El Nuevo Corolario Trump y su Impacto en Venezuela: Geopolítica y Seguridad Nacional en el Hemisferio Occidental
La nueva Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos (NSS 2025) confirma un giro que los grandes teóricos de la geopolítica anticiparon hace un siglo: el poder global no se define en aventuras remotas, sino en la capacidad de controlar el rimland, el borde marítimo y territorial inmediato desde el cual se proyecta fuerza hacia el resto del mundo.
En ese sentido, el documento supone una relectura reforzada de la Doctrina Monroe: no como nostalgia imperial, sino como ejercicio de realismo estratégico adaptado al siglo XXI. Si la Guerra Fría expandió el teatro de operaciones hacia Eurasia (la obsesión del “Heartland” de Mackinder y las aspiraciones euroasiáticas de Brzezinski), el siglo de la interdependencia ilícita (migratoria, criminal, tecnológica) devuelve el centro de gravedad al Hemisferio Occidental.
La NSS 2025 lo formula de manera explícita: el objetivo es asegurarse de que el Hemisferio permanezca lo suficientemente estable para impedir migraciones masivas, negar incursiones hostiles de potencias extrahemisféricas y desarticular el poder de cárteles y organizaciones criminales transnacionales que amenazan la seguridad de Estados Unidos.
En el mapa que traza esa estrategia, el Caribe —y con él Venezuela— deja de ser periferia para convertirse en frontera interior de la seguridad estadounidense.
Doctrina Monroe reforzada
Desde finales del siglo XIX, Alfred Thayer Mahan entendió que el poder de Estados Unidos se definiría por su control de las rutas marítimas y los estrechos que conectan el Atlántico con el resto del mundo. Más tarde, Nicholas Spykman insistió en que lo decisivo no era dominar el corazón continental de Eurasia, sino el rimland, la franja litoral que rodea ese corazón y conecta los grandes océanos.
La NSS 2025 recoge, aunque no los cite, esos dos legados:
Prioriza el control del Hemisferio Occidental, sus rutas marítimas, sus puertos y sus cuellos de botella.Define como interés vital evitar que potencias externas adquieran control sobre activos estratégicos en la región.Considera la migración masiva y el crimen organizado como amenazas equivalentes a la acción de potencias rivales.
No es aislacionismo, es contención actíva en el espacio que realmente importa: el entorno inmediato. Un Estados Unidos que se concentra en el Caribe no se repliega, se re-centra. Esto, desde luego, no gusta en Europa, pero corrige (o busca corregir) un error que lleva ya mucho tiempo.
El Caribe como teatro prioritario: militarización, vigilancia y control del rimland
Leída desde esta clave, la presencia naval, aérea y de inteligencia estadounidense en el Caribe no puede interpretarse como un simple operativo policial ampliado. Es, más bien, el rediseño del sistema de seguridad del Hemisferio Occidental. Para decirlo sin eufemismos: llegó para kederse.
El Caribe, históricamente zona de tránsito, se convierte en un espacio de primacía estratégica donde se define el orden hemisférico. En él convergen:
1. Rutas del narcotráfico que alimentan la violencia continental y financiaron durante décadas a regímenes y organizaciones armadas.
2. Flujos migratorios que ningún muro puede contener mientras la causa primaria —la destrucción institucional y económica— permanezca intacta.
3. Nodos logísticos e infraestructura crítica (puertos, cables submarinos, telecomunicaciones, energía) donde China, Rusia e Irán compiten por contratos, concesiones y presencia física.
4. Espacios de proyección para narco-Estados capaces de exportar inestabilidad y ofrecer santuario a redes criminales globales.
En ese entramado, Venezuela (o, más precisamente, el Cártel de los Soles incrustado en el aparato estatal venezolano) no es un actor más: es la pieza clave del rompecabezas. Y es aquí donde la geopolítica se cruza inevitablemente con la política venezolana.
La permanencia del chavismo es incompatible con los intereses estratégicos de Estados Unidos
Muchos análisis (por cálculo, cobardía o complicidad) esquivan una obviedad: un régimen que combina crimen organizado, alianzas con potencias hostiles y protección activa a grupos terroristas no puede coexistir con el interés nacional estadounidense. No es una diferencia ideológica: es una incompatibilidad estructural.
