25 años con maestría y doctorado
Que son 25 años. Que aunque el tango diga que 20 años no son nada, sí que son muchos y 25 son aún más. Equivalen por ejemplo a media vida, a veces a una vida completa, a los años más productivos en la historia de un trabajador, que el tiempo es oro, que nadie lo devuelve.
25 años desde que la desventura aterrizó en estas tierras de buen clima y buenas gentes y contagió, aniquiló, pulverizó y arruinó todo lo que mal que bien se había construido.
Como en los cuentos infantiles, ha sido un tiempo oscuro que trajo deslaves, lluvias, sequías, inundaciones, pestes, ocasos prematuros, derrumbes, muertos jóvenes, niños desnutridos y, simultáneamente, bacanales sin piedad, mofa cruel, indolencia impúdica. Los pecados capitales.
Y desde entonces, todo es turbio.
El verde a veces sobrevive por terquedad innata, aunque también la naturaleza ha pagado caro la llegada de los bárbaros.
Aquí aterrizaron hace 25 años con sus amenazas, con su hambre atrasada, con su mala uva antigua a comérselo todo. Todo lo que siempre quisieron y nunca sudaron trabajando.
Pero no podemos decir que no hemos aprendido nada de estas sombras. A los golpetazos, nos hemos grabado en el ánimo muchas lecciones. Algunas solamente dolorosas. Otras, dolorosas y útiles. Algunas que debemos recordar para el futuro, cuando el futuro llegue. Y otras que deberemos sepultar en el vertedero de los desechos tóxicos para no perdernos del amor y la humanidad.
Aquí van algunas lecciones.
El falso diccionario:
Desde el idioma recibimos un repertorio variado de composiciones neolinguísticas, cosa tan cursi, que fungió con eficiencia, tanta, como la labia de una buena estafa.
Los malos fuimos siempre los escuálidos. No se confunda, no hablamos de escualos. Muy por el contrario, fuimos nombrados según la RAE: 1. adjetivo: Flacos, macilentos. 2. adjetivo, poco usado: Sucios, asquerosos.
Ironías de la vida porque nunca como hoy hemos sido más escuálidos, más hambrientos, más pobres, más sucios de muchas maneras y más flacuchentos que con esta economía dolarizada y sus empresarios bárbaros.
Aquellos dignificados Niños de la patria aún existen. Lo que no existe tanto es la patria.
Los Yanquis de mierda siguen al norte, igual de yanquis, y a veces igual de mierdas, recibiendo a gusto los miles de millones de dólares robados de este suelo en estos 25 años, por los hunos y los hotros, y sus pelotones de zánganos analfabetas.
Claro está que el ser rico es malo ahora es menos malo, por no decir que es estupendo, cuando se trata de desaparecer de la petrolera estatal 23 mil millones de dólares, o hacerse de millones con la venta de aire, con el tráfico de ilícitos, con las sociedades anónimas y de responsabilidad limitada. Limitadísima o nula.
Que la riqueza del nuevo rico de cuna se muestra sin vergüenza, aquí y allá, y nunca se explica ni se rinden cuentas.
El chupadólares en realidad no era un avión. Eran los mismos bárbaros que todavía se pasean por noticieros, calles, ciudades y ministerios, mamando de quien se pueda a costa de lo que se pueda. Mamadólares. Mamadores de gallo.
Que el Bolívar fuerte ahora es un Bolívar perdido, disminuido, sin espadas ni proclamas, sin 19 de abril ni Batalla de Carabobo. Pobre Bolívar fuerte, despreciado, invisible, casi reservado para abonar tickets de estacionamiento o propinas. (Ay, Simón).
Y así, cientos de vocablos y frases como slogans que nunca significaron nada que no fuera una trampa, un vacío, un hueco para resentidos y bobos.
“La esencia de la manipulación reside en la persuasión, una de las tres funciones básicas del lenguaje – junto a la empatía y la transmisión de información – y que todos utilizamos para intentar convencer a los demás de nuestras teorías” (1). En el deseo de persuadir se encuentra el verdadero origen del poder manipulador de las palabras.
Cuando Venezuela regrese, habrá que desaprender esas palabras vacías de hechos, las que solo han servido para manipular incautos, esas que nunca contuvieron otra cosa que los odios de los bárbaros.
Y meditaremos la elección de las palabras, que sigue siendo decisiva: quienes nombran la realidad controlan cómo entendemos el mundo. Gran lección.
La desconfianza como aprendizaje:
Esto lo aprendimos a pulso desde muy pronto. Ahora somos los más desconfiados de los desconfiados.
Dejamos de creer en la ley, en su medida justa, y en las penas y condenas tarifadas en dólares o no.
Dejamos de confiar en militares, en discursos, en políticos. En medios de comunicación, en los propios aliados, y lo peor, no nos fiamos del sistema electoral, ni del rector electoral y ni siquiera del voto. En 25 años los bárbaros nos han enseñado que la democracia ya no es de fiar.
Porque ahora sabemos, a ciencia cierta, que la venta personal y colectiva es un hecho: es posible venderse -siempre- por la suma correcta. Es posible vender un noticiero, un canal de tv, un discurso, una candidatura. Es posible vender y comprar conceptos, sentimientos, amigos, enemigos, aliados y contrarios.
Claro, esta es también una lección, pero de las más crueles: Ninguna soledad es más profunda y dolorosa que la falta de confianza. Quienes la padecen no son precisamente personas felices. Son, muy por el contrario, el resultado de una decepción profunda, de una traición, de la negligencia del otro.
Así que hemos pasado todos a ser un poco infelices, desconfiando hasta de nuestra sombra.
Lección tercera: El miedo es más libre y popular que nunca
Aprendimos a temer más. Porque estamos más solos.
Tememos a la verdad y a la mentira. A las noticias y a los bulos. A los bárbaros y a sus enemigos al mismo tiempo. Al ladrón y al policía. Al que paga y al que no paga. Al jefe y al subalterno.
Tememos y callamos.
Y si bien el miedo -condición indispensable para la supervivencia de la especie- es común a toda la humanidad, nuestro miedo, el que hemos aprendido a cargar, contiene otras emociones, como la ira, o el asco, o la indignación, y termina por ser un fardo, una condena sin juicio, una desventaja, y al final, una dosis de gas paralizante o de anestesia para estar a salvo.
Hay una última lección que se me ocurre bienhechora. Una lección valiosa.
Distinguir a los coleados.
Y bueno, finalmente algo que puede sernos de utilidad en el futuro, cuando el futuro llegue y el pasado se vaya con los bárbaros, es que podemos distinguir a los coleados de la fiesta.
Podemos identificar quién baila por obligación y quién por el gustito. Quién se nos infiltra falazmente en nuestras rumbas meneando la cadera en el trencito de “vamos todos p’a la conga” y sin embargo resultan ser troyanos al servicio de los bárbaros.
Ojalá no la olvidemos.
Que de todo se aprende en esta vida, y en 25 años mucho más.
Es que son 25 años. Que aunque el tango diga que veinte no son nada, sí que lo son.
(1) La manipulación del hombre a través del lenguaje (Alfonso López Quintás)
La entrada 25 años con maestría y doctorado se publicó primero en La Gran Aldea.
Publicar comentario