El periodista cubano, obligado a salir de su país luego de vivir persecución, interrogatorios y prisión domiciliaria, habla desde su exilio en España, donde cuenta cómo la represión que vivió en la isla lo convirtió en otra persona. El escritor lidia con la nostalgia de volver, pero limita sus expectativas. Dice que las calles de Cuba están vacías y que cualquier rasgo de resistencia fue aniquilado luego de las protestas de 2021. Venezuela, para él, es un espejo de esa realidad
Foto de portada: Germán Aranda
El periodista Abraham Jiménez Enoa (La Habana, 1988) cofundó El Estornudo, la primera revista cubana independiente dedicada al periodismo narrativo. Hacer periodismo independiente en Cuba le costó interrogatorios, vigilancia de sus comunicaciones privadas y la relación con su familia. Le costó también la alegría y lo convirtió en otra persona.
Jiménez Enoa creció en una familia cercana al Partido Comunista de Cuba, tan cercana que su abuelo fue el guardaespaldas de Fidel Castro y el Che Guevara. La noción del país que creía conocer se desmoronó cuando entró a la universidad, a partir de allí comenzó a cuestionarse todo. Para el periodista no hay un momento específico que le haya hecho ver que vivía en un país no libre, dice que ha sido un proceso.
El escritor se vio obligado a abandonar Cuba en 2022 a raíz del continuo hostigamiento de las autoridades por su trabajo periodístico. Desde entonces vive en Barcelona, España. Sus columnas ya no son escritas desde un lugar con limitaciones donde hay un malecón, ahora describen lo violento y abrumador que ha sido “aterrizar en el mundo”; un mundo donde hay publicidad, donde hay montones de tiendas, un mundo en el que puede elegir qué jugo tomar.
En Cuba, Abraham vio cómo uno de sus vecinos fue preso por tener una antena parabólica para ver fútbol. Presenció cómo tener medios de comunicación independientes o hacer periodismo independiente podían ser razones suficientes para que te persiguieran y te encarcelaran. En Cuba todo es del Partido Comunista y todo lo que se salga de esa marcada regla, es sospechoso.
También vio cómo la Seguridad del Estado interrogó a un hombre solo por ser su amigo, padeció más de una vez arrestos domiciliarios. La Seguridad del Estado le prohibió salir del país. Le pinchó sus teléfonos y le cortó el Internet. Todas esas acciones hicieron mella en el periodista.
En esta entrevista que concedió a TalCual el 26 de agosto cuenta cómo ha sido vivir bajo la sombra de un sistema que lo controla todo y las secuelas que este ha dejado en su día a día. Venezuela, para él, es un espejo de esa realidad.
—¿Cómo fue crecer en Cuba? ¿Cómo recuerdas tu infancia?
— La verdad la recuerdo con mucha alegría y mucha felicidad, en ese momento uno no tiene conciencia de lo que es el mundo, más allá de tus circunstancias, que son tus vecinos y tu barrio, incluso me da como mucha nostalgia y envidia en mi presente cuando miro ese pasado, cuando no tenía ese conocimiento, es como una virginidad que uno adora… pensar que la vida es jugar con un palo y una pelota de trapo, o cuando uno disfrutaba los apagones para poder jugar a los escondidos en el barrio.
Claro, uno no sabía de dónde salía la comida que te daban tus padres, uno no se preocupaba por la libertad de expresión, ni el resto de los derechos, ni siquiera sabías qué era un derecho, entonces yo crecí en un ambiente de escasez y carestía, donde era sumamente feliz. Pero era feliz justamente por la falta de conocimiento, porque era un niño, creo que eso es primordial, para nada me arrepiento, de hecho yo creo que estoy muy orgulloso de haber vivido esa infancia, creo que es parte de lo que soy hoy, ahí se gestaron muchas cosas, como es la solidaridad; parte de lo empático que puedo llegar a ser nació de allí. Yo creo que Cuba es un país que pese a todo tiene un poder de interacción que eso nadie lo puede quitar.
—¿Tenías familiares afuera, la migración era parte de tu cotidianidad?
