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Prohibido vender empanadas – La Gran Aldea

Pensaba que era cierto, pero al parecer pertenece a la leyenda negra de España.

Yo había leído que el Papa Calixto III, en el trance de la guerra con el imperio otomano, había excomulgado al cometa Halley que por esos días andaba mostrándose allá en el cielo, como suele hacer cada 66 años.

Temía, leí, que el cometa pudiera ser un mal augurio para sus intereses.

Era inmenso, decían. Un haz de luz titánico e imprevisible en el silencio de la bóveda celeste. Y pues no, de paso no era la estrella de Belén. 

De hecho, todo hay que decirlo, no se trataba deningún fenómeno natural que la ciencia aceptadapor la Iglesia Católica hubiera descrito antes. En medio de un conflicto internacional con los turcos, el papa Calixto IIIpresintió aquello como un mal presagio mandado por Dios. Naturalmente, la gente se atemorizó.

Era 1475. La era de las cruzadas todavía no terminaba. Muy por el contrario, las tensiones con el Imperio Otomano iban in crescendo, sobre todo después de la caída de Constantinopla en manos árabes. Este fue el contexto en el que el cometa Halley pasó en esa ocasión muy cerca de la Tierra.

“No era la primera vez que la aparición del cometa Halley había traído malas noticias para Europa. Años antes, el día anterior de la Batalla de Hastings en 1066, la misma luz poderosa se presentó en la noche. Al día siguiente, el rey anglosajón sería terriblemente derrotado frente a los normandos, según explica la corresponsal de ciencia Jess Romeo para JStor”.

«Kim Jong-un, – Comandante supremo del Ejército Popular de Corea del Norte, prohibió el sarcasmo en su país»

Este antecedente era bien conocido por los historiadores en el Vaticano. Por esta razón, Calixto III se puso muy nervioso cuando la misma luz extraña se presentó en el cielo nocturno. Así que como todo hombre de poder, tenía que poner manos a la obra para impedir que sus deseos y sus metas fueran contrariados. Con todo lo anterior, Calixto III se vio forzado a tomar acciones extraordinarias, pensando obviamente en el bien de la cristiandad, y así se convertiría en el único papa en excomulgar a un objeto celeste.

Pues no. Nada de esto que acabo de relatar es cierto, aunque hubiera podido ser. De hecho, al Papa Calixto se le recuerda – entre otras- por el grandioso gesto de revisar la excomunión de la gran Juana de Arco y devolverla al Olimpo que por derecho le pertenecía.

Ocurre que en una biografía póstuma sobre el Papa Calixto III, al parecer, Pierre – Simon Laplace, un astrónomo, físico y matemático francés, asomaba que el sacerdote había mandado a excomulgar al cometa Halley la noche previa al término de la batalla de Belgrado, en 1456, por considerarlo emisario del demonio.

Pero la verdad verdadera es que fue un humanista italiano llamado Bartolomeo Platina quien, años más tarde, relacionó la aparición del cometa con la publicación de la bula papal que supuestamente excomulgaba al astro inquieto.

Pero uno se cree lo de Calixto porque pasa que el poder, el Poder con mayúsculas, ese que es como un concentrado de condimentos, como un cubitotodolopuede, se presta a extravagancias como esta que pueden ser tan artificiosas como reales. Digamos que ni todas las leyendas son falsas ni todas las historias son ciertas. A menudo una toma algo prestado de la otra.

Algunas claro que son ciertas.

Por ejemplo, tres distintos mandamases del Estado soberano de Turkmenistán (luego de la caída de la Unión Soviética) todos de nombres llenos de consonantes y cada quien en su momento, vetaron cosas impensables: uno prohibió a sus habitantes fumar. Otro cerró circos y óperas por “ir en contra” de los valores del país. Igualmente, Niyázov (el primero de los tres) prohibió el ballet, el teatro, el pelo largo, la barba, el bigote, los dientes de oro, el maquillaje y declaró ilegales al  SIDA o el cólera. 

Y otro de ellos lanzó la prohibición más pintoresca (o menos, según se le mire), de todas: prohibió a los hombres teñirse el pelo. 

No es chanza, lo juro.

Debido a que el propio presidente dejó de teñirse el pelo para dejar ver sus canas, en el 2018 anunció a los peluqueros que a los hombres se les prohibía teñirse el pelo.

Prohibieron las barbas, el maquillaje en las presentadoras de televisión, mascar tabaco ¡y hacer playback! El primero de esos tres tiranos escribió un libro-espacial, el Ruhnama, que todo el mundo debía aprenderse de memoria, incluso para sacarse el carné de conducir. 

Cambiaron -por turnos- el nombre a las cosas. Al mes de enero lo renombraron «Turkmenbashi» que significa «padre de los Turcomanos» –nombre que se dio a sí mismo uno de los tres dictadores–, y a los días de la semana y hasta al pan les cambiaron su nombre propio, y los bautizaron como «Gurbansoltan».

Esto de los cambios de nombre a los días y las cosas me recuerda a ciertos emperadores romanos. O tal vez, algo más reciente, algo más cerca, algo más endógeno al norte de la América del Sur.

Y es que si hacemos memoria, a la mayoría de los dictadores les gusta eso de prohibir, censurar, silenciar, sancionar todo lo que se parezca al criterio propio e individual.

A Mobutu, por ejemplo, (Joseph-Désiré Mobutu; Lisala, 1930 – Rabat, Marruecos, 1997 Dictador del Zaire, actual República Democrática del Congo, también le gustaba impedir y prohibir cosas. En su caso, fueron los sombreros de piel de leopardo como el que llevó él una vez que se fotografió junto a Muhammad Ali, -al quien contrató junto a George Foreman para un histórico combate en su país-. 

La última voluntad de Kim Jong II fue que su entierro imitase una escena de “En la línea de fuego”, protagonizada por Clint Eastwood. Y hay de quien osara impedirlo.

Pero estos pequeños hombres de poder también pueden prohibir cosas inmateriales, no crean. Que no todo en esta vida es lo tangible.

Kim Jong-un, – Comandante supremo del Ejército Popular de Corea del Norte, prohibió el sarcasmo en su país. Es decir, sus ciudadanos no pueden hacer comentarios sarcásticos acerca de su líder o su régimen totalitario en sus conversaciones cotidianas. 

Por su parte, el dictador bielorruso Lukashenko prohibió la inflación por decreto.

Y a veces, en algunos países de la América prohíben vender empanadas, o arrestan canoas, y penalizan a posaderos por prestar sus servicios ya no al sospechoso cometa Halley, sino a señoras con buena estrella.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.

rpoleoZeta

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