Las falacias en torno al diálogo político
¿Es diálogo equivalente a política? No. Política, en palabras de Max Weber es la lucha por el poder y el poder es la probabilidad de imponer la propia voluntad dentro de una relación social aun contra toda resistencia y cualquiera sea el fundamento de su probabilidad. El diálogo, de acuerdo al contexto político en que se dé, puede formar parte de la política, siempre que las partes la usen en el juego de alcanzar el poder en una sociedad dada, de intentar imponer sus mutuas voluntades al otro en dicho proceso. Si el diálogo se limita en que una de las partes impone todas sus condiciones y la otra se somete, el diálogo no tiene connotaciones políticas. Es simplemente sumisión sublimada de un lado frente al otro.
Cuando algunos académicos quieren decir que política es diálogo entre adversarios, solo citan la moción de política de Hannah Arendt, que buscaba un concepto más elevado del que enuncia Weber como lucha por el poder. Viviendo la época de los totalitarismos tanto nazis como soviéticos, Arendt trata de conceptualizar una noción de política más elevada que la mera imposición de voluntades de actores políticos sobre otros en que la violencia pudiera tener lugar. Los totalitarismos jugaban a la política, para obtener, mantener y conservar el poder, pero a través de métodos salvajes y brutales fundamentados en la violencia, el terror y la propaganda. Arendt buscaba algo más sublime. La lucha política, para ella, solo se da entre ciudadanos libres y bajo reglas civilizadas, donde en el conflicto por el poder, las personas entraban en una dinámica de conflicto-diálogo-negociación-acuerdo-consenso, para alcanzar fines comunes en sociedad.
Es bastante risible que una parte del liderazgo político opositor junto con algunos académicos crea que el diálogo supera a las elecciones como el modo de resolver la crisis política que vive hoy el país»
Es la forma preferible de hacer política en sociedad, especialmente en las naciones libres y democráticas, pero de lejos no la única y una bastante endeble en una autocracia.
Por eso -cuando mínimo- es sospechoso ver a ciertos académicos exponer que la única manera de resolver la crisis política de Venezuela es a través del diálogo arendtiano. Citando (muchas veces fuera de contexto) elementos de sus obras “La condición humana” y “Sobre la violencia”, tratando de encapsular el concepto de política como un conflicto de contrarios para reconciliar posiciones en pro de un interés general o común, sea entre las partes o toda la sociedad.
Olvidan, u obvian deliberadamente al hacer su corte y pega de las frases de Arendt, que primero están regidas por las leyes civilizadas de las polis, las instituciones que en el contexto moderno se englobarían en lo que llamamos Estado de Derecho. Sin Estado de Derecho, difícilmente, un diálogo político sea fructífero para llegar a acuerdos entre contrarios. La segunda, que Arendt deja claro es el diálogo político no es posible cuando la legitimidad de quien tiene el poder se fundamenta sólo en la violencia. Y eso es lo que pasa en Venezuela: se sufre una situación de falta de Estado de Derecho, que a su vez ha degenerado que el único elemento que legitima a quienes tienen el poder es la capacidad de ejercer la violencia sobre los otros actores políticos. En Venezuela, la violencia de quien tiene el poder es el único elemento que legitima su propiedad y uso. Es lo más lejos posible de la visión de lo político de Hannah Arendt.
Repetimos: política es lucha por el poder. Sobre cómo negociar ocupa un elemento muy secundario en lo que es la esencia de la política, a tal nivel que puede excluirse en contextos autoritarios. Negociar no es política, y ni siquiera es la única manera de resolver los problemas políticos en una sociedad libre. Cuando la política es salvaje y primitiva (como en las dictaduras), la violencia y el terror son los elementos claves en el juego por el poder, no el diálogo. Cuando a la política se le domestica (como en las democracias) la negociación y el diálogo son muy importantes para resolver los conflictos, pero de nuevo, no es la única manera, ni siquiera en democracia. Las elecciones son el método más representativo de resolver los problemas políticos en una sociedad democrática, que puede incluir o excluir el diálogo, para quienes compiten el poder (en vez de exterminarse mutuamente) bajo reglas claras y que todos respetan.
Y, por lo tanto, es bastante risible que una parte del liderazgo político opositor, junto con algunos académicos, crea que el diálogo supera a las elecciones como el modo de resolver la crisis política que vive hoy el país. El 28 de julio del 2024 (28J), en Venezuela se celebraron unas elecciones para escoger al presidente de la República, en un contexto de competencia política con cero institucionalidad, según Freedom House (es decir, en ausencia de reglas claras que todos cumplen para competir), con implementación de un recurso ilegal contra las primarias con las que se escogió al candidato opositor, se inhabilitaron inconstitucionalmente a diferentes actores políticos para que no pudieran participar en la contienda electoral y tuvo la oposición que competir en una campaña presidencial en presencia de elementos obscenamente ventajosos a favor del oficialismo.
Y, aun así, ante estos factores tan adversos, la oposición ganó la elección por amplia diferencia y, de forma inédita, pudo probar ese triunfo ante el mundo. En el proceso de reclamar esa victoria, el gobierno procedió a perseguir y encarcelar a toda a quien cuestionara que el oficialismo había ganado, aunque la maquinaria opositora tuviera en formato digital las actas que probaban que Edmundo González se impuso en las urnas, mientras que el gobierno no aportaba elemento alguno.
