{"id":25325,"date":"2024-01-07T14:00:00","date_gmt":"2024-01-07T14:00:00","guid":{"rendered":"https:\/\/pendulolatino.com\/el-pianista-sin-piano-un-relato-de-miradas\/"},"modified":"2024-01-07T14:00:00","modified_gmt":"2024-01-07T14:00:00","slug":"el-pianista-sin-piano-un-relato-de-miradas","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/pendulolatino.com\/el-pianista-sin-piano-un-relato-de-miradas\/","title":{"rendered":"\u201cEl pianista sin piano\u201d, un relato de miradas"},"content":{"rendered":"

Asom\u00e1ndose a la ventana, despu\u00e9s de varios d\u00edas de modorra indiferente, la idea que tiene de s\u00ed mismo es similar a la de aquella escena de El pianista cuando miraba la calle a trav\u00e9s del cristal. Es una mezcla indefinida de angustia, incertidumbre y alienaci\u00f3n que le hace abandonarse contemplando las calles y avenidas durante horas, haciendo juicios y conjeturas estrafalarias sobre todo aquello que sus pupilas avistan. No puede evitar, pese a los intentos por ocuparse en otros asuntos, fugarse en sus cavilaciones err\u00e1ticas mientras van transcurriendo los d\u00edas indicados para la cuarentena.<\/p>\n

En mayo, una bandada de pericos viniendo del oeste atraviesa el cielo claro en direcci\u00f3n al este, los delata el alboroto que van haciendo cuando surcan por los aires como si fuese una romer\u00eda festiva; una ch\u00e1chara alborozada cronometrada por el reloj biol\u00f3gico para que cada ma\u00f1ana vuelen repitiendo la misma jornada del d\u00eda precedente. Ahora, como nunca antes, los ha venido escuchando siguiendo la ruta que les marca la br\u00fajula instintiva que los orienta en el vac\u00edo. D\u00e1ndoles un vistazo, regresa su mirada a varias personas caminando dispersas hacia una misma direcci\u00f3n, no son muchas a estas horas, dos, cuatro, quiz\u00e1s cinco, que confluyen en sus pasos viniendo desde diversos lugares de la ciudad.<\/p>\n

El rumor sordo de una planta el\u00e9ctrica llena el silencio del entorno aplacado; la electricidad se ha ido ya hace un buen rato, amaneciendo el d\u00eda, como todos recuerdan. No circulan carros, y como si fuera una pel\u00edcula de ficci\u00f3n, de aquellas que presagiaban la llegada de una amenaza global para exterminar a todo ser viviente, la calle luce sombr\u00eda, con ese tono apagado de la tristeza en la que los p\u00e1rpados se sienten tan pesados como si estuviesen cargados con plomo. Vi\u00e9ndola casi desierta, con los pocos \u00e1rboles que hay en ella tan quietos, como si tambi\u00e9n presintieran el asecho fantasmal, desde una de sus esquinas desamparadas, dos mujeres, quiz\u00e1 madre e hija, o tal vez hermanas, por ese mismo aire que las asemeja moviendo sus cuerpos avanzando deprisa sobre el asfalto, pareciendo que van esquivando subirse en las aceras, nota que se desplazan una junto a la otra sin hablarse, son \u00e1giles, delgadas como una varilla, con un soplo juvenil que les otorga una flacura desmedida; tambi\u00e9n, como aquellas otras personas, cargan sus mascarillas tap\u00e1ndoles la mitad de sus rostros. Del hombro de una de ellas, la de mayor estatura, cuelga un bolso que le llega hasta la cintura, tal vez sea para meter ah\u00ed los v\u00edveres que han de adquirir en algunos de los comercios de la zona, cabr\u00eda pensarse como simple ocurrencia.<\/p>\n

La ruta que llevan conduce al este; al otrora bullicioso andar de gentes que, a horas como estas, se encontraban ensimismadas en sus menesteres siempre apresurados; van rumbo al centro de la ciudad, suponen el hombre y la mujer del ventanal, piensa aquel trastornado pianista sin piano <\/strong>que lleva rato mir\u00e1ndoles sin que ellos se percaten.<\/p>\n

El resplandor alucinado de los primeros rayos del sol, comienza, despu\u00e9s de un breve lapso, a descargarse en\u00e9rgico sobre ellas, atac\u00e1ndolas de frente con tal fuerza que, de sus cuerpos, en gesto inusitado, in\u00fatilmente sus manos intentan protegerse del horizonte ambarino.<\/p>\n