— Cuando fui creciendo (la migración) se fue volviendo más cotidiana, pero no al interior de mi familia. Mi familia era sumamente atípica en Cuba. En Cuba todo el mundo tiene un pariente fuera, un padre, un hermano, yo siempre asistía a todos esos cuentos como un espectador. La mayoría de mi familia son militares o del Partido Comunista, eso puede que haya condicionado a la familia, no vivía nadie en el extranjero, puntualmente mi tío que era diplomático, eso era lo que yo podía alegar de tener una referencia fuera de Cuba, de hecho yo fui el primero de mi familia que salió del país en 2022. Recién se fue un tío y más nadie.
—¿Sentiste racismo en la isla, eso alguna vez fue un problema?
— Sí viví racismo, el racismo es también una sensación, por decirlo de otra manera, más allá de que es un crimen, pero que uno va aprendiendo a convivir y ha detectarlo. En Cuba al final hay mucho más racismo, pero es más estructural, todo está diseñado para que los negros no lleguen a ninguna parte, un país sumamente mezclado, pero en el poder no hay nadie negro, en las universidades menos del 10% son negros, en la calle los policías le piden el carnet de identidad a los negros, pero esa situación no escala más allá, al menos en mi experiencia.
Pero nunca viví ninguna expresión verbal explícita y quizás esa es la diferencia con el racismo que he vivido en Europa, que es estructural también y a la vez es explícito. Es muy raro el día que no me pase nada, que yo no detecte una conversación, algo, porque es una cosa sistémica y traspasa la estructura, a diferencia de lo que pasa en Cuba, llega y te toca en la realidad.
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—¿Cuándo te diste cuenta de que vivías en un país no libre? ¿Cómo fue aceptar eso?
— No podría decir un momento específico, yo vivía en un ambiente sumamente apegado al régimen y de alguna manera empecé a cambiar mi manera de ver el país cuando entré a la universidad. El intentar hacer periodismo me cambió la mirada y ese cambio de mirada me hizo ver el país y cuestionarme todo, desde mi familia hasta todo lo que sucedía en el día a día.
Pero no hay un momento puntual, hay muchos parteaguas, pero no podría escoger uno, creo que es un proceso. Uno va diciendo… bueno esto no está bien, esto que acaba de suceder es raro, aquí se les fue la mano, hasta que dices: esto es un régimen totalmente autoritario y dictatorial.
Cuando el periodista comenzó a ser hostigado por su trabajo, su abuela le dijo que ese era el precio por traicionar a la familia. Tras un interrogatorio de 15 horas, la conversación fue manipulada y publicada. Las imágenes llegaron a todas las casas. Su abuela no le respondió las llamadas, ni le permitió que fuera a visitarla. Meses después cuando le tocó salir al exilio, no pudo despedirse de ella.
—¿Hubo algo que te faltó conocer o comer en Cuba, qué cosas estaban prohibidas?
— Cuba es un país sumamente atípico. Muchas veces se mete en el mismo saco a Cuba, Nicaragua y Venezuela y tienen muchísimos puntos en común, pero creo que tienen muchísimas diferencias los tres y básicamente la diferencia con Cuba es que, en Nicaragua y Venezuela había Internet, había de alguna manera acceso a unos bienes que en Cuba tú no podías. Hasta la altura de 2013 uno pudo tener pasaporte, en 2008 fue que nosotros pudimos entrar por primera vez a los hoteles y a algunas playas de nuestro país.
El país cambió mucho cuando Fidel Castro se enfermó y le cedió el poder a Raúl Castro. Raúl hizo unas reformas que le permitieron a la gente comprarse un celular, pero estoy hablando de 2018. Antes no podías viajar y no podías tener una casa. Todo eso cambió.
Durante mucho tiempo uno se sintió que estaba dejando de asistir a un modo de vida y a la vida en general, era como vivir en una especie de aldea y bueno tuvimos Internet a finales de 2015, pero ¿en qué condiciones? en la calle, dos horas de Internet costaban dos dólares, en un momento donde el salario básico de los cubanos era de 30 dólares al mes. Uno siempre va por detrás y acceder a las cosas básicas de la vida, que puede ser la información o bañarte en una piscina de un hotel, ya era algo muy grande.
—¿Cómo era preservar algo de alegría y de autonomía en un país donde diariamente ocurren atrocidades?