Cuando menos es risible pensar que el gobierno va a acceder a entregar el poder por el diálogo, lo que no hizo a través de un proceso de elecciones. Pero es que hasta los defensores del diálogo dejan claro que no es ese su objetivo. El diálogo es para sostener al gobierno, para estabilizar el statu quo que para los apologistas es lo mejor para el bien común de los venezolanos en vez de una confrontación que desestabilizaría al gobierno y afectaría negativamente al país. Manipulando a Arendt, dicen que el diálogo de contrarios es para alcanzar fines comunes entre gobierno y oposición, cuando se ve claramente que es sólo para defender los exclusivos intereses del gobierno: aceptar su victoria el 28J; levantar las sanciones que sufre el chavismo por su actividad antidemocrática, ir a elecciones locales el 2025 obviando lo pasado el 28J y – especialmente – legitimar al gobierno que ha usurpado el poder.
«Una paz autoritaria, sin la sombra de la guerra civil en el horizonte, es una mentira y una contradicción»
Es un diálogo político carente de política, porque no es luchar por el poder entre partes tratando de imponer su voluntad al otro, sino garantizar que quien lo tiene ahora lo tenga para siempre. Esa es la verdadera antipolítica, la de renunciar de antemano a la lucha por el poder. No los gritos histéricos de aquellos que denominan como antipolítica toda confrontación de un actor político frente al statu quo que domina actualmente a nuestro país.
Algunos apologistas llevan tiempo vendiéndonos como negociación y acuerdo lo que en verdad es sumisión, reivindicando en columnas de opinión figuras tan tristes en la historia como los colaboracionistas al régimen nazi en los países ocupados por la Alemania de Hitler; o la figura de los consejos de judíos de los guetos establecidos también por los nazis que colaboraban con quienes los iban a exterminar. Para ellos política con “P” mayúscula es sumisión ante el poder en pos de un bien común que no es otro que los intereses de quien tienen el poder y los apologistas desean recibir algunas prebendas por eso o al menos sobrevivir a la arbitrariedad del gobierno que en ese momento tiene el poder gracias a dicho servicio.
Usan estos apologistas el oximorón de “la paz autoritaria” como si lo que se viviera es una dictadura construida para evitar una guerra civil y no una simple autocracia que garantiza los intereses de unos pocos. Una paz autoritaria, sin la sombra de la guerra civil en el horizonte, es una mentira y una contradicción. El autoritarismo no es paz porque el elemento que define una dictadura es el uso arbitrario del poder. Es decir que el gobierno puede utilizar cuando quiera, sin restricciones, su monopolio de la violencia sobre quien le es incómodo de forma permanente. Una dictadura siempre será una guerra encubierta contra la civilización porque es el uso a discreción de la violencia por quien tiene el poder. Pero los apologistas de la dictadura verán en cada reclamo contra el poder el fantasma de la guerra civil para justificar esta represión.
Los llamantes del diálogo se indignan por los daños que generan las sanciones al gobierno contra la sociedad venezolana, sin poder tener acceso a datos comprobados como la merma de ingresos del Estado ha afectado a los servicios públicos del país (colapsados mucho antes de las sanciones), cuando en verdad se usan para mantener la coalición que sostiene al régimen. Exclaman angustiados, casi al borde de la histeria, por las presuntamente víctimas que sufren gracias a las sanciones, pero callan los presos políticos en el país, los torturados, los desaparecidos y la desmesura del poder. Se quedan vacías sus palabras sobre «bandos» «polarizados» y «radicales» cuando el horror solo proviene de sus defendidos, los carceleros. Dicen ser defensores del pragmatismo y la Real Politik, pero argumentan que darle todo lo que quiere al gobierno es la mejor salida para la crisis sin contraprestación a lo que quiere la oposición y el resto del país. Quieren resolver los conflictos con un hipotético diálogo, cuando el elemento con mayor fuerza para resolver los conflictos, las elecciones, sus resultados fueron violentados, generando en consecuencia que estos normalizadores de la barbarie llamen a “pasar página” en un contexto de represión contra quien reclame la validez de los resultados del 28J.
Algunos están comprados. Otros temen que llamar las cosas por su nombre los llevará al Helicoide. Hay quienes odian más a María Corina Machado y Edmundo González Urrutia que al chavismo. Y otros piensan -en medio del pánico- simplemente sobrevivir sobre las montañas de cadáveres que crea el régimen justificando las tropelías del mismo.
No se puede pasar la página con lo sucedido el 28J. Si aprobamos que cuando una nación elige un líder, el poder anula esa decisión, ningún acuerdo con el gobierno se va a respetar por lógica. Quienes velan por sus propios intereses o son fundamentalistas morales del diálogo, no lo ven o no lo quieren ver, porque los seres humanos tendemos a creer las más grandes mentiras cuando tocan uno o dos de los siguientes elementos: nuestros miedos o nuestros anhelos.
En resumen, no se puede dialogar con quien ha roto reiteradamente otros procesos de diálogo y negociación. Lo mínimo que debe pasar para que el diálogo vuelva a ser válido como recurso en político es que la parte que ha violado su parte de los acuerdos recapacite y haga valer los más importantes: los resultados de la voluntad soberana popular expresada en las elecciones del 28J. El resto son espejismos que nos llevan a arenas movedizas mortales para la libertad.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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