En el otro extremo de la avenida, desde una de las edificaciones que enfrenta a la de este vig\u00eda sin piano<\/strong>, los cuerpos del hombre y su mujer llevan minutos apuntando sus semblantes hacia las dos transe\u00fantes, omitiendo inicialmente, de acuerdo con el lenguaje mudo de sus ademanes, al resto de los caminantes de la calle; luego, pocos segundos m\u00e1s tarde, los tendr\u00edan presentes en el radar de sus percepciones solitarias. Parecieran seguirlas con sus miradas \u00e1vidas de acontecimientos en la ma\u00f1ana reci\u00e9n estrenada. Para ello se esfuerzan empin\u00e1ndose en el ventanal, mientras apoy\u00e1ndose con sus manos sobre el dintel, estiran sus rostros buscando mejor perspectiva. Sus cuerpos, habl\u00e1ndose en la distancia, persiguen las dos figuras que se alejan rumbo al oriente. No cruzan palabras, se comunican a trav\u00e9s de sus gestos movi\u00e9ndose en pos de lo que observan. Tal vez no tengan nada que decirse, cavila el angustiado mir\u00f3n que los observa. \u201cLa vida est\u00e1 hecha de la mudez de nuestros gestos\u201d. Masculla, dejando escapar de su universo reflexivo la sentencia repentina.<\/p>\n

Dos tipos se acercan con algo menos deprisa a varios pasos de las caminantes que, de pronto, han girado en una de las intersecciones pr\u00f3ximas al lugar que antes le han presumido como destino final el d\u00fao de fisgones de la ventana, seg\u00fan ha conjeturado el tercer oteador que aquellos han pensado sobre ellas. M\u00e1s temprano, uno de los individuos, un tipo joven, de mediana estatura, de ropas muy anchas, ha surgido desde el flanco donde vive la pareja de curiosos que esp\u00eda a las viandantes, lo miran atravesando raudo la avenida para encontrarse con el otro de los transe\u00fantes, quien le espera impaciente en el lado opuesto de la v\u00eda, en el mismo costado donde habita el otro de los observadores fortuitos, el pianista<\/strong> fastidiado.<\/p>\n

Es un hombre, igualmente joven, seguramente contempor\u00e1neo con quien viene a su encuentro. En una ma\u00f1ana tan lerda, nada en el entorno habr\u00eda de apremiar a las personas, sin embargo, se ven impacientes, urgidas en cierto modo, quiz\u00e1s sea la ansiedad por disfrutar, aunque sea por un rato de la libertad de la calle, o muy probablemente no ser\u00eda de extra\u00f1ar sea el estrujamiento de la cuarentena, ci\u00f1\u00e9ndose inclemente sobre ellas, sin que estas tengan el modo de afrontarla adecuadamente, haci\u00e9ndoles escapar as\u00ed, atolondrados y apremiados para eludir el dardo punzante de las carencias buscando de abreviarlas.<\/p>\n

El resguardo de la vida, en este caso, tendr\u00eda, en ins\u00f3lita determinaci\u00f3n, menos relevancia que la temida enfermedad, presupone el pianista<\/strong> se han dicho los husmeadores, cuando los nota romper el silencio que hasta el momento conservaban. S\u00fabitamente han posado su atenci\u00f3n sobre los dos j\u00f3venes encontr\u00e1ndose en la calzada. Ha sido en un giro brusco, pleno del aire improvisado que impulsa los gestos humanos.<\/p>\n

Contraviniendo la orientaci\u00f3n de sus pasos, las dos mujeres han doblado a la izquierda, en la bocacalle, en posterior maniobra a un inexplicable titubeo; una vacilaci\u00f3n pasajera a partir de la cual han escogido finalmente desviarse hacia la calle transversal. La m\u00e1s baja de las dos, segundos antes, ha volteado a mirar a sus espaldas, tal vez haya percibido la presencia del par de individuos caminando detr\u00e1s de ellas, haci\u00e9ndole sentir as\u00ed una corriente de frio que fue resbal\u00e1ndole por el espinazo. Enseguida, en reacci\u00f3n impulsada por el miedo, hace un jaloneo discreto, casi imperceptible al bolso de su acompa\u00f1ante, como pretendiendo darle aviso sobre el seguimiento que les hacen. Eso ha cre\u00eddo el neurast\u00e9nico espectador que han inferido aquellos desde el ventanal.<\/p>\n

