La sociedad venezolana, como he tratado de plantear en artículos anteriores, ha dado una batalla ejemplar contra las taras antiguas del autoritarismo y el personalismo. El rechazo de la mandonería recobrada por el «comandante eterno» y reforzada por el régimen de Maduro ha encontrado entre nosotros un aborrecimiento demostrado en la realización de la elección primaria de la oposición y en la victoria arrolladora de Edmundo González en la elección presidencial. Parecen evidencias suficientes para probar la existencia de un retorno hacia entendimientos del republicanismo que parecían desterrados de la experiencia colectiva y que llegan para quedarse. Sin embargo, la reacción de una multitud de connacionales frente a la elección de Trump en los Estados Unidos, que acaba de suceder, sugiere que se revise el pronóstico o que se asuma entre miles de cautelas.
Los cambios de las conductas sociales, como también he tratado de apuntar en otros escritos, no son automáticos. Las reacciones colectivas, aprisionadas en el férreo cascarón de una mentalidad, no se despojan con facilidad del pasado y, por consiguiente, suelen repetirse de pronto, o simplemente se ocultan para esperar el momento de la reaparición. De allí la dificultad que encierran los anuncios de novedades o los cantos sobre un futuro arrollador.
Vuelven al ruedo estos comentarios debido al entusiasmo que ha provocado en miles de venezolanos el retorno de Trump a la presidencia de los Estados Unidos, cuya relación con las manifestaciones democráticas y con el rechazo de la dictadura de Maduro que han marcado caminos recientes no resulta fácil de explicar. Todo lo contrario: los niegan hasta la hipérbole. Una buena parte del pueblo que manifiesta aversión por formas autoritarias de gobierno arraigadas en su territorio, se felicita por la posibilidad de que se establezcan en una potencia que ha sido ejemplar en materia de deliberación y democracia. Amplios sectores de la sociedad que han llevado a cabo formas de combate contra la voz de un amo y contra la permanencia de un mandatario sin mensajes capaces de llamar a la convivencia civilizada, baten palmas cuando un sujeto como el que combaten en casa se adueña de la mansión más poderosa del hemisferio. Estamos ante una contradicción sobre la que no viene mal ponerse a reflexionar, antes de que el terreno ganado por la lucidez y por un despertar colectivo se deslice por un barranco cercano y peligroso, más de lo que uno pueda imaginar.
Los miles de venezolanos que festejan el triunfo de Trump, especialmente los más activos en redes sociales, son una demostración del peligro que corren las conquistas de la sociedad contra la dictadura frente a la cual han reaccionado con énfasis indiscutible. Si se han levantado aquí contra un felón, celebran que otro se establezca en Washington. Mientras apoyan ideas de renovación en su país, baten palmas por un sujeto que ha demostrado que no las tiene para el beneficio de sus votantes sino solo para la ventaja de sus allegados. Si aquí han luchado contra las camarillas y los encierros, ven con buenos ojos que afuera reine quien los promueve y multiplica. Mientras en lo doméstico vociferan contra los enchufados, salen en las caravanas del tuiter a festejar que ahora tengan habitación pública y notoria en la Casa Blanca. Cosas peores todavía, si caben: sus argumentos no existen, debido a que no están sustentados por ideas, y mienten como el rubio patán que ahora es su ídolo. Si él ha triunfado burlándose del prójimo hasta el extremo de escarnecerlo y sin ninguna consideración por la verdad e insultando a los rivales sin un solo pensamiento digno de respeto en la cabeza, ¿por qué no han de copiar un modelo tan exitoso?
Es una conducta muy preocupante la de esta multitud de magazolanos debido a que, por si no bastara con las oscuridades de su adalid que se acaban de asomar, estamos ante la presencia de un truhan convicto por sus delitos, ante un machote que desprecia a las mujeres y ante un adalid de la pureza racial que tiene entre ceja y ceja el plan de limitar hasta donde pueda los derechos y la presencia de las comunidades latinas en su país, es decir, la existencia de gentes iguales como gotas de agua a los venezolanos que hoy lo aclaman en términos desenfrenados y lamentables, dolorosos y vergonzosos por lo que tienen de desprecio por las nociones de civilidad y democracia cuyo vigor hemos celebrado en el país, tal vez con entusiasmo excesivo.
El retorno de esa civilidad se vuelve trabajoso cuando contemplamos la caravana ardorosa del chafarote gringo. En realidad no importarían en cuanto procesión de huérfanos de ideas o de desconectados de la realidad porque una manifestación de tal naturaleza no ha sido inhabitual entre nosotros, y porque cada cual puede hacer lo que pueda con sus manifestaciones personales, sino por la traba que significan en la lucha contra la dictadura de Maduro. Con gente que actúe así la batalla se hace más ardua. Son el pasado que traba el advenimiento de tiempos más auspiciosos, la negación de la república que quiere volver pese a las rémoras del tiempo.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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