El chavismo no funciona como un gobierno clásico. Es una economía ilícita diversificada que depende de:
Tráfico de cocaína y oro, con participación directa de jerarcas políticos, militares y policiales.Reconfiguración demográfica vía migración forzada, que expulsa población y genera flujos que pueden ser usados como arma de presión regional.Protección y logística para aliados terroristas (Hezbollah y otras organizaciones) y guerrillas colombianas (ELN, disidencias de las FARC).Dependencia tecnológica, financiera y de inteligencia de Cuba, Rusia, China e Irán.
Un sistema así no puede ser reformado, ni puede ser socio de nada que se parezca a la seguridad hemisférica. Hablar de una “transición ordenada” encabezada por figuras como Jorge o, especialmente, Delcy Rodríguez, es ignorar que forman parte orgánica de ese entramado. No se trata de cambiar de capo, se trata de desmantelar una estructura narco-criminal.
En este marco, el testimonio del general Hugo “El Pollo” Carvajal ante cortes estadounidenses no inaugura un relato: confirma judicialmente lo que periodistas, analistas y víctimas denuncian desde hace años. Muchas de las operaciones, vínculos y decisiones que describe habían sido ya documentadas; otras que hoy se conocen encajan con patrones que la sociedad venezolana sufría en carne propia.
La diferencia está en el foro: Carvajal declara bajo juramento, ante la justicia de Estados Unidos y ante la mirada de su comunidad de intelijencia. Y lo hace como quien fue el jefe de inteligencia de Hugo Chávez, no un opositor más.
Lo que emerge de ese conjunto es claro: la exportación deliberada de drogas, crimen y caos fue política de Estado. No fue corrupción: fue estrategia.
Esa estrategia buscaba debilitar a Estados Unidos, infiltrar sus comunidades, alimentar la violencia y financiar al régimen. Fue una forma de guerra asimétrica, inspirada y asesorada por el aparato cubano, en coordinación con guerrillas colombianas y actores terroristas globales.
Un régimen que usa el narcotráfico como arma y que actúa como santuario de redes criminales globales no puede ser tolerado en el rimland estadounidense.
La migración como vector estratégico
Para la administración Trump —y para cualquier actor racional que lea la NSS 2025— la migración masiva no es un accidente humanitario: es un vector estratégico. El documento es explícito al declarar que “la era de la migración masiva ha terminado” y que el control de fronteras es el núcleo de la seguridad nacional.
En ese contexto, la diáspora venezolana (más de nueve millones de personas expulsadas por la tiranía) no puede ser leída como una fatalidad económica ni como consecuencia de sanciones (aunque los propagandistas y lobistas insistan en ello): es el resultado directo de un sistema que destruyó deliberadamente las condiciones de vida para consolidar su poder y exportar inestabilidad.
Desde la óptica de la política doméstica estadounidense, esto importa porque:
El flujo migratorio impacta sistemas de salud, educación y seguridad en estados clave.Alimenta tensiones políticas internas, reconfigura debates electorales y refuerza narrativas de crisis.Puede ser usado por el régimen como palanca de presión sobre países vecinos y sobre el propio Estados Unidos.
Si la NSS sostiene que la seguridad nacional exige controlar la migración en su origen, entonces la ecuación se simplifica: controlar la migración venezolana implica atacar su causa principal; la permanencia del narcorégimen.
Venezuela: del hub criminal al hub energético
En este punto, la frase de María Corina Machado captura mejor que cualquier informe de think tank la ecuación estratégica: “Venezuela va a pasar de ser el hub criminal de las Américas a convertirse en el hub energético de las Américas”.
La alineación de intereses es extraordinarimente clara:
Estados Unidos necesita estabilidad energética hemisférica, fuentes confiables de crudo y gas, y socios que no estén alineados con China, Rusia o Irán.América Latina necesita mercados seguros, acceso a energía competitiva y menor dependencia de actores extrahemisféricos que politizan contratos y deudas.El Caribe requiere un entorno libre de redes criminales que conviertan a la región en un corredor ilícito y una trampa de violencia.Los venezolanos necesitamos libertad, retorno y reconstrucción.