El quinto sujeto apareci\u00f3 viniendo desde el fondo de la avenida, de su extremo m\u00e1s lejano, en los l\u00edmites de ella con la otra arteria vial que se hunde hasta las riberas del lago, viene en una silla de ruedas que impulsa con una habilidad de seguro ganada en muchos a\u00f1os de fatiga. Acerc\u00e1ndose ya, pr\u00f3ximo a los j\u00f3venes que escoltan a las mujeres, observa cuando tuercen en la misma direcci\u00f3n que han tomado ellas. Igualmente, \u00e9l lo har\u00e1, sintiendo que sus brazos se le engarrotan y las manos se le acalambran. En la secuencia, todos van alej\u00e1ndose en la misma direcci\u00f3n, perdi\u00e9ndose en el tremedal de edificaciones ahora desiertas y el resto de v\u00edas que confluyen en el per\u00edmetro. Inicialmente, ninguno de ellos pensaba doblar en esa esquina, pero una vez que lo hacen, el enajenado observador supone que la pareja apostada en su mirador, se ha equivocado en sus pron\u00f3sticos. \u00c9l ha imaginado que aquellos hab\u00edan apostado sobre el grupo de diligentes caminantes, vi\u00e9ndose frente a una avenida en recta tan espl\u00e9ndidamente desolada, privada de sus obst\u00e1culos habituales, la l\u00f3gica determinaci\u00f3n de continuar sobre ella sin desviarse en ning\u00fan lado. Sin embargo, han optado por lo imprevisto, por aquello que luc\u00eda menos probable. \u201cEl futuro, aunque sea muy pr\u00f3ximo, nunca deja de ser una conjunci\u00f3n azarosa de circunstancias; una combinaci\u00f3n infinita de probabilidades sobre las cuales nadie tiene control\u201d, se le antoja pensar.<\/p>\n

Las mujeres han girado con el temor corri\u00e9ndoles por las espaldas, crey\u00e9ndose asechadas por el d\u00fao que al parecer mal intencionadamente les sigue; los j\u00f3venes, imit\u00e1ndolas, como quien remeda el paso de otro sin mostrar todav\u00eda intenci\u00f3n alguna, avanzan en silencio con la mirada puesta sobre ellas; y, el lisiado, desamparado en la soledad citadina, bracea cansado intentando secundarlos apresuradamente. Cada cual, con sus muy particulares razones, ha escogido, finalmente, su ruta, esa que ahora comparten sin hab\u00e9rselo propuesto en mancomunada determinaci\u00f3n. Los mirones del lado opuesto de la avenida, alz\u00e1ndose sobre sus pies para extender su pesquisa, en un instante los han perdido de vista. \u201c\u00a1Ya no logran divisarlos a plenitud!\u201d, exclama el pianista<\/strong> despu\u00e9s de un entrecortado suspiro. \u201cNo hay rostro que no est\u00e9 por desdibujarse como el rostro de un sue\u00f1o\u201d, escribi\u00f3 Jorge Luis Borges, recit\u00f3 de seguidas, extrayendo de su memoria aquellas palabras que alguna vez leyera. No se escuchaba a s\u00ed mismo desde hac\u00eda ya varias horas, por eso ahora su voz la notaba grave, ronca, un tanto extra\u00f1a para \u00e9l mismo; pero no era eso lo que llamaba primordialmente su atenci\u00f3n, era el hecho de asombrarse, conociendo su mala memoria para textos y canciones, que pudiera citar tan fielmente aquel extracto literario que cre\u00eda extraviado en el laberinto de sus recuerdos. Despu\u00e9s de todo, ah\u00ed continuaba archivada en alguna parte de su corteza cerebral aquella afirmaci\u00f3n borgeana, resisti\u00e9ndose tenazmente al paso del tiempo. Igualmente le hab\u00eda ocurrido durante la v\u00edspera, mientras la oscuridad de la noche se hac\u00eda con los restos de luz que quedaban de la tarde: un tropel de ni\u00f1os, corriendo por las escaleras del edificio, jugaban y gritaban ante cualquier susto que les provocaban las tinieblas encumbr\u00e1ndose. Metido con sus ojos en el misterio de la negrura, de pronto se acordaba de los a\u00f1os de su primera infancia. Hab\u00eda, entonces, en el lugar donde viv\u00eda, en uno de los solares contiguos, un barco abandonado, escorado extra\u00f1amente en tierra, donde los muchachos del barrio jugaban a los piratas durante las tardes, permaneciendo en \u00e9l hasta cuando los rayos del sol comenzaban a ocultarse para dar paso a la penumbra que r\u00e1pidamente se encimaba, sal\u00edan, entonces, corriendo despavoridos, temiendo a la aparici\u00f3n de todos aquellos fantasmas que poblaban la imaginaci\u00f3n infantil. \u201cTodo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso\u201d. Se dijo inusitadamente, salt\u00e1ndole aquella expresi\u00f3n de Borges, desde el fondo mismo de esos instantes pre\u00f1ados de recuerdos.<\/p>\n

