Aquí no se habla de El Aissami

A las 3 de la tarde del 20 de marzo de 2023 anunció por Twitter que dejaba el puesto de ministro de petróleo. No dijo nada sobre su cargo como vicepresidente del área económica, pero se sobreentiende que en vista de que se encontraba en el centro de un escándalo monumental, también habría entregado esa y cualquier otra silla que ocupara tanto en el gobierno como en la estructura del partido oficialista, que es decir casi lo mismo. 

Su entorno, sus asociados, él mismo, desaparecieron más de 21 mil millones de dólares que debían ingresar en las cuentas de Pdvsa. Incluso para un país en el que la corrupción ya ni sorprende, semejante cantidad de dinero era -es- demasiado. Pecado imperdonable ese, no por presuntamente robarle al Estado, sino por dejar seca la cajita mágica de los dólares en un contexto de sanciones que limita el flujo de recursos que aceita la maquinaria del poder. 

En Miraflores seguramente parafrasearon a Luis Herrera: ¿Y dónde están los reales? El ministro no pudo ofrecer una respuesta acertada. Los reales no estaban, no estuvieron. Nunca llegaron. Tenían que rodar cabezas. Y rodaron las de El Aissami y los 40 ladrones. 

¿O son 60? ¿O son 80? ¿O son 100?

Desde entonces, el atildado zar del petróleo -siempre bien peinado y acomodadito para la foto- desapareció del panorama. Ni se le vio ni se le escuchó más. Su nombre está proscrito. Nadie en el círculo de los poderosos ni en el de los aduladores, se atreve a mencionarlo en voz alta. Tarek El Aissami es como Lord Voldemort para los personajes de la saga chavista: no se habla de él, no está muerto ni está vivo, es una sombra que podría tener poder o desatar fuerzas oscuras en tu contra. Es “quien-tú-sabes”, “el-que-no-debe-ser-nombrado”.

Lo eliminaron de sus contactos, borraron las fotos, los chats, lo sacaron de los grupos de WhatsApp. Tratan de no pensar en él, no sea cosa que les aparezca en Instagram.

Ni siquiera el Fiscal General, tan entusiasta de esas transmisiones en directo para contar “tramas” abundando en detalles y calificativos, exhibiendo diagramas, pruebas, elementos de convicción criminalística y todo eso, se ha tomado la molestia de hablar de este hombre que fue ministro de Interior y Justicia, de Petróleo, gobernador de Aragua y hasta vicepresidente de la República. En abril de 2023, por ejemplo, se negó a hacerlo: “En relación a futuras, próximas investigaciones en marcha, yo me he caracterizado por no adelantar opinión, no voy a autotubearme”.   

Pero en unos días se cumple un año de su salida de escena y su fantasma necesariamente recorre la discusión pública. Ya no sólo en el tuit de alguien que se acuerda de vez en cuando y suelta la pregunta incómoda “¿dónde está Tarek El Aissami?”. 

La efeméride propicia el recuento de este episodio protagonizado por el funcionario consentido de Miraflores, el hombre que ascendió demasiado y que tuvo la misión de diseñar un esquema que permitiera burlar las sanciones y hacer que el petróleo venezolano encontrara compradores. Y los encontró, eso sí, a un costo altísimo para el Estado: primero se dijo que el guiso era de 3 mil millones de dólares, luego que eran 8.600 millones, después que no, que eran 16 mil millones y más tarde que el cálculo supera los 21 mil millones.   

A menos de que hayan cambiado el Código Penal sin avisarnos, al funcionario –por el cual la justicia estadounidense ofrece una recompensa de 10 millones de dólares- tendrían que haberlo llevado a una audiencia de presentación en la que se formularan los cargos en su contra para que un juez tomara la decisión de recluirlo en algún rincón del sistema carcelario si lo encontrara procedente y que de ahí en adelante se sometiera a un juicio con toda esa serie de detallitos que contempla el estado de derecho: ya sabes, eso de sustentar acusaciones, derecho a la defensa, etcétera… Y quienes estamos del lado de acá -de la ciudadanía que no se inventó empresas en Asia ni contrató buques piratas- deberíamos eventualmente conocer los avances del proceso. 

Y no, nada de eso ha pasado. El Aissami está desaparecido en algún punto en el que no aplican las leyes del país sino las del clan. Y como no hay información, a algunos les da por especular: unos en voz alta, otros en voz baja. Que está aquí, que está allá, que está pasando roncha; que no, que lo tienen toñequísimo porque después de todo es un prócer de la revolución que sabe muchas cosas… Y así: sólo la casta del poder conoce la verdad, pero la imaginación vuela libre. 

Se antoja imaginarlo en una casa hermosa, de mucho blanco y enormes ventanales para que desde una distancia prudencial pueda ser visto al paso por sus camaradas y sirva como ejemplo: esa figura allá a lo lejos te enseña que no importa lo mucho que hayas ascendido en la pirámide, si te pasas de la raya, igual podemos joderte. 

O quizás –forzando un ejercicio de ficción- logró un acuerdo tipo Frank Tagliano, delató a sus socios y encontró su Lillehammer y ahora mismo está tomando un whisky y escuchando a Sinatra esperando a que pase la nevada.   

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.

rpoleoZeta

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