— Yo no tenía conciencia de esto en ese momento, pero ahora que la perdí (la alegría) casi toda, es decir, empiezo por el final. Me di cuenta que ahora soy totalmente otra persona, que de alguna manera el músculo de la alegría se me atrofió justamente por todo lo que viví, por las secuelas que me quedan de mi vida en Cuba, siento que nadie calcula lo que puede llegar a generar y a engendrar en la vida particular y microscópica de una persona un régimen de este tipo.
Yo era una persona totalmente alegre, sociable, me encantaban los grupos, pero poco a poco fui perdiendo todo eso. Hoy soy una persona totalmente huraña, triste, absolutamente deprimida. Una persona que se lo piensa para salir y quedar con alguien, una persona que se ha quedado absolutamente sola. Todo se quebró, todo el mundo cogió su camino, no me apetece y estoy quebrado. No me interesa, me duele y me cuesta.
Te inoculan el miedo, la paranoia, la sensación de vulnerabilidad, obviamente tu salud mental se deteriora a extremos, donde uno pierde la fuerza para vivir, te empieza a costar desde abrir los ojos a las ocho de la mañana, hasta ir y comer un pedazo de pan, leer. Nadie tiene esa conciencia de lo que puede generar, de cómo eso estaba haciendo mella en mí.
Me he dado cuenta porque soy absolutamente otra persona, pero en ese momento yo no pude luchar porque no tenía conciencia de ello y porque era un bombardeo sin cesar y no pude luchar por salvar esa persona que era yo. Tengo que hablar en pasado porque esa persona ya se murió.
Durante su vida en la isla, en una ocasión el periodista se presentó a las autoridades tras una citación y allí lo desnudaron, lo esposaron, lo obligaron a la fuerza a tener la cabeza dentro de sus pies sin saber a dónde lo llevaban. En el camino le daban vueltas en U en el auto y le preguntaban en tono de burla si se había mareado. Al terminar el recorrido se lo llevaron a la sede de la Seguridad del Estado a un interrogatorio que duró 15 horas.
“Ese fue el día probablemente que más odié al régimen cubano y fue el día probablemente que más temí por mi vida”, relató durante un discurso en 15ª Cumbre Anual de Ginebra sobre Derechos Humanos y Democracia el 17 de mayo de 2023.
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— ¿Cómo llevas ese dolor, el dolor de la patria, duele menos luego de más de dos años afuera?
— Cuando salí de Cuba hace dos años y medio, ni siquiera fue una cosa intencional, fue lo que me pidió mi cuerpo, no quise saber nada de Cuba. No quería leer de Cuba, no quería relacionarme con cubanos. En Barcelona hay montones de cubanos y yo no quería ver a nadie.
Durante más de un año no vi a nadie, quedaban los grupos de cubanos en el exilio y yo no iba. No quería saber nada de ese país, no quería escuchar su música y era una cosa súper ingrata porque el país no tiene la culpa, pero tu cuerpo responde de una manera. Fue la manera que encontró mi cuerpo para curarse de todas esas heridas.
Pasado ya dos años y medio, de pronto en casa sonó una canción y empecé a llorar, una canción que no tenía nada que ver, pero era una canción cubana.
Un día que quedé para unas cervezas con un amigo que había acabado de ir a Cuba y contó que si el malecón, que si la pobreza y ahí se me prendió un poco la conexión con mi país y a partir de allí he retomado todo: escuchar música cubana, volver a interesarme sobre mi país, pero es una relación rarísima de amor y odio absoluto.
Me he vuelto una especie de outsider, de alguna manera no me he ido del periodismo, pero incluso dentro del periodismo me he vuelto un electrón libre, que no pertenece a ningún lugar, pero todo eso no son decisiones, es una manera de protegerme.
Pero hoy tengo más nostalgia, tengo más ganas de visitar a mi país, a mi familia, pero yo no lo puedo hacer, entonces también mi propia cabeza controla esos sentimientos, de alguna manera dice: bueno pero si tú no puedes ir, déjame matizar estas ganas, porque tú no puedes regresar allí. Es bastante fría esa relación.
