La imagen que dio la vuelta al mundo, por la que El Tiempo pagó a un forense que la tomó clandestinamente y hoy está en manos de una agencia internacional
La imagen del cadáver de Pablo Escobar se volvió el símbolo de la victoria del Estado sobre los narcos colombianos. Aunque la fotografía que el país recuerda es la del capo muerto en el tejado de la humilde casa en Medellín donde se escondía, hay otra imagen, más cruda y fuerte, que mostraba el fin del narcotraficante paisa. Esta fue publicada en un suplemento especial del periódico El Tiempo la misma noche del 2 de diciembre de 1993. Poco se sabe sobre el recorrido secreto de esa fotografía antes de ser reproducida en miles de páginas de la edición extras que confirma el fin del capo más buscado.
La historia comenzó en Medellín, en la sala forense donde el cuerpo arribó a las 4:20 de la tarde, tras el cierre del operativo por parte del Bloque de Búsqueda que había estado persiguiendo al jefe del cartel de Medellín durante meses. En ese momento, mientras los tanatólogos se preparaban para iniciar la necropsia, identificada con el número NC 93.6791, algunos funcionarios sabían que lo que estaba a punto de registrarse tendría un valor que trascendía el ámbito médico. En minutos, la noticia de la muerte circulaba por radios, pasillos policiales y redacciones agitadas, y todo el país, especialmente los medios de comunicación, quería saber más sobre lo que sucedía.
El Tiempo, entonces en manos de la familia Santos, entendió que tenía una tarea titánica: encontrar una chiva, un dato o una foto que otro medio no tuviera. Rafael Santos, quien era el responsable de la redacción ese día, asumió la tarea de mover al periódico en modo urgencia. No estaba prevista una edición nocturna, pero la muerte de Escobar exigía más que una portada: una separata especial para documentar, en tiempo real, el final del hombre que había marcado la historia reciente de Colombia.
Con la falta de fotógrafos oficiales dentro de la morgue, obtener una imagen adentro era casi misión imposible. Hubo una oportunidad de lograr una toma exclusiva, pero dependencia de una negociación secreta. En el periódico no querían esperar a que llegaran copias oficiales, porque el tiempo jugaba en contra. Apareció un funcionario forense que había recibido el cuerpo y tomó la fotografía que capturaba, sin adornos, la crudeza del momento: el capo tendido en una camilla metálica, la báscula de carnicería detrás y los rastros inmediatos del operativo que lo había abatido. Junto al cuerpo de Escobar estaba su mamá, Hermilda de los Dolores Gaviria Berrío, quien estaba reconociendo el cadáver de su hijo muerto.
Esa foto ya tenía propietario, aunque de manera clandestina, y para conseguirla había que pagar. Se dice que la encargada de cerrar el trato fue Juanita Santos, editora fotográfica, que por un giro del destino no estaba en el periódico ese día, pero terminó liderando la negociación. La cifra acordada rondó 1.200.000 pesos, una suma considerable para la época que hoy equivaldría a unos 20 millones de pesos actuales. No hubo tiempo para discutir: la redacción la necesitaba de inmediato para armar el especial nocturno y El Tiempo pagó.
Cuando la imagen llegó a Bogotá, el cierre editorial ya había comenzado. Algunos pensaron que debía editarse para suavizarla, especialmente por la presencia de la báscula, un artefacto que, para algunos, le restaba respeto al registro. Otros defendían lo contario: que ese objeto contaba algo más profundo, casi involuntario, sobre el país de la época, donde incluso la muerte del hombre más buscado convivía con instrumentos de uso cotidiano en una ciudad afectada por la violencia.
A esas alturas, nadie pensó que la propiedad de la imagen sería un asunto del futuro; la prioridad era mostrar al país lo que más se esperaba ver: la evidencia de que Escobar, cuyo cumpleaños había sido un día antes, ya no representaba una amenaza.
Con el paso del tiempo, la fotografía circuló por múltiples rutas. Lo inesperado es que dejó de pertenecer al periódico que la publicó primero. Con el tiempo, terminó en manos de la agencia internacional Getty, aunque nadie ha podido explicar con certeza cómo llegó allí ni quién la vendió. La paradoja es evidente: El Tiempo pagó por la exclusividad de un registro que, décadas después, aparece en bancos de imágenes globales sin que se conozca su historia completa.
Foto con los que lo mataron
Más allá de los hilos administrativos, la imagen mantiene su fuerza documental desde el primer día. El cuerpo de Escobar, con la camiseta oscura de cuello y puños vino, el jean claro y las múltiples marcas de sangre que dejaban ver años de violencia y miles de muertos. Después de la imagen llegó el trabajo de los forenses. La necropsia reveló en detalle las mortales heridas: tres disparos de arma de fuego lo habían dejado sin vida. Había fracturas en el cráneo, lesiones en la clavícula, daños en los oídos, hemorragias internas y signos de forcejeo que hablaban del final abrupto de su historia.
La necropsia comenzó a las seis de la tarde, mientras en Bogotá la redacción terminaba de ensamblar la edición con la foto exclusiva que saldría esa misma noche. El país amanecería viendo aquella fotografía reproducida en miles de ejemplares. Fue la prueba material de un capítulo que se había narrado entre explosiones, recompensas y persecuciones, y que finalmente tendría un cierre verificable.
La foto que marcó el final de Pablo Escobar es también el retrato de las urgencias de un periodismo que comprendió que esa noche tenía en sus manos algo que no volvería a repetirse: una foto inédita que le daría la vuelta al mundo.
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