Con fraude no sirve – La Gran Aldea
¿Qué es “una elección que le sirva al país”? Tiempo atrás, la respuesta a esa pregunta era obvia. Al menos entre las huestes opositoras. Pero como tantos otros, ese consenso también se rompió.
“Necesitamos una elección que le sirva al país, eso no necesariamente equivale a cambio político, sino una elección que le sirva al país”, esgrimían a principios de 2024 algunos empresarios, miembros de la sociedad civil y dirigentes políticos. Un giro de 180 grados en el mundo opositor, donde antes todos parecían coincidir en que la recuperación del país exigía como condición innegociable la salida del chavismo del poder.
Entonces, ¿de qué hablan cuando dicen: “una elección que le sirva al país”? Desde ese punto de vista, se refieren a una elección que pueda ser reconocida por todas las partes, incluida la comunidad internacional. Que el derrotado acepte el resultado, básicamente.
Podría afirmarse que ese consenso sobre la imperiosa necesidad del cambio político quedó sepultado bajo las ruinas del gobierno interino. El despliegue y fracaso de esa estrategia, marcada por el principio de la “máxima presión”, no derribó al régimen, pero sí tiró al suelo la unidad en el campo democrático.
La aplicación de las sanciones también ensanchó la brecha -o herida- entre las fuerzas opositoras. El discurso en apoyo a estas medidas fue languideciendo hasta prácticamente desaparecer, mientras se elevaba el volumen de quienes argumentaban que no sólo eran ineficaces sino que empeoraban la emergencia humanitaria sufrida por los venezolanos. Sectores de la oposición concordaban con el oficialismo: ¡Abajo las sanciones!
Tras la derrota del gobierno interino, sectores empresariales, sociales y políticos apuntalaron un discurso que condena a los radicales “de lado y lado”; al tiempo que aboga por un diálogo que abone a la convivencia. Si no se puede lograr un cambio de gobierno, confían en que el gobierno cambie de forma paulatina, tal como lo ha hecho en el terreno económico.
Debe acotarse que la propia negociación de México/Barbados no implicaba la salida de Nicolás Maduro. El proceso en cuestión apuntaba a un “acuerdo de convivencia” y a una elección con un mínimo de garantías. Es decir, fijar las reglas del juego. Otra cosa es el resultado del juego, que debería quedar en manos del elector.
El ascenso de María Corina Machado aumentó las dudas y resquemores entre esos sectores, que cuestionan la viabilidad del proyecto político que encarna la lideresa de la oposición. Lamentan que su figura provoque el atrincheramiento del chavismo.
Hace seis años se convocó una elección que, en realidad, sólo sirvió al continuismo y que detonó una crisis política de dimensiones globales. Hoy todavía algunos ven muy distante la posibilidad de alcanzar la transición y la alternabilidad democrática. La apuesta del cambio político les parece muy elevada. Sus cálculos son más conservadores. Si no sirve para desplazar a Maduro, al menos -dicen- que “la elección sirva al país”.
Edmundo gira
Sin embargo, este debate podría dividirse en dos etapas AE (Antes de Edmundo) y DE (Después de Edmundo). María Corina hizo todo lo contrario a lo que esperaban el régimen y sus críticos dentro de la oposición, despertó la esperanza y convenció a los venezolanos de que sí es posible conquistar la democracia a través del voto.
Las encuestas serias del país dan al candidato de la oposición, Edmundo González Urrutia, una amplia ventaja sobre Maduro. Por primera vez en 25 años, el abanderado de la alternativa democrática se considera el favorito y la gran mayoría cree que Maduro sólo podría evitar la derrota apelando a la fuerza.
Se ha puesto de moda decir que el proceso electoral venezolano es “atípico”, término que, en realidad, puede aplicarse al grueso de las campañas en América Latina y un poquito más arriba. Tampoco es tan común ver que al Presidente de Estados Unidos lo estén presionando desde su propio partido para que se retire y que a su contendor republicano le vuelen parte de la oreja derecha de un balazo.