Pero de pronto puedo ir a un concierto o de pronto toca una banda cubana o alguien dice algo de Cuba o veo una bandera cubana y eso me produce una alegría y una emoción que yo nunca antes había vivido y de pronto digo: bueno pero esta cosa tan cursi que yo estoy viviendo aquí qué cosa es. Son cosas que uno nunca esperó vivir, pero por otro lado también me da como mucho asco, mucho dolor la situación sin solución a corto y mediano plazo.
Me duele mucho sobre todo la realidad nicaragüense, la venezolana que se parecen tanto. Cuba está como en las cenizas, hasta las protestas de 2021 porque nos aniquilaron. Ustedes (en Venezuela) están como más vivos, pero de alguna manera los veo a ustedes y nos veo a nosotros, es como una especie de espejo; eso también me afecta, es difícil, es duro y lo voy viviendo con lo que me vaya mandando mi cuerpo la verdad.
—¿Qué cosas te dices sobre la posibilidad, esa certeza de que nada vaya a cambiar en Cuba?
— Soy bastante pesimista, pero soy pesimista porque en el periodismo la objetividad no existe, pero creo que como persona hay que ser objetivo ante las decisiones que uno toma, soy objetivo en no hacerme ilusiones con Cuba, no hay nada que a mí me haga pensar que algo vaya a cambiar en los próximos cinco años, en 10 creo que quizás podría pasar algo al fin, entonces le bajo a las expectativas y lo hago también porque de alguna manera estoy viviendo un exilio, que es distinto al de otra persona que se puede ir por problemas económicos o por lo que sea, pero a mí me echaron, entonces como yo no puedo regresar también tengo que matizar esas sensaciones.
—¿Cómo ves a la resistencia cubana hoy con tantos artistas detenidos?
— Eso está muerto. Cuando llegó el Internet en 2015 hubo el empoderamiento de toda la ciudadanía, no solo los periodistas, los artistas y activistas, luego las protestas fueron en 2021. Ese lustro digamos fue como el sello, una guerra civil y la batalla de esa guerra civil fueron esas protestas y los más de 1.500 presos políticos, todos los que nos tuvimos que ir al exilio y los que no están en el exilio están presos, entonces de alguna manera es como haber perdido una guerra.
Ahora mismo las calles de Cuba están vacías, casi no hay periodistas, casi no hay activistas, entonces dentro -que es donde se puede generar la verdadera influencia- en mi opinión porque sí, el exilio y todo y desde afuera tú puedes gritar todo lo que quieras, pero no va a entrar un grito allá adentro, no hay nada que haga pensar que se vaya a generar un cambio a corto plazo.
—¿Es fácil comunicarte con tu familia, tienen Internet?
— Sí eso ya está solucionado, ya hay Internet, es caro para la vida allá, pero sí todos los días pudiéramos hablar.
—¿La música cubana duele al escucharla, te pasa eso cuando escuchas música hecha en Cuba?
—Antes no, pero ahora sí. Ahora todo lo que escucho tiene el matiz de mi vida y de lo que yo pienso, el día que lloré que fue como el despertar de esa nostalgia dos años después, era una canción que no tenía nada que ver con tema político, era una canción normal que no decía nada, pero me conectó con el sonido, con mi vida en Cuba y me rompió.
Soy otra persona, una persona rota, y ahora a mí me pueden poner la salsa más alegre del mundo y a mí me va a sonar a una marcha fúnebre. Creo que también mucha de la música internacional e importante que se ha hecho en Cuba la han hecho músicos que han sufrido cosas parecidas o que las han hecho incluso en el exilio, entonces la banda sonora cubana, es una banda sonora sentida, porque incluso la que está hecha a favor de la revolución, que yo la escucho hoy los fines de semana en mi casa y le cambio el doble sentido y la puedo hacer mía, son letras también de batalla, como que no hay término medio, como que es un país que ha estado todo el tiempo en fuego cruzado.
Abraham Jiménez Enoa ganó el premio Libertad de Prensa Internacional del Comité para la Protección de Periodistas (CPJ), el Sigma Delta Chi Awards de The Society of Professional Journalists y el de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP). Es columnista en The Washington Post. Ha publicado reportajes y artículos de opinión en The New York Times, BBC World, Al Jazeera, Vice News, El País y Revista Gatopardo, entre otros medios. Es autor de los libros La isla oculta (2023) y Aterrizar en el mundo (2024) por la editorial Libros del K.O.
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