La mayoría de los sondeos dan por ganador, con un amplio margen, al candidato de la Plataforma Unitaria, Edmundo González. Como todo en la vida, podemos encontrar estudios que apuntan a la victoria de Maduro, al punto que algunos medios hablan de una guerra de encuestas. La guerra es más bien asimétrica, pues la amplia mayoría de las encuestadoras -incluyendo aquellas que cumplen con estándares de calidad- dan una amplia ventaja a González.
Pero por supuesto, yo no vine aquí a hablar de encuestas ni de análisis políticos. Más que intentar predecir el mañana, me interesa entender el hoy.
Muchos de los análisis que apuntan a que Maduro será reelecto, no se basan en la revisión de las intenciones de voto, sino en la capacidad de fraude, en eso que se llama, con notable imprecisión, ingeniería electoral y control institucional. Este análisis considera que en el pasado, Maduro ha logrado -de una u otra manera- imponer su voluntad abusiva y fraudulenta, y que esta vez no será distinto.
Se basa en la locución latina ceteris paribus, que asume que las condiciones se mantienen igual. Así, asumiendo que Maduro se comportará como siempre, el Consejo Nacional Electoral lo proclamará presidente. Cómo se logrará ese resultado es, en este análisis, irrelevante. El 28 de julio se asume como una repetición del pasado.
Pero el detalle está en que las condiciones no se han mantenido igual. En realidad, Nicolás Maduro está, exactamente, en la situación que tanto intentó evitar: tener que hacer campaña con una oposición unida en torno a un candidato, con el liderazgo de Machado nacido en las primarias, y con la comunidad internacional -desde Estados Unidos hasta Costa Rica- pidiendo respetar la voluntad del pueblo venezolano.
Tanto más sorprendente es esta situación, si consideramos que Maduro dejó pasar varias oportunidades que le hubiesen permitido mejorar su condición. Tanto más inusual, Maduro inició varias estrategias fraudulentas que quedaron, sin embargo, incompletas.
Así, pudiendo haber impedido las primarias, decidió no interferir. Pero luego del éxito de estas internas optó por «suspenderlas» a través de la Sala Electoral. El plan era muy sencillo: criminalizar las primarias, como se hizo con la elección de la Asamblea de 2015. Y sin embargo, habiendo iniciado ese camino, desistió.
Luego, Maduro emprendió una jugada muy costosa: inhabilitar, incluso en los hechos, a Machado y todo candidato apoyado por ella. Aquí el objetivo era repetir la estrategia de 2018, o sea, una oposición dividida con un candidato no unitario y con llamados de abstención que desmovilizan al electorado. Maduro casi logra ese objetivo, e incluso, pagó un alto precio con la extinción de la Licencia General n° 44, que ha trastocado sus planes de avanzar en la privatización de facto de la industria petrolera. Y sin embargo, Maduro terminó aceptando a un candidato unitario -González- apoyado por Machado.
También Maduro pudo suspender las elecciones, difiriendo el riesgo y creando nuevas oportunidades para dividir a la oposición. Esa era la opción que me pareció siempre la más racional. Y pudiendo haberlo hecho, Maduro decidió no suspender las elecciones y lanzarse a una campaña electoral en contra de González y el liderazgo de Machado.
«Maduro confía en que, a pesar de todo, el 28 de julio será proclamado ganador con un fraude que, a estas alturas, tendrá que ser evidente y grosero»
Claro está, en los días que quedan Maduro podrá intentar nuevos fraudes, incluso la suspensión de las elecciones. Pero mi análisis se limita a señalar que, habiendo tenido amplias oportunidades para evitar la presente situación, Maduro no actuó.
La situación es anormal, ciertamente. Ninguno de los dictadores con quienes podemos comparar a Maduro -Ortega y Putin, por ejemplo- tomaron el riesgo de salir a la calle y hacer campaña en contra de una oposición unida, simulando ser candidatos democráticos, de esos que ganan y pierden elecciones. Las elecciones no-competitivas se inventaron, precisamente, para ahorrarle a los dictadores la molestia de hacer campaña con una oposición unida.
Ninguna de las explicaciones alternativas me satisface. Pensar que esto responde a un error de cálculo por parte de Maduro es sobreestimar su experiencia política. Ya Maduro cometió un error de cálculo al dejar hacer las elecciones parlamentarias de 2015, y aprendió la lección: nunca más toleraría elecciones con una oposición unida. No creo que Maduro se esté equivocando.
La otra explicación es que Maduro confía que puede ganar las elecciones. No tengo duda que sobran analistas, consultores y operadores que le dicen a Maduro que, por supuesto, él puede ganar unas elecciones en contra de Machado, pues el pueblo lo adora. Pero una cosa son los vendedores de ilusiones y otra es creerse el cuento. Maduro, que sabe leer el panorama político venezolano, debe estar consciente de su gran impopularidad, que casi le cuesta una derrota en 2013. No me parece razonable sostener que Maduro, en efecto, cree que él es un líder popular y carismático.
Además, si Maduro se cree popular y capaz de movilizar a los electores, ¿para qué implementar la recurrente persecución política en contra de González, Machado y su equipo? Esta persecución -que ha activado las alertas del Alto Comisionado- demuestra que el Gobierno no está muy convencido de su popularidad, al punto que necesita apoyarse en el “control institucional” (sic). También demuestra que algo de capacidad autocrática le queda al régimen, insuficiente, sin embargo, para avanzar más en el cerco electoral.