En el caso venezolano, “atípico” significa que esta elección tiene de todo menos de democrática. Bajo un régimen autoritario hegemónico con tendencias totalitarias -así lo describen expertos en la materia-, el camino que lleva hasta el 28 de julio ha estado lleno de desviaciones y atropellos.
«Si burlando la voluntad popular Maduro se aferra a la silla “como sea”, ¿cómo debe reaccionar la oposición? ¿Debe aceptar el atropello del chavismo y llamar al diálogo para el nuevo ciclo electoral de 2025?»
La lista de abusos es extensa: la inhabilitación de María Corina, las trabas para la actualización del Registro Electoral tanto dentro como fuera del país, los cambios en los centros de votación, la intervención de los partidos políticos, las restricciones a la observación internacional, la censura a los medios y una ola represiva con 78 detenciones arbitrarias en menos de 15 días.
No obstante, advierte un viejo político, la oposición aceptó participar bajo esas condiciones. Subraya el veterano para que se entienda: “Fraude ha habido desde el comienzo, pero así resolvimos competir”. Es decir, si el resultado que se anuncia es adverso, no se debería desconocer por el hecho de que no se permitió la inscripción de María Corina, se manipularon los centros de votación o porque sólo podían votar 69 mil venezolanos residentes en el exterior.
Ahora, hay fraudes de fraudes. Ciertamente, la sabiduría popular dice que después de ojo sacao no vale Santa Lucía. La oposición decidió correr esta carrera de obstáculos consciente a lo que se enfrentaba. Pero si el chavismo resuelve dar un manotazo el 28 de julio, ¿cómo reconocerlo mansamente, pasar la página y ver hacia el futuro?
Muy preocupado porque se esté creando un «ambiente» que induzca al desconocimiento”, un encuestador señala que el régimen podría arrebatar a última hora por “el control institucional y finalmente, los costos de permanencia y salida del actor en poder, que lo pueden llevar a defenderse como sea”.
La pregunta es: si burlando la voluntad popular Maduro se aferra a la silla “como sea”, ¿cómo debe reaccionar la oposición? ¿Debe aceptar el atropello del chavismo y llamar al diálogo para el nuevo ciclo electoral de 2025? ¿Rechazar la perpetración de un fraude es un “ambiente» que induce al desconocimiento”?
Un dirigente opositor teme un “choque de trenes”, alertando que ninguna de las partes está dispuesta a aceptar una derrota. No obstante, los efectos prácticos del desconocimiento varían dramáticamente según quien lo declare.
Si la oposición no reconoce, pues en principio le quedará la condena, el reclamo, la protesta ciudadana amenazada por la represión y apostar por la solidaridad de la comunidad internacional, que ya se sabe tiene una limitada capacidad de mover el tablero. Nada muy diferente a lo ya vivido en los últimos seis años.
Por el contrario, si el oficialismo no reconoce se trataría de un autogolpe por todo el cañón. Sin entrar a evaluar las implicaciones que tendría una medida de ese tipo dentro del propio régimen, difícil creer que un fraude de esta envergadura podría allanar el camino para la tan ansiada “normalización” de la vida nacional.
Como ya es costumbre antes de toda elección, el chavismo quiere que la oposición firme un cheque en blanco y valide algo que no ha ocurrido. Eso es el “Acuerdo de Reconocimiento de los Resultados” que suscribieron el candidato del PSUV y sus aliados. Al igual que Maduro, otros apurados quieren que el liderazgo opositor asuma desde ya con naturalidad el zarpazo que podría propinar Maduro para atornillarse en Miraflores.
Si el régimen gana en “buena lid” -dentro de los pobres estándares de esta elección “atípica”-, la oposición no tendría más remedio que reconocer su derrota. Pero una cosa es que pierda -cosa que parece muy poco probable, a la luz de las encuestas- y otra muy distinta que le roben el triunfo a la mayoría que lucha por el cambio. Un fraude no le serviría al país.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
Publicar comentario