José Alberto Galíndez Cordero, o simplemente Alberto Galíndez, pondera las virtudes variadas del mango cuando lo entrevistan en televisión. Su escuela ideal para los niños del estado Cojedes, que él gobierna desde noviembre de 2021, es una que se pudo pintar, o sea, una escuela «bien pintadita». En otra entrevista le explica al moderador que bajo su gestión se ha creado el programa Hambre Cero, el cual consiste, por ejemplo, en dar a las familias más pobres dos pollos por el precio de uno. En otra ocasión le preguntan por la vaguada que han sufrido en Tinaco o Tinaquillo o San Carlos, y él dice que sí, que ha sido terrible, pero que el gobierno nacional le ha enviado ayuda. Alguien que depende del Consejo Federal de Gobierno o del situado constitucional para pintar una escuela, ¿qué otra cosa puede decir?
En otro vídeo le invitan a que establezca alguna diferencia entre su presente gestión y la que desarrolló cuando el chavismo aún no se había instalado en el poder (1996-2000) y contesta que antes era otra cosa porque por lo menos había un convenio con el Banco Mundial o algún otro organismo multilateral.
Galíndez fue una ficha de Acción Democrática. Cuando el partido fue secuestrado o expropiado en 2020 y, entonces, se dividió, él quedó entre la niebla, como en estado cataléptico. Ahora dice ser de Primero Justicia.
Hay tres gobernadores actuales que oficialmente no están con el gobierno, pero como que sí o quién sabe: Manuel Rosales en el estado Zulia, Morel Rodríguez Ávila en Nueva Esparta y Alberto Galíndez en Cojedes. ¿De qué otra manera podrían sobrevivir en el puesto que se han ganado sino permaneciendo en una especie de limbo o haciendo las veces de guabina? Galíndez lo ha puesto de esta manera, respondiendo alguna crítica: «A mí no me eligieron para pelear con el Gobierno. Algunos opositores radicales creen que a mí me eligieron para eso… ¡Me eligieron para gobernar! Y eso significa llevar una relación institucional sana».
«Galíndez está más con los alacranes», me cuenta un amigo bien informado.
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Detrás del caso Galíndez y otros similares se halla una estrategia reiterada, la voluntad del régimen chavista o madurista: modelar a la oposición conforme a sus intereses; eso e inventarse una autoridad dentro de una entidad en la que ha perdido el terreno; eso y usar como arma de chantaje los recursos que por ley corresponden a la entidad que se desea recuperar.
El 15 de junio de 2020 el Tribunal Supremo de Justicia venezolano suspendió ilegalmente a la junta directiva del partido Acción Democrática para designar una mesa directiva ad hoc presidida por Bernabé Gutiérrez, el adeco colaboracionista. De este modo, y sin entrar en pormenores que deberían ser a estas alturas del conocimiento público pues se hallan ―aun diseminadas― en internet, quedó el partido fundado por Rómulo Betancourt escindido de facto. Hasta ahí llegó la autonomía ―antes más o menos sagrada, durante el puntofijismo― desde la cual los partidos políticos decidían su destino y funcionamiento. A partir de 2020 eso no es así. A partir de 2020, un partido político opositor podrá ser cooptado, escindido o secuestrado desde Miraflores si representa realmente algún peligro para la supervivencia del régimen, o simplemente para sus intereses inmediatos o futuros.
Un tolete de AD sigue en las manos de Gutiérrez, o sea, del madurismo; la otra en las de Henry Ramos Allup, el hombre que tuvo sus quince minutos de gloria entre diciembre de 2015 y enero de 2016 pero los echó por la borda al dedicar demasiadas energías al desmantelamiento de la quincallería chavista del palacio legislativo. Se acaba de fotografiar junto al presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, en una reunión de la Internacional Socialista. En esta ocasión se votó un acuerdo unánime a favor de elecciones presidenciales libres en Venezuela. Un saludo a la bandera nunca cae mal.
A estas alturas cabe la reflexión: Hugo Chávez prometió freírles las cabezas a los adecos en aceite hirviendo, una manera de ilustrar su disposición a terminar con los partidos del estatus. Al cabo de todos estos años, el cometido está en la práctica hecho. El partido Copei se ha atomizado, el precandidato a la primaria César Pérez Vivas presentó su oferta como socialcristiano, no como copeyano. El partido AD presentó en esa ocasión a Carlos Prosperi, quien, dado su desempeño alrededor del 22-O, mostró que no es un político digno de confianza. En todo caso, ¿cómo ha sido posible que un partido como Acción Democrática esté terminando sus días como los está terminando? No es solo la acción del tremendo poder que se propuso como objetivo su eliminación o anulación sino que sus propios dirigentes colaboraron y tal vez siguen colaborando en ello.
