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Veneka: resemantizaciones, reafirmaciones y represiones

Veneka: resemantizaciones, reafirmaciones y represiones

Lo primero que pone en escena la canción Veneka del grupo Rawayana, el suceso musical y de opinión pública que ha causado revuelo en las últimas semanas en Venezuela y otras latitudes, es el vocablo que le da título. Utilizar un término, veneco o veneca —que había adquirido en Colombia y otras naciones suramericanas un carácter despectivo y xenófobo— para darle la vuelta, apropiárselo y tratar de conferirle un nuevo carácter positivo de autoafirmación identitaria, es una operación inteligente y de resistencia. 

Es lo que la semiología y otras disciplinas del lenguaje denominan resemantización, un acto colectivo mediante el cual ciertos significados tienden a transformarse para adquirir un nuevo sentido que puede ser radicalmente distinto al original. En el caso que nos ocupa, ocurre que un vocablo agresivo —veneco, sudaca, chicano, por ejemplo— que, en principio, genera reacciones de indignación, tristeza o rabia, es modificado a través de mecanismos de apropiación creativa: las mismas “víctimas” lo transforman, lo despojan de la carga negativa —generalmente mediante procesos largos en el tiempo— hasta convertirlo en una palabra reivindicativa.

Viene al caso un artículo de Martín Caparrós en The New York Times (2019) titulado “Soy sudaca”. Caparrós comienza afirmando: “Soy sudaca. Lo soy y, como decía mi abuela Rosita, a mucha honra”. Y aquí es donde viene la clave de resemantización: “Pero hay quienes nos dicen sudacas como insulto; el error es tomarlo como tal. Escandalizarse, atrincherarse, reclamar que se callen o los callen. Por suerte no hay manera eficiente de callar a nadie (…) lo único que vale es hacer judo”.

¿Y qué significa “hacer judo” en este caso?, pues recuperar la palabra, mimarla, proclamarla y poder decir con orgullo, y si es posible con placer y sorna, “sí soy sudaca y a mucha honra”. Y, además, aconseja Caparrós, tomar el vocablo, ampliarlo, enriquecerlo. Como hizo la escritora colombiana Margarita García Robayo cuando inició un blog que llamó Sudaquia, confiriéndole a la palabra dimensión geográfica. 

O como hizo el grupo de venezolanos creadores de Sudaca Films, convirtiendo el término en bandera artística. O el colectivo femenino que fundó Sudacas Reunidas S.A. de Madrid. Y otros como: el Premio Sudaca Excepcional; los grupos musicales Beat Sudaca (Lima, 1987); TDH Sudaca (Bogotá, 1999); Sudakistán (Estocolmo, 2009); y el suplemento Sudaquia del diario Clarín (Buenos Aires). Todos apuntan a la misma idea: lograr que la palabra “sudaca” pierda su carga ofensiva, de modo que la interacción marcada por la xenofobia quede finalmente desactivada.

Es lo que está ocurriendo con las palabras veneco o veneca. Según indica el periodista venezolano Humberto Sánchez Amaya en el portal El Miope, la comunicadora Carolyn Manrique creó Venecas Power, un newsletter mensual dedicado a la trayectoria de artistas venezolanas. En Instagram, hay una cuenta llamada Rock Veneco, que divulga información sobre bandas nacionales. En Telegram, está el canal Venecoland, con memes sobre vivencias venezolanas. Incluso, hay un emprendimiento que ofrece gorras con la palabra “veneka”. Y acá en Colombia, desde donde escribo, cada vez más venezolanos reivindicamos el uso del vocablo para reconocernos mutuamente.

En este contexto se ubica la pieza musical Veneka que tiene como eje la exaltación de las mujeres venezolanas que, entre otras cosas, han sido objeto del término “venequita”, asociado al comercio sexual. El mensaje de la banda dibuja a las venezolanas como unas supermujeres en todos los terrenos. Por ejemplo: “¿Dónde están las mujeres venecas que son las boleta? / Que no van para el gym, pero tienen cuerpo de atleta / No se sabe si son las cachapas o son las arepas / (¿Qué será, qué será?) / Y todas llevan queso / Si me mira la beso”.

Obviamente, esta letra​ y este verso​ definen muy bien el término. Hay que interpretar la canción en clave de sátira y travesura, y como una revisión de muchos de los clichés venezolanos, con una carga de humor y erotismo solapado que quizás sea una de las razones de su éxito. 

Eso fue lo que no entendió o no quiso entender el espurio Nicolás Maduro, quien se lanzó un discurso iracundo, nacionalista, chauvinista e hipócrita (es justamente por causa de .su gobierno que las venezolanas han tenido que emigrar masivamente y adquirido el mote de “venecas”), condenando la pieza por ofensiva contra la identidad de la mujer venezolana: “¿Cómo se le dice a la mujer que viene de Venezuela? A las mujeres de Venezuela se les dice dignidad, respeto y se les dice venezolanas. No son venecas. Salgamos en defensa de la identidad de la mujer venezolana, porque tratan de desfigurar nuestra identidad. ¿Eso lo sabrá la gente que hizo esa canción?”. 

Mientras tanto, Veneka genera un entusiasmo excepcional que se expresa en los nueve millones de streams en Spotify, y en el elevado número de mujeres que han hecho sus representaciones de la pieza en los “retos” TikTok. Lo que significa que una gran mayoría no considera el carácter “xenófobo, sexista, insultante y despectivo” que Maduro le asigna a la canción. Por el contrario, ya algunos comentaristas, probablemente de manera exagerada, la catalogan como un nuevo himno de reivindicación de la mujer y de la nacionalidad venezolana.

A Veneka hay que ubicarla también en la necesidad que tenemos los venezolanos de recuperar una autoestima extraviada y adolorida, tanto por los años de maltrato verbal de la alianza en el poder, la calidad de vida perdida o aminorada, las dificultades y experiencias de xenofobia y aporofobia vividas por una buena parte de la población migrante, como por el hecho de haber sido parte de una nación que era vista como próspera y democrática, y ahora es percibida, y en realidad lo es, como pobre y autocrática.

Es lo que nos lleva a celebrar en extremo cualquier pequeño o grande triunfo de uno de los nuestros, ya sea un médico que ideó una nueva estrategia quirúrgica, una cantante que ganó en uno de los concursos televisivos de aficionados, una deportista que obtuvo una medalla en unos juegos olímpicos o un director de orquesta que triunfa en el exterior. En medio de la gran derrota del siglo XXI necesitamos conquistas y alicientes. 

Rawayana es, en este momento, la banda musical venezolana más importe en la escena internacional. Maduro les hizo un favor a sus integrantes acusándolos casi de traidores a la patria. Los puso aún más en la palestra y en el interés del público. Pero se rumora que su discurso forma parte de la estrategia seguida para impedir la gira de conciertos por diez ciudades venezolanas que estaba pronto a comenzar y que ha sido suspendida a pesar de tener toda la taquilla vendida, los boletos aéreos comprados y la logística afinada. 

No ha sido una orden de suspensión oficial sino el resultado del miedo de muchos empresarios de salas donde se iban a presentar que, luego del discurso oficial, temen retratarse con un grupo que no es bien visto por el gobierno y con una productora musical alternativa, Cúsica, que compite con el monopolio de empresas de espectáculos que se murmura están asociadas a la familia presidencial.

En Venezuela pareciera que ni el mundo del espectáculo se libra de la voracidad y las ansias infinitas del régimen —son insaciables— por controlarlo todo.

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