Venezuela es un país sometido, especialmente, estos últimos días a la perplejidad del miedo; un miedo casi que desolador. El régimen, después del 22 octubre, incrementó su furia represiva, volvió a resaltar el perfil de castigo que suele esconder a ratos.
La intensidad, ferocidad y extensión de esta experiencia de miedo la convierte en el habitus del momento. Esa disposición natural del pensar, actuar y sentir del régimen se intenta imponer sobre toda la sociedad venezolana. ¡A juro!, ¡con furia! Es su política, aunque no reconocida, sí sostenida.
El miedo no solamente como herramienta, sino como estrategia. En algunos momentos parece que tuviese como un fin en sí mismo. No solamente como medio para alcanzar algo, como instrumento circunstancial, sino que en algunos momentos pareciera que es el objetivo de su práctica política.
Sin embargo, a mí me parece que estaríamos equivocados tanto de este lado, es decir del lado de la oposición como del lado del régimen si entendemos que el miedo de hoy tenga el mismo sentido, el mismo efecto que pudo tener hace cuatro, cinco, seis o diez años. Es decir, con el miedo como con toda experiencia humana sucede que es siempre una instancia de aprendizaje. Con esto no quiero decir que la sociedad se adapta, sino que aprende. Aprende no solamente a vivirlo, aprende a comprenderlo, aprende a entender cómo reaccionar ante él.
Por ejemplo, hoy vemos cómo poco a poco las comunidades están aprendiendo a responder/resistir a los mecanismos de sometimiento del sistema comunal. Podemos testimoniar porque lo hemos vivido y presenciado cómo dentro de muchos consejos comunales y a través de estos chats, digamos de orientación comunal, la gente reacciona haciendo frente a los jefes de calle e increpándoles que no están dispuestos a seguir aceptando imposiciones. Sin violencia, en desobediencia.
Como en la base comunal, esta desobediencia se riega y se está convirtiendo en práctica común, desparramándose y marcando todas las relaciones dentro del sistema de poder, los nodos de mando del régimen se descontrolan, se desconciertan y reina la desconfianza. Y ante este desconcierto, reacciona con más violencia, violencia irracional y desmedida. Creo que están equivocados los que piensan que el sistema de poder se estaría en este momento reorientando; lo que hace es intensificar sus mismas e identificatorias prácticas, pero desorientadas.
A pesar de esta violencia exacerbada, lo que percibimos cada vez con más intensidad es que la gente sigue imperturbable en querer avanzar en un camino, en su decisión tomada y decidida conscientemente. Lo que es para el poder no sólo causa de irritación sino de “des-composición”.
Cuando decimos que la gente decide seguir impertérrita y terca en avanzar en su camino, ¿cuáles son las expresiones de esta terquedad? Se me dirá, que a pesar de que la gente sigue aumentando en el apoyo a la candidata que eligió, eso no parece verse en la calle. Pareciera que eso no tiene manifestación en las multitudes, en la calle. O sea, es una fuerza indefinida, algo más parecido a un pulso sostenido en crecimiento que a un fogonazo o un puñetazo.
Sin embargo, muchos insistirán que no se ve en la calle. Pero sí tiene expresión. Una expresión que es, más bien, signo de inteligencia, porque aunque no pareciera tener expresión de calle, sí tiene expresión de callejón.
