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El relato histórico y la búsqueda de libertad en el discurso del Nobel de la Paz 2025

El relato histórico y la búsqueda de libertad en el discurso del Nobel de la Paz 2025

He venido a contarles una historia, la historia de un pueblo y su larga marcha hacia la libertad”. Así comienza el discurso de aceptación de la ganadora del Premio Nobel de la Paz de 2025.

Esa “marcha hacia la libertad” no es un invento suyo, sino un guiño a la obra La larga marcha de la sociedad venezolana hacia la democracia, del historiador Germán Carrera Damas, quien se atrevió a señalarla —cuando apenas muy pocos la consideraban relevante dentro de la política— como la culminación de la Revolución de Octubre, que nos dejó el voto universal en 1946: “Es la primera mujer en la historia de Venezuela que asume el compromiso de restaurar la democracia y la libertad. Difícilmente se da una culminación de la revolución de octubre más clara que esa”.

Pero Carrera Damas no es el único historiador que ha manifestado su respaldo a la laureada. En la otra acera de la historiografía, Elías Pino Iturrieta la ha calificado como la mujer más importante en la historia de Venezuela; y eso no es poca cosa: viene de un intelectual que ha sido estudioso y crítico del culto a la personalidad, y quien ha insistido siempre en la urgencia de un relato que sirva de base para una oposición que por años ha ensayado estrategias contra el poder, pero que, sin una narrativa sobre el pasado, parecieran destinadas al fracaso.

Cosa distinta han pensao en Miraflores desde mucho antes de la creación del Centro Nacional de Historia, que a partir de 2007 empezó a reescribir la historia. Con el fin de darle sentido a su proyecto autoritario, Hugo Chávez pudo concatenar un montón de hechos y personajes históricos en un mismo relato, sin ningún vínculo real ni ideológico. La historiadora Inés Quintero ha escrito al respecto en La historia al servicio del poder: Venezuela, de república a bolivariana. Lo mismo hizo incansablemente el historiador Manuel Caballero en su vasta obra publicada en la primera década de este siglo; y a eso también se ha dedicado la historiografía profesional, dentro y fuera del país, en los últimos años.

No han sido pocos, pues, los críticos de ese relato falsificado.

Un relato que empieza con Guaicaipuro resistiéndose a la codicia imperial de Felipe II en el siglo XVI, que luego transita por las revueltas esclavas del siglo XVIII con José Leonardo Chirinos a la cabeza, y se detiene un buen rato sobre la revolución de independencia de la manera más engañosa posible: presentándola como un movimiento popular de los menos favorecidos, cuando en realidad fue promovida por la élite económica del momento y consolidada gracias a un hombre blanco y rico: Simón Bolívar.

El discurso prosigue hacia el inestable siglo XIX, en el que Ezequiel Zamora aparece como héroe central, referente de los campesinos, cuando en realidad fue un esclavista en tiempos republicanos al servicio de la dictadura de los hermanos Monagas.

Salvo por los grupos guerrilleros y lo que representó el Caracazo, para Chávez el siglo XX fue un siglo perdido. Así lo escribió en El libro azul y así también se lo dijo a la historiadora Margarita López Maya poco antes de ganar las elecciones en diciembre de 1998: “Me dijo a mí, que soy historiadora, que en Venezuela no había pasado nada importante desde 1830 hasta el 4 de febrero de 1992”.

El relato de Chávez no destaca mayor cosa de esa centuria y culmina con la asonada del 4 de febrero y su ascenso a la presidencia en 1998.

Frente a este discurso, ha sido realmente poco lo que los líderes de la oposición han manifestado sobre el pasado. Ninguno se ha detenido tan siquiera a repasar la historia, más allá de los lugares comunes, la confusión de fechas y los referentes canónicos que la historiografía oficial y el regionalismo han impuesto a lo largo de más de 100 años: las exaltaciones al procerato de la independencia, a los dictadores andinos (a quienes nunca les faltan aduladores pese a lo que representaron sus gobiernos) y a la nueva sacralización de los gobiernos de Acción Democrática y Copei, que, a fin de cuentas, nos trajeron hasta aquí.

De manera que el relato histórico en el discurso de aceptación del Nobel no solo es nuevo, porque nos muestra una mirada diferente acerca de quienes fuimos y en quiénes nos hemos convertido, sino porque no se detiene en nombres ni en relaciones maniqueas: presenta una visión global de la historia, una marcada por la diversidad y por la búsqueda de la libertad.

Sin embargo, tampoco escapa de algunas imprecisiones y omisiones: la Constitución de 1811 no consagró la libertad religiosa, tampoco fue la tercera del mundo hispano (la precedió la de Tunja, apenas 12 días antes) y el liberalismo no es una cosa rara para los venezolanos: fue la gran bandera del siglo XIX, que no aparece retratada en estas líneas, así como tampoco aparecen las cárceles, los exilios y los fraudes electorales que padecimos con otros mandones en el pasado.

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