Finalmente, la explicación en la que parecen coincidir muchos, es que Maduro confía en que, a pesar de todo, el 28 de julio será proclamado ganador con un fraude que, a estas alturas, tendrá que ser evidente y grosero. Pero esto asume que Maduro tendrá capacidad para hacer, el 28 de julio, lo que no ha podido hacer desde octubre de 2023. Si en efecto Maduro tiene ese grado de control autocrático, entonces, ha podido evitar este escenario, que le resulta ampliamente desfavorable.
Algunos me han replicado que Maduro dejó correr a González para elevar la posibilidad de ser reconocido como presidente reelecto. Esto es lo que creen algunos operadores que se han reunido para escuchar las promesas de las reformas económicas que, esta vez sí, Maduro implementará una vez reelecto. Quienes así piensan son los mismos que nos decían que, pasara lo que pasara, Estados Unidos nunca dejaría expirar la Licencia General n° 44.
Pero la ilusión de que Maduro será reconocido como presidente reelecto es eso: una ilusión.
Existen suficientes indicios como para considerar que, en caso de una reelección fraudulenta, Maduro no podrá recuperar la legitimidad que perdió en 2019. Ya los fraudes y graves violaciones de derechos humanos son tan evidentes, que cualquier reelección de Maduro tendrá una mancha de ilegitimidad.
Aquí, en realidad, la única expectativa de Maduro es apostar a una alta abstención, como en el 2018. Pero a diferencia de entonces, hoy la oposición está unida en torno al llamado a votar, en un escenario que favorece ampliamente a González.
Otra opción es que Maduro quiera replicar el mismo fraude que lo llevó a la presidencia en 2013. Ese fraude -que pude estudiar a profundidad- fue efectivo pues la brecha entre los candidatos, en un escenario de alta participación, fue muy baja. Con todo, ese fraude fue cuestionado por la Comisión Interamericana, y actualmente, está bajo el conocimiento de la Corte Interamericana. Pero en un escenario de alta participación similar al 2013, la brecha no debería ser estrecha -y el liderazgo opositor, en todo caso, tampoco actuaría como entonces-.
En suma, la reelección en un escenario de alta participación será tan fraudulento que Maduro seguirá siendo ilegítimo. Con lo cual, tampoco me parece que la estrategia sea arriesgarse y confiar en que se recuperará la legitimidad perdida en 2019.
Sherlock Holmes dice que, una vez eliminadas todas las opciones, la que queda, por improbable, es la opción correcta. Siguiendo esa máxima, creo que si Maduro está en estas condiciones no es por haberlo querido, sino porque no lo ha podido evitar. Su capacidad de fraude luce limitada. Pareciera que se gastó casi enteramente con el rechazo a la candidatura de Corina Yoris, y desde entonces, tan solo se ha mantenido en funcionamiento el aparato represor para intentar desmovilizar -logrando, quizás, lo contrario-. Así que su única opción es mantenerse y atravesar la tormenta política del 28 de julio.
Las condiciones políticas actuales son tan singulares, que sería un error predecir escenarios del 28 de julio asumiendo que las condiciones autocráticas se mantendrán iguales. De haberse mantenido iguales, Venezuela no tendría la que es considerada, por muchos, como la mejor oportunidad para avanzar en una transición.
Otro error de interpretar el 28 de julio solo como una elección más, es que se ignora que no estamos solo ante una elección presidencial. Como apunta el profesor Brewer-Carías, la actual situación se parece más a un momento constituyente, iniciado con las primarias. Tal y como he explicado en la Gran Aldea desde el 2020, en autoritarismos no-competitivos, el voto, por sí solo, es insuficiente. En 2024, en realidad, no nos enfrentamos a un electorado movilizado solo para escoger al próximo presidente, sino a los ciudadanos movilizados para liberar a la soberanía popular, secuestrada por un régimen autocrático y predatorio. De todas, esta es quizás la gran diferencia en relación con las pasadas elecciones. Y demuestra el gran cambio producido en las primarias, que me parece, algunos están ignorando.
En los análisis que interpretan al 24 de julio con lentes del 2018, también juega el sesgo de confirmación, que en cierto modo, es una variante del ceteris paribus, aderezado por un fatalismo acumulado tras más de veinte años de intentos fallidos: creer que como Maduro siempre hace trampa, hará trampa también el 28 de julio y se quedará seis años más en el poder. Pero las condiciones bajo las cuales esos fraudes se perpetraron en el pasado, son muy distintas hoy día.
Aquí entra en juego la importancia de un acuerdo político para apoyar la transición. Este acuerdo, sin tener que ofrecer una amnistía poco creíble, puede en todo caso reducir la incertidumbre asociada a la salida de la élite gobernante del poder. Estados Unidos tiene un rol importante que cumplir, en especial, si consideramos las investigaciones criminales en curso y la política de sanciones, a la cual debemos, en parte, el acuerdo de Barbados. Los esfuerzos que se han realizado en este sentido también suponen un importante cambio de circunstancias. Como abogado, puedo asegurar que entre intentar perpetrar un fraude el 28 julio, con reducida capacidad, o formalizar los acuerdos de transición, la segunda es una opción mucho más eficiente.
En resumen, si hemos llegado a una situación en la cual Maduro ha tenido que competir con una oposición unida, con un candidato unitario, y con el liderazgo de Machado basado en el movimiento ciudadano en el que se convirtieron las primarias, es por cuanto el poder autocrático ya no es tan efectivo como antes.
El futuro ya no es lo que era. Y el 28 de julio de 2024 Venezuela podrá avanzar en el camino hacia la transición democrática que cree las condiciones institucionales necesarias para reconstruir la capacidad estatal, restablecer el Estado de Derecho y superar la emergencia humanitaria compleja, siempre, desde la centralidad de los derechos humanos.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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