¿En qué sentido lo decimos? Pues la gente actúa inteligentemente. Y se dice y nos dice: “yo no tengo por qué estar exponiéndome ante un régimen tan violento, pero sí me reúno, me reúno con mis 10, 15 personas y voy viendo qué es lo que podemos hacer en mi callejón, en mi pequeño espacio de convivencia cercana y vecinal”. Por ejemplo, los comanditos. Sólo por nombrar alguna de las múltiples manifestaciones que la gente está inteligentemente haciendo. Es decir, ante una reacción violenta del régimen que tiene como fin crear una reacción irracional de las comunidades, la gente, sin pedagogía política que la haya orientado a eso, decide no enfrentarlo, casi que por un aprendizaje político y social de 25 años de lidiar con un sistema que es irredento en lo violento. “Que quede hablando solo, yo sigo en lo mío”. ¿Y qué significa “yo sigo en lo mío”? Para despecho de aquellos eternos pesimistas ante la capacidad política del venezolano, seguir en lo mío significa que sigo con mi pequeña agrupación, sin estar llamando mucho la atención, pero haciendo lo que tengo que hacer. Por eso no es de extrañar que en las primeras 24 horas de haber empezado el registro de los comanditos se hayan registrado más de 1000 de estos pequeños espacios de aire político comunitario.
Es posible que esté equivocado, pero a mí me parece que esa es una manifestación de aprendizaje social interesante, de madurez política que al régimen desconcierta y descoloca, pero ojo, como ocurre con la maldad, y no nos caigamos a cuento, el régimen se va a reajustar ante este desconcierto.
Como a todo político tradicional, en el buen y en el mal sentido de la palabra, a la dirigencia opositora actual le gustaría tener multitudes de 100.000, 200.000 personas agrupadas en la calle, pues de eso vive la democracia moderna. Se alimenta del número, de cuántos seguidores tiene, de cuánto es el porcentaje que tiene en las encuestas, de eso vive. Ahora, al político tradicional le gustaría montarse hoy en esa ola y mucho más cuando esos números le son favorables. Sin embargo, es clara señal de madurez que los políticos entiendan que tienen que ajustarse a hacer política tal como la gente los va llevando. Y hoy la gente nos está gritando que no solamente estamos con un régimen opresor, con el que no podemos estar jugando. No, también hay que saber tratarlo con cuidado, sin miedo, pero con cuidado. A eso hay que añadirle que, debido a un país vaciado por la migración, hay una mayoría poblacional adulta que está cansada, y que no está acostumbrada a moverse con las dinámicas políticas tradicionales de pancartazos, de estar en una esquina ocho y diez horas repartiendo volantes, sino que opta por entregar el mensaje en su condominio, a su gente, hablarle directamente a su gente, hacer política de tú a tú.
Puede ser que el decidir hacer política a partir de la realidad y del contexto cultural de tu gente y de las condiciones de tu gente no derrumbe al sistema inmediatamente, puede ser que eso, a lo mejor, no lleve al cambio del régimen prontamente, pero sí demuestra que eres un político que no está poniendo en peligro a su gente, que está valorizando a su gente, que le importa la vida de la gente que dice que le sigue y que elabora una política en la que la persona es primero, en el que se construye un sistema de comunicación que no los pone en riesgo, que no los expone, que no deja una data abierta para que todo el mundo la vea y se convierta en una nueva lista Tascón, no, sino que va manejando datas pequeñas, pero interconectadas, datos más inteligentes, datos más cercanos y más personalizados. Cercanos en el sentido de que sé quién eres, sé cuáles son tus necesidades y te conozco. Esto me parece a mí que son señales que indican que vamos por un buen camino.
Entonces, el reflexionar sobre en qué creer, salvaguardar a tu familia y trabajar por ella y organizarte en comunidad, que no es la comunidad que queda a 900 kilómetros de tu casa, sino los que están a tu lado, forma parte de un proceso de revitalización y redescubrimiento de la política que tarde o temprano nos va a hacer superiores al mal que hoy se impone.
Al régimen eso le debe parecer profundamente extraño y singular porque el régimen es el partero de la violencia. Desde este modo que la gente ha decidido hacer política, el régimen se parece más a un boxeador embarcado, que está en el ring y nadie se monta y no sabrá qué hacer. Entonces, se inventa enemigos y se inventa conjuras.
