Democracia, libertades y bien común
En el imaginario colectivo el concepto de bien común puede llegar a ser abstracto y con cierta indefinición, aunque todos intuimos que es uno importante para la vida ciudadana. Pudiésemos decir que va mucho más allá de los bienes y abarca todo un conjunto de condiciones y relaciones que permiten que las personas puedan vivir una vida plena y digna dentro de la sociedad.
Dada su importancia para la vida armoniosa de una nación, el bien común es centro de la acción política, además de jugar un rol protagónico dentro del Derecho, ya que representa una de las bases del denominado Estado de Derecho.
Entre otras características que podemos citar están que, por definición, los “bienes comunes” favorecen a todas las personas, no excluyen a ninguna persona de su uso o consumo, pueden agotarse, pueden ser materiales, como sistemas de alimentación, vivienda, infraestructura, etc., o inmateriales como seguridad, justicia, libertad, sólo para nombrar algunas.
“Sin libertades individuales, la capacidad de las personas para contribuir al bien común es muy limitada”
Por otro lado tenemos a las libertades individuales, las cuales sientan los cimientos de los derechos de las personas para que estas puedan tomar sus propias decisiones y actuar según sus convicciones y valores. En muchos casos, las discusiones políticas e ideológicas son llevadas por una supuesta incompatibilidad entre ambos conceptos.
En realidad no hay tal contradicción, tampoco son mutuamente excluyentes. Es todo lo contrario. Hay una íntima relación entre ambas. Sin libertades individuales, la capacidad de las personas para contribuir al bien común es muy limitada.
Sin libertades individuales la innovación y la creatividad se encuentran con un espacio restringido. El libre pensamiento carece del ambiente apropiado, y la experimentación con ideas novedosas es escasa. El individuo se acostumbra a obedecer, las ideas son impuestas y seguidas, así estas, como históricamente ha pasado, sean contraproducentes para el país entero.
Sin libertades individuales las personas no pueden desarrollar plenamente sus talentos y capacidades. El desarrollo pleno va atado a la posibilidad de escoger la profesión, la educación a recibir, hasta las actividades de ocio que quiere realizar. Esa opción abierta a decidir sobre lo concerniente a sus vidas, abre las puertas al desarrollo productivo-económico, y a aportar al mismísimo bien común.
Por último, las libertades individuales son necesarias para la vida democrática. La libertad de participar en la vida política del país, la libertad de expresión, el derecho a la libre asociación, son ejes fundamentales para la construcción de una sociedad próspera y virtuosa, lo que a su vez impacta de gran manera y positivamente en el bien común.
La promoción de las libertades individuales tampoco está reñida con lo institucional, con la definición e implementación de normas que rigen nuestra vida en sociedad. De hecho, esos mismos acuerdos sociales de normas y orden, pueden, a su vez, alinear incentivos y acciones a favor del bien común.
Atrás quedaron las ideas que invocaban la exclusividad del socialismo con respecto a todo lo que tiene que ver con el bien común. La realidad actual y la histórica son evidencias claras de que esto no es así, y que es un sistema que apunte hacia una democracia liberal, con todo lo que ello implica acerca de las libertades individuales, es el que puede garantizar las condiciones y el ambiente propicio para el desarrollo pleno y digno de cada ciudadano.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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