Antonio Ledezma, aunque no es adeco desde 1999, ha sido testigo muchos hitos del partido. Lo consulto. La historia del declive de Acción Democrática está por escribirse y él es una fuente. Recuerda aquel primer rompimiento que dio lugar al MIR, con jóvenes disidentes pastoreados por Fidel Castro; luego vino lo del ARS, por forcejeos internos o posiciones ideológicas encontradas; más tarde, la lucha por la candidatura presidencial entre Gonzalo Barrios y Luis Beltrán Prieto Figueroa, que dividió en dos mitades al partido a finales de 1967 y provocó, al año siguiente, su primera derrota, cuando Rafael Caldera gana por menos de treinta mil votos las elecciones. Lo que representaba la fuerza del partido del pueblo seguía siendo impresionante: «Nada más Prieto Figueroa sacó, si mal no recuerdo, 800 mil votos», dice Ledezma.
Después, a su modo de ver, viene no un rompimiento sino un desgaste, lo que llevó a Carlos Andrés Pérez a decir que el partido estaba quedando como un cascarón vacío:
«Fue el miedo a los cambios. El partido que antes hablaba de la lucha contra el latifundio e impulsado la Reforma Agraria, que se definía como antifeudal y antimperial, tenía que adaptar sus tesis programáticas a los nuevos tiempos y en eso se fue demorando; avanzó el pragmatismo y, en medio del pragmatismo y del miedo a los cambios, vino la tormenta de la antipolítica: sin duda alguna, el huracán que se llevó por delante lo que quedaba de Acción Democrática.»
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Si bien Chávez no terminó friendo las cabezas de los adecos, sí fue propiciando la desintegración del partido. Ledezma opina, refiriéndose a la invasión de 2020 vía TSJ, con robo de siglas incluido, que lo que se ha hecho es igual o más grave que una hipotética liquidación de los dirigentes adecos:
«Porque AD ha sido judicializada. Con la decisión del TSJ le quitaron las siglas al partido y se las asignaron a quienes ellos consideraron más obedientes. O más sumisos. Lo mismo con Copei, Voluntad Popular y Primero Justicia. Y en esto tienen responsabilidad las propias dirigencias políticas, que en el año 99 dejaron que Chávez se alzara con el control de todas las instituciones: desde la Defensoría del Pueblo hasta la Fiscalía…»
En fin, que sí, que una historia está por escribirse y los malos de la partida no necesariamente pululan, en exclusiva, en el bando chavista.
Ledezma afirma que en 1999 fue cuando comenzó el control del Tribunal Supremo de Justicia. Mientras tanto, quiso él aspirar a la Secretaría General pero no fue posible y vino la ruptura con su partido: «Hubo una maniobra, cierran todas las puertas, encargan a Timoteo Zambrano de la Secretaría General…», y agrega:
«El partido perdió su horizonte, se ha desdibujado. No se sabe en manos de quién está, si en las delBurro Martínez o en las de Ramos Allup. El partido solo queda como un sentimiento arraigado en el atavismo de la gente, que evoca aquellos tiempos gloriosos de Andrés Eloy, Gallegos, Bethencourt, Carlos Andrés…».
…
Me cuenta un periodista que siguió los pasos de las precandidaturas a la primaria, que el empujón a Carlos Prosperi, quien tuvo una conducta al menos sospechosa el 22-O, vino de Edgar Zambrano, quien por cierto fue puesto preso por lo del 30 de abril en La Carlota, en 2019. De Zambrano ahora se dice, o al menos lo dice alguien desde dentro de AD, que es un hombre que goza de la comunicación directa con Pedro Carreño. ¡Con el ilustre Pedro Carreño, el que se inventó lo del espionaje desde DirecTV!
El país es tal como me lo cuenta el periodista Gregorio Salazar: capitales de Estado con tres y cuatro horas sin luz al día. La gasolina dolarizada y el diésel también. Maduro+, un show electorero por VTV, máxima producción del canal de todos los venezolanos en estos tiempos (también lo pasan o lo reproducen por un canal de YouTube, por si se les pierde un detalle). Es el país en donde a la oposición, hoy más que nunca, le cierran las puertas de todos los canales y radioemisoras. En contraposición, Godzilla: los lunes en la mañana, rueda de prensa partidista; los miércoles, Asamblea con su jefe de mesa negociador diciendo que hay 25 fechas en las que pudiera darse la elección presidencial y cualquiera de ellas, ¡pammm…!, puede ser.
Luego están las dosis de matonismo al estilo camisa parda de Diosdado Cabello cada miércoles por la noche. Y por todos lados, ese ritornelo, ese surgimiento de sustitutos de María Corina Machado ya que sobre ella, caramba, pesa una inhabilitación.
Ante todo eso, ¿qué puede hacer un humilde gobernador de Estado sino mostrar a cámara, entre sus trémulas manos, un frasco de champú de mango fabricado en Tinaco o Tinaquillo? ¿Sabían ustedes que hay champú de mango made in Cojedes? También jalea de mango, crema hidratante de mango, antibacterial de mango.
En descargo del señor Galíndez puede decirse que es una manera inteligente de sobrevivir como gobernador dentro de un régimen chavista.
Hay un arte de sobrevivir y un arte de rebanar votos. Si usted se pone a ver, el chavismo en el poder se ha convertido en puro arte vanguardista.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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