El principal atributo y la principal propiedad de esa vida en comunidad es el ejercicio compartido de la verdad. O sea, el sentido de realidad que se va construyendo entre todos. Esa experiencia de que juntos podemos asomarnos a la verdad y desde allí construir. Eso a mí me parece muy importante. En ese construir común de la verdad se van poniendo en evidencia toda la infraestructura de mentiras, fraude y propaganda en las que se aposenta cualquier régimen totalitario.
Revolución de las bases
Veo que hay una especie de revolución de las bases en todos los sentidos. Y cuando digo revolución de las bases, quisiera que se me entendiera de modo literal. Partidos, gremios, sindicatos, todo tipo de asociaciones y organizaciones, y esto que viene es lo interesante, sin ser destruidas, sin hacer tabula rasa, sino manteniéndose en el camino contrario al que van las élites, están viviendo una revolución de las bases.
Mientras las élites de todos estos partidos, organizaciones, sindicatos, etc, promueven la desarticulación, por debajo y dentro de ellas, cantidad de movimientos van tratando de articularse entre los mínimos, entre los pequeños, entre los que no han decidido hasta ahora el destino amargo que tenemos.
Así es como se está configurando la organización o la forma de hacer política venezolana en resistencia. Hay señales objetivas que apuntan a que comprendamos lo que está pasando como un convencimiento generalizado de que estamos en algo más que una dictadura o una autocracia. La gente está claramente convencida que estamos ante algo más complicado, ante lo que no vale la pena ser temerarios, que sí vale la pena ser valientes, que es diferente, y la valentía está en reconocer que eso es así y que hay que organizarse de cierta y determinadas maneras.
Miedo y dispersión
Si hacemos un ejercicio de imaginarnos cuál es la primera reacción que tienen las multitudes o agrupaciones ante el miedo creo que todos estaremos de acuerdo en reconocer la dispersión como la reacción más común. Es decir, usted lanza un tiro en una agrupación, pues todo el mundo va a correr y se desarticula y el niño se le escapa del agarre a la madre y lo que estaba unido deja de estarlo.
El 22 de octubre sucede lo que el régimen pensó que no podía suceder, que una sociedad sometida a la desarticulación sistemática pudiera volver a encontrar los cauces de una posible articulación. Se produjo una articulación alrededor de una figura. Además, la última figura que ellos pensaban que podía producir esa articulación. La que querían menos. Resulta que la gente se les empieza a articular y con los días esa articulación cada vez era mayor porque los factores de la desarticulación habían quedado desplazados por un tsunami de 92% de aceptación. Y con el peligro de que esa desarticulación pasara de ser espontánea a ser organizada.
Evidentemente el régimen iba a reaccionar, no se quedaría impávido viendo y padeciendo su irremediable declive. Esa articulación había que desatarla, esa articulación tenía que romperla, tenía que deshacerla. Y se dispara toda esta brutalidad en la que nos ha metido el régimen a partir de diciembre en una vorágine que parece ser indetenible. A nadie se le hubiese ocurrido que tuviesen la necesidad de expulsar a la delegación de la ONU, ¿para qué?, ¿qué necesidad tenía? Pues sí, lo hicieron, porque bueno, es tanta la urgencia de romper el proceso de articulación.
Sentido político de los comanditos
Es, precisamente en este contexto, donde los comanditos cobran mayor sentido político. Cuando desde la figura central de esta articulación parte la indicación de que los comanditos son la vía para la rearticulación, empiezan a aparecer comanditos amarillos, comanditos anaranjados, comanditos turquesa, de todo tipo. Este es un proceso que responde a una necesidad política y eso le da justificación, pero también es un proceso que responde a una realidad cultural porque estamos ante una sociedad en la que las relaciones societales se construyen de modo corto y al modo materno. De allí que estemos viendo cómo una madre funda su comandito diciendo que “estos son mis nuevos hijos porque los míos se me fueron y ahora no tengo, por eso recojo a estos en torno a mi comandito”.