Cuando el hombre se ha afincado sobre sus pies para extender la mirada, su mujer lo ha seguido con igual gesto, examinan la avenida buscando entre los transe\u00fantes a la persona que aguardan, aquella que desde hace rato esperan, como cada d\u00eda lo hacen comenzada la cuarentena. No es por supuesto ninguna de las que esmeradamente sigue el pianista<\/strong>. En alg\u00fan momento, el sujeto ha levantado su rostro, acompa\u00f1\u00e1ndolo de un ligero adem\u00e1n con una de sus manos; la mujer, al instante, le ha comentado su parecer, quiz\u00e1s alguna idea cualquiera relativa a lo que les convoca esta ma\u00f1ana en el balc\u00f3n. Justo, entonces, el pianista sin piano <\/strong>los ha percibido, los ha pescado en su embelesado inter\u00e9s sobre los viandantes. \u201cVan tras ellas, ahora, cuando nadie m\u00e1s est\u00e1 en la calle\u201d, ha pensado \u00e9l, que ambos se confiesan.<\/p>\n

Los dos individuos aceleran su paso, y, a pocos metros, como si en efecto quisieran abordar a las mujeres que, igualmente, apuran su marcha, entonces, ya muy cerca de ellas, el hombre de la silla de ruedas realiza un embalaje vigoroso para acortar la distancia con ellos. Enseguida, en esfuerzo conjunto al de su recia musculatura superior, un chiflido en\u00e9rgico sale de sus labios, venciendo la protecci\u00f3n de tela sobre su boca, para llamar la atenci\u00f3n de las cuatro personas delante de \u00e9l. De inmediato voltean a mirarlo. Las mujeres respiran hondo, como soltando aliviadas un pesar, y los presuntos aspirantes de pillos, sorprendidos, desaceleran su marcha hasta casi detenerse. El lisiado, levantando una de sus manos, les hace se\u00f1as, persuadi\u00e9ndoles de pausar su ritmo mientras va aproxim\u00e1ndoseles. \u201cLas ha salvado el hombre de la silla de ruedas\u201d, piensa el excitado vig\u00eda, acogi\u00e9ndose al razonamiento que, seg\u00fan \u00e9l, habr\u00edan hecho desde enfrente el d\u00fao de fisgones que ahora ya no pueden ver.<\/p>\n

El par de sujetos, convencidos de la mejor intuici\u00f3n de las mujeres para encontrar lugares de suministros en una ciudad desierta, han preferido pisarles los talones antes que improvisar azorados por otras rutas. Por su parte, el hombre de la silla de ruedas, conocedor del vientre laber\u00edntico de la ciudad, sin hab\u00e9rselo planteado inicialmente, decide seguirlos, sin otra excusa que hacerse acompa\u00f1ar durante el tramo restante camino al centro de la ciudad. Sin embargo, entre las sombras de las dudas, quedar\u00e1n siempre las sospechas sobre las verdaderas intenciones que a todos han animado. Ni siquiera el narrador de esta historia se atrever\u00eda a confirmar la autenticidad de las que se han inferido.<\/p>\n

Poco despu\u00e9s, los residentes del edificio de enfrente, la ansiosa pareja de hace un rato, se retirar\u00e1 del ventanal frustrada en su espera de todos los d\u00edas, y los viandantes fortuitos de la ma\u00f1ana continuar\u00e1n su marcha por unas calles solitarias. \u201cLas personas estamos llenas de \u00faltimos momentos, quiz\u00e1s, en muchos casos, simplemente seamos el eco de ellas lo que se percibe\u201d. Dice finalmente, el pianista<\/strong>sin piano<\/strong>, cansado de vivir otras vidas, dejando ahora que sean ellas quienes vivan las suyas.<\/p>\n

FIN<\/p>\n

La opini\u00f3n emitida en este espacio refleja \u00fanicamente la de su autor y no compromete la l\u00ednea editorial de La Gran Aldea.<\/p>\n","protected":false},"excerpt":{"rendered":"

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