Venezuela, con sus reservas y su posición geográfica, podría ser un nodo de estabilidad y abastecimiento en lugar de un epicentro de crimen y expulsión de población.
La conclusión, entonces, deja de ser moral y pasa a ser estratégica: el fin del chavismo no es un gesto altruista hacia los venezolanos; es condición necesaria para la estabilidad hemisférica.
Negociar bajo designación terrorista: desmantelar, no convivir
Muchos interpretan que, si Trump vuelve a conversar con Maduro, será para buscar una fórmula de “coexistencia” o algún tipo de truqueo político. Esa lectura ignora por completo el marco doctrinario que la propia NSS establece.
En una estrategia que considera terminada la era de la migración masiva, que declara a los carteles y organizaciones criminales como amenazas prioritarias y que reafirma un corolario Monroe que exige expulsar a potencias hostiles del Hemisferio, las negociaciones con una estructura criminal designada como terrorista no pueden tener como objetivo “compartir poder”.
Lo que se negocia en ese contexto es otra cosa:
Retiro de figuras centrales.Desmovilización de estructuras armadas y paramilitares.Entrega (explícita o de facto) de ciertas piezas clave a la justicia.Desmantelamiento gradual de redes financieras, logísticas y militares.
En otras palabras: si hay negociaciones serias, serán logísticas, no políticas. La pregunta no será “¿cómo convivimos?”, sino “¿cómo termina esto sin un colapso violento e incontrolado?”.
Nuevo equilibrio de fuerzas: esta vez el poder no está del lado del régimen
Durante años, el chavismo se enfrentó a jóvenes con escudos de madera en las calles, a una oposición fragmentada y gattopardiana, y a una comunidad internacional oscilante entre la indiferencia, el cansancio y el paciguamiento. Esa etapa se agotó.
Hoy, la ecuación es otra:
Existe un presidente legítimamente electo, reconocido por la evidencia y por el mandato popular.Hay un liderazgo democrático cohesionado, con una ruta unificada que combina presión interna, estrategia internacional y clara narrativa de transición.Hay un país que, cuando pudo votar sin control total del miedo, lo hizo por una ventaja superior a cuarenta puntos a favor del cambio.Y, sobre todo, hay un despliegue militar estadounidense en el Caribe con capacidad real de alterar la situación en días, no en años.
El régimen lo sabe. Por eso busca desesperadamente una narrativa de “diálogo”, “coexistencia” y “normalización”, en la que figuras como Delcy Rodríguez aparecen como supuestas moderadas y cartas de recambio.
Pero en el contexto de la NSS 2025, la palabra “diálogo” ya no funciona como escudo:
Si hay negociación, será para ordenar la salida.Si no la hay, la salida ocurrirá igual, pero usando esta frase que es parte de la doctrina: paz a través de la fuerza.
La seguridad hemisférica y la libertad de Venezuela son la misma causa
La Doctrina Monroe reforzada no es, en sí misma, una amenaza abstracta contra América Latina; es una advertencia concreta para los actores —estatales y no estatales— que creen que pueden convertir al Caribe en un santuario criminal bajo protección de potencias extrarregionales.
Su mensaje central puede resumirse así: la seguridad de Estados Unidos comienza en el Orinoco y en el Darién, no en el Hindu Kush.
Venezuela se ha convertido, por decisión del régimen, en el principal vector de desestabilización del hemisferio: narcotráfico, migración forzada, alianzas con potencias hostiles, protección a grupos terroristas.
Su liberación deja de ser una agenda romántica o meramente democrática para convertirse en lo que siempre fue:
Geopolítica pura.Defensa hemisférica.Reconstrucción del orden y la seguridad.
Por primera vez en muchos años, las necesidades estratégicas de la mayor potencia del mundo coinciden casi perfectamente con las necesidades vitales del pueblo venezolano: desmontar un narco-Estado que amenaza a todo el continente y abrir paso a una Venezuela libre, democrática y capaz de convertirse en socio energético y de seguridad, no en origen de caos.
Ese cruce (entre seguridad nacional estadounidense y emancipación venezolana) define el nuevo tablero. Ignorarlo, minimizarlo o cubrirlo con retórica de falsa neutralidad no es pragmatismo: es miopía histórica.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.



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