Las dictaduras y tiranías siempre van a dañarte. Siempre. Es ley. Si, además, quienes forman parte de la nomenklatura de un régimen odian a quienes oprimen, lo harán con saña y hasta con cierto placer. Eso es el chavismo. Eso ha sido desde siempre, pero, desde que perdieron amplia y contundentemente unas elecciones que controlaron por completo, el odio aumentó. Y ese rencor, aunque lo sienten contra toda la población, se intensifica especialmente contra los más jóvenes: aquellos a quienes no pudieron manejar y cuyas mentes jamás pudieron colonizar. No conciben cómo, a pesar de haber nacido bajo la barbarie y el autoritarismo, estos desean y trabajan por ser libres.
Desde el 29 de julio, la mayoría de los presos políticos en Venezuela son jóvenes (170 de ellos menores de edad), y más de 30 asesinatos han sido dirigidos también contra ellos. La represión chavista se enfoca, de manera cruel, sobre aquellos que nacieron durante después de ese fatal año de 1998.
En medio de esta persecución, Nicolás Maduro no solo movió sus hilos para castigar a quienes lo rechazan en las urnas, sino también contra los artistas que se alzan como una de las voces más poderosas de la resistencia. La suspensión de los conciertos de Rawayana y del Cusica Fest, es solo una muestra de la venganza de un régimen que no tolera el rechazo ni la libertad. Esta no es una simple venganza, es una tentativa de exterminio cultural.
Pero, como el régimen siempre puede hacer “algo peor”, mientras obligaba a cancelar conciertos, publicaban en Gaceta Oficial la «Ley de Regularización, Actuación y Financiamiento de las ONG y Organizaciones Sociales sin Fines de Lucro», lo que no es otra cosa que una ley contra las organizaciones no gubernamentales. Estas entidades, que han sido las únicas en brindar apoyo real frente a la emergencia humanitaria compleja y la violación sistemática de derechos fundamentales, se ven ahora criminalizadas.
Además, la persecución continúa. La presa política Yenni Barrios, paciente oncológica, es trasladada a una cárcel insalubre mientras los niños secuestrados desde hace meses siguen siendo sometidos a tortura. Todo esto forma parte de la misma estrategia: el avance totalitario de un régimen criminal que se sostiene con terror y un control social delirante sobre la vida de cada venezolano.
El chavismo no gobierna, somete. No administra, destruye. No lidera, reprime. Y se mantiene en el poder a través de tres pilares fundamentales: odio, fuerza bruta y barbarie. Estos pilares no solo afectan a los opositores políticos, sino también a aquellos que alguna vez lo apoyaron. Ya hay chavistas presos por el mismo sistema que ayudaron a consolidar. Nadie está a salvo.
No hay solución posible para ningún mal que aqueje al país mientras el oprobio chavista continúe ocupando el poder por la fuerza. Todas las causas de esos males son ellos mismos. No importa cuánto los propagandistas, lobistas, bonistas y miembros de cínicos grupos intenten normalizar esta barbarie: no es normal
No es normal que haya 2.000 presos políticos. No es normal la migración masiva. No es normal vivir sin electricidad, agua ni gas. No es normal que desde el poder decidan lo que puedes ver, escuchar y hasta pensar. No es normal tener miedo de hablar o enviar un mensaje en WhatsApp. No es normal que el salario mínimo y la pensión sean de 3,60 dólares. No es normal que los hospitales estén destruidos y las escuelas sin maestros. No es normal que 8 de cada 10 venezolanos sean pobres mientras una diminuta élite disfruta de los más de 600 mil millones de dólares robados en dos décadas. No es normal que se criminalicen a las ONG. No es normal que países recomienden a sus ciudadanos no visitar Venezuela porque el régimen secuestra extranjeros para poder usarlos como fichas de cambio. No es normal que asedien una embajada violando todos los pactos internacionales existentes. No es normal desconocer una elección presidencial con una diferencia de 40 puntos.
La sumisión temporal, el silencio cómplice o la adulación estratégica no garantizan protección. Al contrario, convierten a las personas en cómplices de su propia esclavitud. Como bien dijo Milovan Đilas: “la nueva clase está en guerra con cuanto no administra o controla, y ha de aspirar a vencerlo o destruirlo”.
La única solución, aunque a algunos les incomode, es la democracia. No hay que temer a la libertad ni a la verdad, porque solo en ellas podemos hablar, gritar, cantar, correr y progresar. Si no es así, si el oscuro chavismo sigue en el poder, todos tendremos un número, y lo que ocurre con las loterías es que hoy pudo no tocarte, pero mañana sí.
Esta lucha es existencial, porque cuando los acéfalos predominan, un día se llevan las cornetas y al siguiente destruyen la República. La única solución es la libertad, no una falsa ‘paz autoritaria’ ni una vida inerte y sumisa. Libertad, democracia y rock.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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