores populares, la subida del precio del petróleo y los intentos autoritarios de crecer económicamente, sólo contando con los menguados recursos petroleros que hoy son accesibles en medio de un cementerio institucional y de la pérdida más grande de capital humano que haya sufrido cualquier país latinoamericano.
Hoy sabemos que el real crecimiento económico está vinculado no solo a la subida y bajada de los precios del petróleo, a la posibilidad de repartir, sólo es posible avanzar si se logra el equilibrio que garantiza la separación de poderes, si la propiedad privada y la generación de empresas y emprendimientos es el combustible para generar mejores empleos y salarios, si los trabajadores adquieren más capacidades de forma incesante y son respetados sus derechos. Siempre recuerdo al dirigente popular en Lara que me decía: “Voto por este gobierno porque nunca he visto tantas lavadoras y neveras subir el cerro”.
Un cuarto de siglo ha transcurrido, América latina está hoy invirtiendo en la búsqueda de un nuevo tesoro, distinto a los yacimientos de materias primas, a la búsqueda de oro y piedras preciosas y etc., esta vez afincado en la construcción de una ética del trabajo, reconociendo su dimensión espiritual, una noción huidiza hasta hace poco tiempo. El populismo está desnudo, forma parte de las cadenas que impedían a nuestros pueblos crecer con libertad. Hoy sabemos que el precio que le imponen los dictadores a los pueblos que asaltan es la entrega de su vida. Una variante del modelo chino que pretende hacer creer a la humanidad que el crecimiento económico puede lograrse en medio de la coacción y sujeción a la libertad ciudadana.
Las medidas populistas disfrazadas de políticas sociales son impotentes para tranquilizar al pueblo porque no operan como prácticas inclusivas, son por el contrario actos excluyentes porque su objetivo es acallar, vencer resistencias, son medidas totalmente contrarias a lo más valioso que tenemos los seres humanos, nuestras capacidades, intuiciones y destrezas para crear riquezas en un ambiente de libertad. Si no hay un equilibrio de poderes que proteja la existencia del ciudadano libre, ningún reparto de bienes de forma autoritaria se convertirá en la palanca del desarrollo que transforme el petróleo en el recurso básico para prosperar en libertad. Siempre existirán perdedores y beneficiados designados desde el poder concentrado.
Tampoco son las estrategias puramente economicistas el camino a la libertad, en medio de cualquier sociedad dominada por el autoritarismo se pueden alcanzar logros económicos parciales, pueden crecer algunas industrias, comercios y hasta repuntar actividades económicas primarias, pero no son formas de crecimiento que indiquen o señalen que el país está creciendo armoniosamente, que la gente participa voluntariamente aportando sus mejores esfuerzos. El verdadero crecimiento, además del económico, es fruto de la existencia del Estado de Derecho, de la aceptación de la responsabilidad individual indelegable de cada ser humano, lo que en términos elementales significa que los ciudadanos todos tienen los mismos derechos e igualmente participan en lo que deciden libremente.
El populismo es impotente porque agudiza la sumisión del que recibe al que tiene el poder de decidir. No hay progreso sin libertad como nos dice Rafael Quiñones. Las sociedades libres se construyen por un complejo andamiaje de reglas e instituciones, tanto a nivel vertical como horizontal, tanto alrededor del Estado como alrededor de los individuos sometidos a su poder, para asegurar de estos últimos el mayor nivel de libertad que puedan disfrutar sin aplastar la de sus coetáneos, y que la función del Estado de evitar que la libertad de algunos individuos aplasten a los otros se convierta en tiranía y corrupción. Una sociedad débil institucionalmente, llámese Lucània o Venezuela, genera tanta falta de cooperación entre los ciudadanos para fines comunes como autoritarismo y corrupción en el uso del poder político. Sin reglas y mecanismos para asegurar la vigencia de las instituciones, tanto para contener el poder bruto del Estado como las interacciones de los individuos, la libertad muere y la miseria prospera. Las élites venezolanas, ya sea por su incompetencia en crear instituciones libres o su deseo de crear instituciones políticas y económicas extractivas que les beneficiaran exclusivamente, creyeron que el ciudadano promedio era un tarado culturalmente. Y si la ciudadanía era tarada tanto para ejercer su libertad en lo político, económico y social, era necesario imponer un uso autoritario del poder político para evitar que la sociedad se desintegrara”
El populismo es impotente porque debilita la voluntad de poder del ciudadano, separa, porque escoge a quién beneficia y a quién excluye. No se trata de repartir autoritariamente, el tema es cómo participar en la creación de riqueza que genera un bien como el petróleo, esta era la angustia de Pablo Reimpell que aún permanece en pie pero en cuya búsqueda hemos avanzado. Ya conocemos parte del camino con nuestra participación electoral en las recientes primarias y el último proceso electoral. Sin democracias no habrá progreso porque esta solo existe si se conjugan sus elementos fundantes como nos señala V-Dem, la organización noruega, proyectada al ámbito mundial, cuyo gran objetivo es “proporcionar un conjunto de datos multidimensional y desagregado que refleja la complejidad del concepto de democracia como un sistema de gobierno que va más allá de la simple presencia de elecciones. Distinguimos entre cinco principios de alto nivel de la democracia: electoral, liberal, participativo, deliberativo e igualitario, recopilamos datos para medir estos principios”.
Por tanto, no hay soluciones populistas, ni exclusivamente economicistas, la construcción del camino para transformar la riqueza petrolera en combustible para la democracia incluye elementos no sustituibles, repetimos: sistema electoral transparente (la gente escoge), economía liberal abierta (trabajo, productividad y capacidades), participación y deliberación (asambleas, congresos, partidos que representen los derechos de todos los ciudadanos con más y mejores oportunidades, sin exclusión), adquirir capacidades durante toda la vida, aprender a aprender, poder estar conectado permanentemente con la información, las noticias, el movimiento de la gente en los diferentes sitios del mundo y sobre todo privilegiar nuestra voluntad y espíritu para avanzar..
Ciertamente estamos confrontando un periodo confuso, aunque también es menester reconocer que las brújulas que señalan la ruta democrática están prendidas en nuestros espíritus y en nuestra voluntad. Amén
«Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad» Albert Einstein.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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