El silencio de los corderos
En estos días raros -no los que han precedido a las elecciones presidenciales porque en esos días todo mundo hablaba, teorizaba y anunciaba milagros de recuperación- sino los que siguieron a la elección- han estado marcados por lo que yo llamo el silencio de los corderos.
Cosa inusual después de una contienda electoral, es decir, común luego de cualquier elección en Venezuela.
Nadie ha aparecido -como el ritornelo de los recientes 20 años- a reconocer derrota alguna (Capriles, Rosales, Falcón). No ha salido nadie a explicar los resultados, estado por estado, (Venevisión, Televen, VTV) y las posibles causas de derrotas o victorias. No ha habido barandilla ni aquella forma de clausurar de tajo dudas o reclamos: “tendencia irreversible”.
Y más llamativo aún, los protagonistas de siempre, los de antes y después, es decir, los hombres y analistas de los números y encuestas, han quedado petrificados, mudos, enterrados durante días como cadáveres desnudos. Han hecho el silencio los corderos.
Sí, como el título de aquella película estadounidense de 1991, de los géneros de suspenso y terror psicológico, basada en la novela homónima de Thomas Harris publicada en 1988. Dirigida por Jonathan Demme y con guion de Ted Tally, está protagonizada por Jodie Foster en el papel de Clarice Starling, una joven estudiante en prácticas del FBI que es asignada al caso de «Buffalo Bill», un psicópata que arranca la piel de sus víctimas después de matarlas. Para atraparlo, Clarice deberá recurrir al asesoramiento del doctor HannibalLecter –Anthony Hopkins-, un brillante psiquiatra que es además un asesino en serie y para colmo, caníbal. Nunca sabía uno si el siquiatra decía la verdad o le tendía trampas a la joven aprendiz.
Solo que nuestros corderos – que llevan muchos años chillando y amañando el futuro-, de pronto se han vuelto silenciosos.
Esas son nuestras ovejas falsas, lobos con piel de cordero.
Me estoy refiriendo a unos personajillos de cuyo nombre no quiero acordarme aunque sí de los motes que desde hace años le he encasquetado para mofarme de la caricatura que son, la farsa que son y que han sido durante dos décadas.
Los estafadores habituales. Los lacayos de las cifras y de las leyes, siempre tan dispuestos a alquilarse para posibilitar el delito.
Estos corderitos, tan acostumbrados durante años a declarar públicamente sobre la legalidad, la recuperación, el avance, el repunte, las remontadas y un sinfín de falacias, de pronto han hecho silencio (hasta ayer que hablaron, finalmente, y a coro).
¿Pero qué pasó, Farinelli? ¿Qué pasó Mister Shylock? ¿Cómo puede ser que no hayan calculado la pela? ¿Por qué no aparecen y explican qué les ha fallado? ¿Qué pasó que esta vez no se pudo como siempre?
Imagino, deduzco, yo que no dejo de ser una analfabeta política, que se han camuflado en una semana de afonía para no quedar tan expuestos: ni los números han sido ni son verdaderos, ni las leyes lícitas, ni las palabras certeras, ni la altura tan pequeña.
¿Cuántos años colaborando? ¿Cuántos años señor castrato “cantando” números anómalos, estadísticamente hablando?.
El viejo Shylock, (¿O más bien será el vivo de “Antonio”?) ya directamente inventando cifras, y el hipopótamo del lago de los cisnes, rebuscando los argumentos en la constitución, en el código civil, en el penal y el mercantil, y hasta en el libro de los sueños de San Cono.
Todos tan inocentes corderos. Pero todos han sido lobos con piel de cordero.
Y los nuevos buenos -que de la misma manera han salido de su holgado silencio para saltar la talanquera- pontificando sobre todo lo que en 24 años fue mutismo absoluto. Muertos, robos, violación de derechos humanos, prevaricación. Nuestros nuevos buenos.
Pues sí: hemos tenido a los más exactos “lobos con piel de cordero”. Y ahora también a los que bregan por ingresar a ese club.
El refrán, «Lobo con piel de cordero», ya lo sabemos, se suele utilizar para describir a alguien que aparenta ser inofensivo o bueno, pero en realidad tiene intenciones maliciosas o engañosas. Se refiere obviamente a personas hipócritas que ocultan su verdadera naturaleza bajo una apariencia amable.
Algunos dicen que este aforismo se remonta al mundo animal, a propósito de los lobos que suelen atacar y cazar a los corderos para alimentarse. En este sentido, el lobo representaría a alguien peligroso, y el cordero simbolizaría la inocencia y la vulnerabilidad. Así, cuando alguien actúa como un «lobo con piel de cordero», pretende engañar a otros mostrándose amable y confiable, pero en realidad busca aprovecharse de ellos y sacar ventaja para sí mismo.
¿Y quién le da tribuna a los lobos con piel de cordero? ¿Quién les ha dado poltrona, luces, cámaras, y micrófonos para avalar el engaño? No está difícil, pensemos, hagamos memoria.
Los han entrevistado hasta el cansancio en televisión, radio, prensa como al oráculo de Delfos. Todos estos: Analistas políticos, sociólogos, dirigentes opositores, periodistas y malos periodistas. ¿Cómplices, tal vez? ¿O simplemente estúpidos?
Tanto peor si pensamos que el verdadero origen de la sentencia está en un clásico pasaje del Nuevo Testamento de la Santa Biblia Cristiana. Es una parábola de Jesucristo, descrita en el libro de Mateo, que dice:
“Cuidado con los falsos profetas. Llegan disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos devoradores. Los conocerás por lo que hacen. Las espinas no dan uvas, y las ortigas no dan higos. (Mateo 7:15-16).
En esta parábola, Jesús trata de advertir a sus fieles sobre una de las peores condiciones de los seres humanos: la falsedad.
Las personas falsas tratan de engañar a los demás en un intento de obtener ventajas (¿beneficio personal? ¿contante y sonante?) y en este proceso no tienen en cuenta los sentimientos o la vida o la desgracia de los otros. Que son millones.
Somos millones.
Hay investigadores que le atribuyen la expresión “lobo con piel de oveja” a la famosa fábula homónima del escritor griego Esopo. Y sí, es en parte verdad. Sin embargo, como muchos otros autores, Esopo se basó en la parábola descrita en la Biblia para construir su historia.
La fábula del lobo y el cordero ha sido adaptada en diversas culturas a lo largo de la historia: el lobo se hace pasar por un cordero inocente para ganarse la confianza de otros animales y, finalmente, atacarlos.
No se salva el mundo de la literatura; en ella, el uso de metáforas es la herramienta perfecta para transmitir significados y crear imágenes vívidas en la mente del lector.
Y en la literatura universal, por supuesto, vuelve a aparecer el “lobo con piel de cordero”.
Uno de los ejemplos más conocidos es el personaje de Jekyll y Hyde en la novela “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde” de Robert Louis Stevenson. El personaje del Dr. Jekyll es presentado como un hombre amable y respetable durante el día, pero se transforma en el malvado Mr. Hyde por las noches. Esta dualidad representa la naturaleza humana y la lucha entre el bien y el mal. Esa brega que ha quedado al descubierto.
En Venezuela, ya sabemos quiénes son los lobos con piel de ovejita. Tristemente entre nosotros el hombre ha terminado por ser el lobo del hombre.
PD Los resultados electorales no los menciono porque obviamente son del “popol vu”, expresión endógena de su inolvidable autor, el Capitán Eructo, en vivo y por tv porque le sonaba a “vox populi”.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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