Zona de desinterés – La Gran Aldea

Parafraseo el título del filme ganador del último Oscar a la mejor película internacional (Zona de interés, de Jonathan Glazer) porque quienes lo hayan visto recordarán algunas escenas que, precisamente por el silencio y tranquilidad con que transcurren, expresan la mayor violencia posible. La de quien la ha causado y serenamente, como pensando en otra cosa, vive al lado de la desgracia que ha perpetrado sin darse por enterado.

Así en Venezuela, la desgracia que ha sido descrita por muchos un montón de veces, cobra un mayor impacto cuando la escuchamos pronunciada por una joven de un pueblo de la Venezuela profunda, que en medio de una manifestación masiva pide cambio de gobierno, espera un cambio de gobierno para seguir creyendo en el futuro, porque no puede más con lo que le ha caído encima en sus pocos años, casi una niña pero ya madre, que dice varias veces ante la cámara: “no hay luz en la casa de nosotros”. 

Esa frase es una manera de expresarse que no viene de los memes, ni mucho menos de los discursos, sino de allá adentro, de lejos y de antiguo. No sabe quizás esa muchacha –que podría ser mi nieta, lo digo con orgullo porque ahora hay quien se burla de los abuelos–, que lo expresado es mucho más que la denuncia por la calamidad del servicio eléctrico. Dijo, para quien lo quiera oír, que en el país se fue la luminosidad, que los que tomaron el poder hace veinticinco años, cuando ella no había nacido, apagaron no una casa ni dos, sino el país entero. Lograron apagar a Venezuela. Dejarla sin presente y sin futuro, y con ganas de quitarle también el pasado al que le han arrancado unos cuantos pedazos. Por eso es tan urgente la denuncia de esa joven: ‘cuando estaba embarazada no había carne en mi casa y mi mamá se tuvo que ir a Colombia’, eso es lo que les dijo a los que viven al lado, pero ni la ven ni la oyen, los que anunciaron que el pueblo de Venezuela era su máximo interés, y que ellos reivindicarían a los despreciados por las elites, y poco después de tomar el poder no quisieron saber nada de la oscuridad que ellos mismos dejaron en el país que declararon zona de desinterés. 

Son muchos sucesos los que marcan el entusiasmo de los últimos acontecimientos ocurridos. Algunas son imágenes, por ejemplo, la de un pueblo en el que los vecinos, a falta de alumbrado, encienden los celulares para reunirse alrededor de la portadora de esa esperanza, María Corina Machado. Otra es escuchar de quien próximamente será presidente de la República decir que aspira a que el país vuelva a la normalidad. La normalidad de una sociedad en la que el poder político hable sin vociferar insultos, de ciudadanos que puedan estar en desacuerdo con el gobierno de turno sin ser sometidos a penas de prisión y tortura, de funcionarios públicos que no se burlen de quienes se han convertido en ‘zona de desinterés’, y han sido condenados a vivir sin agua, ni electricidad, ni educación, ni salud, sin sus familias, sin empleos dignos, sin su tierra, en fin, un país entero que no debería haber sufrido esta catástrofe y que quiere ser de nuevo normal  y que le ofrezcan el cumplimiento de metas posibles, sin utopías ni disparates, como las que vimos y escuchamos los que hemos sido testigos de todo este ciclo infausto que pareciera estar llegando a su final.

No es difícil comprender la luz que ahora se ha encendido en Venezuela, casi perdida ya la esperanza de recuperar al país. Por cierto, recuperar no significa volver al punto inicial, como algunas mentes simples piensan, es bastante evidente que el pasado es irreversible y cuando se habla de recuperación se quiere decir que lo maltratado, lo destruido, lo devastado es susceptible, tiempo y trabajo mediante, de recobrarse, restablecerse y reponerse de nuevo.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.

rpoleoZeta

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