Manuel Rosales, un actor buscando un papel
Una cierta interpretación del momento venezolano actual guarda algún parecido con Manuel Rosales. Los atributos e insuficiencias del líder zuliano parecen insinuar, en ocasiones, los confines de la propia palabra transición.
El primero que parece tenerlo claro es él mismo, y por eso, calculadamente, decidió no presentarse en unas elecciones primarias que lo habrían sacado de circulación antes de tiempo.
Rosales le puso la retina al momento y al lugar exactos -el 25 de marzo, minutos antes de la medianoche-, y, sin tener que hacer campaña, se proyecta de nuevo como una opción presidencial, apoyado en el efecto gravitacional que produce en el campo democrático la necesidad nacional de tener un candidato por quien votar, en esta hora de inhabilitaciones y persecución política.
Ante la lluvia de críticas indignadas y rechiflas en su contra, el líder zuliano -y sus adherentes, que los tiene- se encoge de hombros, y antepone en defensa propia un razonamiento que luce digno de ser considerado: no habría sido admisible plantearse la inexistencia de una candidatura comprometida con el cambio democrático en esta cita; no es momento de inmolarse en función de una abstracción, como tantas veces ha ocurrido en el pasado.
Rosales -un político con bastante más riñones de lo que se piensa, y más subestimado de la cuenta- acertó en el tiro, y los argumentos llegaron solos a resguardarlo.
Después de ser castigado con el exilio y con la cárcel, distanciado desde hace mucho de las agendas de protestas callejeras, del relato anticorrupción o de los excesos en materia de derechos humanos, Manuel Rosales encontró una ranura para ser aceptado por el alto gobierno chavista, instancia con la cual mantiene relaciones, al menos, institucionales. Para bien y para mal, es uno de los pocos políticos opositores que tiene acceso verbal a los mandos revolucionarios.
Pero en este deshojar de desengaños que ha resultado ser el liderazgo opositor, son muchas las personas que dudan, y sus motivos tendrán, de Manuel Rosales. Ya no bastará con afirmar que Un Nuevo Tiempo es un partido de vocación unitaria, comprometido con la causa de la Plataforma, diferenciado del equilibrismo político de corte alacránico que parece haberse puesto de moda en una parte del país.
La propia Plataforma Unitaria -cuyos partidos resultaron barridos en los comicios primarios por el liderazgo de María Corina Machado–, ha entrado toda ella en una clara zona de opacidad y descrédito.
No se trata únicamente de esa abrupta ruptura de filas que Rosales ejecutó para ser candidato, tan descriptiva en sí misma de la dinámica interna de las facciones opositoras en estos 25 años.
Muchas fuentes y entendidos temen que Rosales sólo esté dispuesto a ejecutar una maniobra de mediano espectro para completar el círculo de una campaña inofensiva, en la cual todos naturalicemos cualquier desafuero que permita abrirle campos a las compuertas de una nueva reelección del chavismo.
Es decir, que se ejecute una aventura disfrazada de cambio democrático que permita ganar a Nicolás Maduro sin mayores complicaciones, y lo use a él como justificativo, si con esto quedan los propios políticos opositores liberados de retaliaciones ulteriores. Los continuos fracasos y decepciones de una población desesperada por cambiar han colocado a justos y pecadores en estado general de sospecha.
Es el propio Manuel Rosales el encargado de despejar las interrogantes planteadas frente a su persona. Es el precio de haber dado el paso que decidió dar. Quizás no se trate de pedirle que se trasforme en otro Nelson Mandela.
Si su candidatura tiene el criterio flexible y condicionado que él promete; si ésta logra consolidar una modificación “hacia adelante” en el cuadro político actual, o si su convocatoria logra canalizar el descontento ciudadano hacia alguna parte, en armonía con lo que diga María Corina Machado -la gran electora de esta hora, en virtud de su arrastre- el esguince de este momento, quizás, habrá valido la pena.
Manuel Rosales puede estar ante su última, y más importante, oportunidad como hombre público, y tiene que saber que poco o nada habrá logrado desarrollando una rutina electoral convencional para terminar reconociendo anticipadamente cualquier engañifa del chavismo convertida en tradición institucional.
Es el grave problema de fondo que tiene la oferta según la cual “si votamos, cobramos”. ¿Qué hacer si se desbordan las irregularidades y todo el mundo lo nota?, ¿qué decirle a los votantes y adherentes a los cuales se les ha pedido la confianza, consumado un hipotético escamoteo?, ¿cuáles explicaciones se le darán a una población desesperada que ha atendido un llamado ofrecido por otro candidato en calidad de fiador?.
No son todos los papeles que tiene encomendados Manuel Rosales, ni todas las responsabilidades tienen necesariamente que pasar por sus manos. Finalmente, en las elecciones primarias del pasado 22 de octubre, la sociedad escogió con suficiente elocuencia un liderazgo. Lo importante es que se decida a jugar algún papel.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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