El sacerdote detrás de los Doce Apóstoles: La condena de Santiago Uribe y el legado de Gonzalo Palacio
Con esta sentencia de 303 Santiago Uribe recibió la drástica condena de la que se salvó Gonzalo Palacio quien murió protegido por la iglesia hace 5 años
La mañana en que entraron a la casa del sacerdote Gonzalo Javier Palacio Palacio, el barrio Laureles parecía seguir en su rutina habitual. Los perros ladraban sin convicción y el tráfico afuera sonaba como cualquier martes, pero dentro de la vivienda la escena tenía otra temperatura. Ante la incredulidad del sacerdote, los agentes avanzaron en silencio, revisaron muebles, cajones, papeles y terminaron deteniéndose en una mesa donde reposaban dos biblias. Una tenía las hojas amarillentas de tanto pasar dedos devotos. La otra, más pesada, reveló el hueco tallado entre sus páginas y adentro un revólver calibre 30 que estaba envuelto en un pañuelo. El cura observó la escena sin perder la compostura. No parecía sorprendido por el hallazgo, como si desde hacía años supiera que ese momento llegaría. El dijo con tranquilidad que era para protegerse.
Afuera, la noticia empezó a correr entre los vecinos. Algunos repetían que era un malentendido, otros bajaban la voz para recordar lo que se decía desde hacía tiempo sobre el sacerdote. En Yarumal, a 80 kilómetros de allí, el eco fue más fuerte. Las historias sobre el cura que guardaba un arma en una biblia no eran nuevas. Lo que sí era nuevo era que, por primera vez, la justicia parecía tomar en serio los rumores de su participación en la conformación del grupo de los Doce Apóstoles, la organización de limpieza social que marcó a la región en los años noventa.
Tres décadas después, la condena de Santiago Uribe Vélez a 28 años de cárcel por homicidio agravado y concierto para delinquir devolvió a la memoria colectiva aquel episodio. El fallo del Tribunal Superior de Antioquia –Sala Penal de decisión- no solo confirmó la existencia del grupo paramilitar, sino que reactivó el interés por quienes lo habrían impulsado junto al ganadero: entre ellos, un sacerdote nacido en Entrerríos que llegó a Yarumal con alma de predicador vehemente y fama de hombre rígido, con un poder que no se explicaba solo por la sotana.
Gonzalo Javier Palacio había crecido admirando al obispo Miguel Ángel Builes quien en su época dividía parroquias y familias por sus sermones encendidos contra los liberales pero terminó cobijado por el Vaticano.
Escucharlo marcaría para siempre su forma de entender el mundo. Un joven Palacio aprendió que la política conservadora debía pronunciarse desde el púlpito y que defender el orden social era un deber casi sagrado. Cuando llegó a Yarumal en 1960, encontró un pueblo donde la religión era una brújula social y él, con apenas 27 años, comenzó a ocupar un lugar que iba más allá del confesionario. No usaba sotana, caminaba entre la gente con naturalidad, y decía las cosas de frente y sin miedo. Muchos lo admiraban por eso. Otros tantos empezaron a temerle.
Durante años, las ceremonias en la iglesia Nuestra Señora de las Mercedes tuvieron un tono que mezclaba teología y advertencias políticas. La guerrilla crecía en las montañas, los secuestros se multiplicaban y la frontera entre la seguridad local y la justicia por mano propia empezó a desdibujarse. Según los expedientes que después se acumularon, ese ambiente creó el espacio perfecto para que apareciera una organización que pretendía limpiar el municipio de quienes consideraban indeseables. Y entre los nombres que se repetían en las declaraciones estaba el del sacerdote Palacio.
Los testigos hablaron de reuniones en una fuente de soda llamada Los Alpes, de conversaciones a media voz, de tragos compartidos antes de noches que terminaban con un muerto. La policía recibió quejas de habitantes que aseguraban que el cura usaba información confidencial de confesiones para señalar personas, y que mantenía contactos con el batallón Pedro Nel Ospina. El propio comandante de la Policía de Yarumal en los años noventa, el mayor Juan Carlos Meneses, relató que varios comerciantes financiaban la operación de un grupo que ejecutaba a marginados sociales, militantes de la Unión Patriótica, hombres y mujeres acusados de colaborar con la guerrilla, habitantes de calle o simples desconocidos a quienes alguien consideraba sospechosos. El Mayor meneses fue se convirtió en testigo estrella de la Fiscalía y en fuente de la periodista Olga Behar para creación de su libro El clan de los doce apóstoles, publicado en 2011, basado en una conversación con la veterana reportera, y que terminó asilado fuera del país.
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Un cura con suerte que la Iglesia protegió
La captura del sacerdote ocurrió en 1995. Pasó seis meses detenido y luego fue liberado. Nunca fue exonerado por completo, pero tampoco volvió a la cárcel. La Iglesia Católica movió sus hilos para reubicarlo lejos de Yarumal. Primero en Medellín, luego en la parroquia San Joaquín, donde continuó oficiando misa sin que los procesos judiciales se asomaron a su rutina. Allí, entre blancas y velas, fue increpado varias veces por feligreses que habían perdido familiares en aquellos años. Él los escuchaba con la misma serenidad con la que miró su biblia vaciada el día del allanamiento. Siempre decía que no tenía nada que ver con los crímenes. Los feligreses y las víctimas decían lo contrario.
La justicia colombiana tardó más de dos décadas en retomar el hilo. En 2012, cuando Meneses reactivó sus declaraciones, los testimonios de paramilitares como Don Berna y Salvatore Mancuso señalaron nuevamente la existencia del grupo y el papel que cada miembro habría desempeñado. Aunque el cura Palacio ya no estaba en Yarumal, su nombre regresó a ser parte de los expedientes. Para entonces era un anciano que asistía puntualmente a la parroquia de Laureles, enseñaba español a quien se lo pidiera y conservaba la costumbre de corregir errores de dicción en cualquier conversación, como lo hacía con rigor en los colegios de sacerdotes donde enseñaba con severidad español y gramática.
Murió en el año 2020, a los 87 años, sin recibir una condena. Su historia quedó repartida entre quienes lo defendían como un sacerdote valiente y quienes lo recordaban como el cura de las dos biblias, el que entregaba nombres a los paramilitares que luego aparecían fusilados y caminaba por el pueblo con la seguridad de quien se sabe intocable.
Pero a quien la justicia sí le cobró sus actuaciones ilegales que lo llevaron a ser acusado. Fue a Santiago Uribe quien estaba libre después de dos años de prisión tras la defensa del también abogado de su hermano el ex Presidente Alvaro Uribe, el penalista Jaime Granados. Estaba acusado por su presunta responsabilidad en el el asesinato del chofer de bus Camilo Barrientos y por el mismo caso de conformación del grupo paramilitar ‘Los 12 apóstoles’ en Yarumal, Antioquia por el que fue condenado por el Tribunal de Antioquia a 28 años de prisión.
Este es el expediente de 303 páginas de la Sentencia que llegó años después de 30 años sucedidos los hechos:



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