A Roberto lo conozco desde que tengo uso de razón. No era Monseñor. Ni pensarlo en el momento. Era el Padre Lückert –otrora líder de la juventud demócrata cristiana del Zulia–, descendiente de alemanes que fueron fundamentales en la construcción de nuestra idiosincrasia zuliana, como lo fueron los españoles, los italianos, los portugueses, los estadounidenses, los griegos, los colombianos y tantos extranjeros que llegaron al que era el primer puerto de Venezuela a desarrollar el comercio internacional.
La primera responsabilidad que recuerdo de él fue la de párroco de la Basílica de Nuestra Señora de Chiquinquirá, lo cual no es cosa menor. La Basílica, Iglesia de San Juan de Dios, es nuestro centro religioso más importante en la práctica, por encima de la Santa Iglesia Catedral donde hoy se velan sus restos. Y ser párroco de la Basílica es ser un cura de peso, cuyas opiniones son importantes en la feligresía.
Lückert fue un sacerdote cercano a la gente y de actitud siempre sonriente, dicharachera y llena de ese humor que nos caracteriza en esta zona del país. Mi padre me contaba una anécdota de cuando su hermana menor, Zulmer, ya mayorcita, se casó con un señor no tan agraciado, y cuando él la llevó al altar, Lückert se le acercó y le dijo “…¡por poco te la deja el autobús!” A lo que mi padre reaccionó con cierta molestia, pero era así el carácter del padre Lückert, frontal, directo, imprudente, sin ambages.
Después de esa responsabilidad parroquial, fue designado obispo de la Diócesis de Cabimas que tiene jurisdicción en toda la Costa Oriental del Lago de Maracaibo, región muy pujante en materia petrolera y agropecuaria que hoy sufre los embates de este desgobierno, pero eso no va pa’l examen.
Allí desarrolló un impresionante trabajo de apostolado que lo llevó a cada una de las ciudades y a cada uno de los pueblos de la Costa Oriental. No hubo pueblo que no visitara y no hubo trabajo que no hiciera para fortalecer la fe. En esa zona la devoción a San Benito es inmensa y a ella van unidos los bailes y la bebedera de ron: “un ron pa’l santo y un ron pa mí”. Él trató de mantener esa celebración dentro de parámetros de respeto, pero no era fácil.
Una vez leí una declaración suya en medios que me dejó clara su actuación frontal. Habían inaugurado la Plaza Manuel Guanipa Matos en El Venado, municipio Baralt de nuestro estado, parroquia civil que tiene a mi padre de epónimo. Y en su visita a esa población comentó: “…qué cresta, El Venado tiene una plaza Manuel Guanipa Matos, pero no tiene una Plaza Bolívar como todos los pueblos de Venezuela”.
Llegado el chavismo al poder, no solo le quitó el nombre a la plaza sino que la renombró Bolívar-Chávez y así se mantiene. Pero así era ese curita: frontal, decía lo que pensaba, sin filtros.
Con él siempre tuve una relación cordial, afectuosa, familiar. Cuando me preguntaba por mi madre, Corina, hacía referencia a una mapanare, cuestión que también sucedía con nuestro siempre recordado Kurt Nagel Von Jess, cronista de nuestra ciudad y también de ascendencia alemana. Mi madre siempre ha sido una mujer con guáramo, íntegra, sin pelos en la lengua y estos amigos la llamaban de esa forma para asumir que su verbo era venenoso.
Me cuenta mi hermano Francisco que una vez pasaba por la arquidiócesis y vio a Monseñor Lückert afuera, se paró y lo invitó a subir al carro para llevarlo a su destino. En el camino, monseñor le preguntó cómo estaba Corina y ante la usual respuesta de “bien”, le dijo: “decile a tu madre que le pido a Dios que se consiga un novio que trabaje en un circo”. Cuando Francisco le preguntó la razón, Lückert le dijo: “…porque ese coño tiene que ser domador de fieras”. Y así podemos conseguir miles de anécdotas de este particular sacerdote zuliano.
Con él nos reunimos varias veces. En Maracaibo, en la Costa Oriental, en Coro, donde ejerció como arzobispo de esa ciudad pionera en materia religiosa en nuestro país. Siempre había chistes, anécdotas, historias, cuentos.
Cuando decidí no juramentarme ante la farsa constituyente, como gobernador electo del Zulia, recibí las críticas públicas de mi amigo monseñor. Su lengua viperina floreció y nunca entendió que lo que hacíamos, lo hacíamos para enfrentar a un régimen dictatorial que no podíamos fortalecer bajo ninguna circunstancia. Jamás le respondí en público, pero en privado si lo conversamos. Y recuerdo que en un programa de televisión con Fernando Álvarez Paz, me cayó a leña por eso de la no juramentación y fue el propio Fernando quien asumió mi defensa con la elocuencia que lo caracterizaba.
En todo caso, yo a Monseñor Lückert lo quise mucho y sus críticas las acepté como un discípulo que recoge observaciones y no le hace reclamos aunque sienta que tiene razón.
Ya no está con nosotros, en este plano terrenal. El cielo lo recibe y Dios y San Pedro reirán con sus ocurrencias, historias y cuentos. Por aquí nos quedamos con la esperanza de que desde allá nos acompañe en ese esfuerzo por el que tanto luchó: la liberación del país, la democratización de nuestra Venezuela.
Nos deja su dicharachería, su carácter –a veces afable y a veces regañón–, su bonhomía y sensibilidad social, esa postura firme frente al régimen, la claridad de su mensaje, su compromiso con la Doctrina Social de la Iglesia y su opción preferencial por los pobres.
¡Descansa en paz, Roberto!
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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