Es el reencuentro de la convivialidad, desde un tú a tú cercano y compartido en agrupaciones que son lo suficientemente pequeñas como para garantizar una relación de igualdad en donde todos ejercen el liderazgo de la reunión, de la asamblea.
Creo que todavía no nos hemos dado cuenta en la opinión pública venezolana de lo que puede significar volver a articularnos. El régimen quiso cosificarnos. Las ideologías tienen como primera consecuencia el cosificar a la persona, el vaciarla de su propia humanidad. Al volver a encontrarnos en espacios de confidencia nos reconstruimos como personas porque el objetivo de estos regímenes totalitarios es vaciarnos de humanidad.
Por eso también quieren quitarnos a Dios y colocarse ellos en su lugar, porque si nos quitan a Dios nos quitan la humanidad, porque sólo en nuestra relación con Dios somos personas. Volver a vincularnos como pueblo y comunidad, vincularnos no sólo con lo trascendente sino vincularnos con lo que nos hace más humano, que es nuestro impulso a la trascendencia
¿Qué nos quisieron dar a cambio de esta trascendencia? La materialidad pura de una bolsa del clap, y por eso la gente se les está revelando en un ejercicio de afirmación de su dignidad. Y de ahí el odio y la rabia que tienen contra la iglesia todos estos sistemas. Porque en la iglesia y en la convivencia la gente se vuelve y se reencuentra como personas. Si nosotros logramos convertir a los comanditos en las instancias para reconstruir la convivialidad rota por el régimen nos habremos puesto en el camino de la liberación, sin duda alguna.
El movimiento contrario al totalitarismo no es el orden, el movimiento contrario al totalitarismo es la articulación; es la articulación que no necesariamente tiene que ser ordenada. La articulación es mucho más, tiene mayores posibilidades de ser algo nuevo, porque sin duda, de lo que saldrá de esa nueva articulación, de esa nueva convivencia que se está gestando en esos pequeños espacios y en esas pequeñas agrupaciones, será algo nuevo, algo totalmente distinto, pero más rico. Por algo Jesús lo decía, “donde estén dos o tres reunidos en mi nombre, estoy yo en medio de ellos…” No importa el número, lo que importa es eso, la convivencia. La convivencia como primera opción. En la convivencia el poder pierde efectividad y se abren muchas posibilidades.
Ahora, este proceso de rearticulación lo mataríamos si convertimos estos pequeños espacios de convivencia llamados los comanditos, esos pequeños espacios, esas células de resistencia, en un espacio de partido.
Reencontrarnos en el habla política
Nosotros estamos sometidos de muchas maneras al silencio de las realidades más complejas que nos afectan más. Si logramos que estos comanditos se afronten con madurez, con el objetivo de reencontrarnos con la política tal y como es, con objetivos no partidarios y por lo tanto no sectarios, estaríamos ante una revolución.
Aquellos que dicen que la política está alejada del horizonte del diálogo comunitario lo hacen desde el desconocimiento del pueblo. Mi experiencia es que cuando nos atrevemos a lanzar al ruedo, en uno de estos pequeños espacios, aquellas realidades políticas comunes, cuando es planteada una discusión real sobre lo común, sobre lo nuestro, esta discusión no solamente tiene acogida, sino que tiene entusiasmo. Se discutirá, se peleará en estos encuentros, pero producirá indiferencia.
No tengamos miedo a plantear la discusión. Porque ésta se realice en la desarmonía, no significa que ha fallado, al contrario, falla cuando produce indiferencia, ahí sí falla. Ahora, cuando produce una reacción, aunque ésta sea en un primer momento agresiva, pero cuando produce reacción, es que se tocó alguna fibra, y ya veremos qué surge. Pero cuando se lanza y no produce sino indiferencia, pues ahí sí es verdad que ese encuentro no tiene ningún fin político.
¿Nos atreveremos a apostar por la convivencia?
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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Esta es una traducción de El Tiempo Latino. Puedes leer el artículo original en Factcheck.org. Escrito…