Iniciamos un año con la fuerza de la esperanza, con el peso de lo vivido y con la disposición a continuar una lucha que nos implica en lo personal, en lo familiar, en lo comunitario. No es fácil nombrar la realidad, interpretarla, y vernos en ella como actores que llevamos adelante un complejo proceso de acompañamiento y facilitación de la libertad. Vivir, sentir, la comunidad, estar ahí comporta un enorme desafío.
¿Con qué nos encontramos en las comunidades pobres de un país que tiene un sistema político que doblega y frena el bienestar? Una pregunta compleja que amerita una mirada aguda y profunda, ¿qué hay ahí?, ¿quiénes están ahí?, ¿de qué vida se trata? De eso hemos venido hablando durante estos años, ésta es la realidad que investigamos en el Centro de Investigaciones Populares. El nombre de esta columna se lo debemos a lo que hacemos y comprendemos. “En la venezolanidad convivial” todo un mundo se despliega ante nosotros.
En Venezuela lo único que está perdido es el Gobierno, sus signos son: pobreza, mentira, exclusión, injusticia e intervención en las dinámicas societales-comunitarias para romperlas por dentro. Estas son las prácticas que animan a sistemas con vocación totalitaria, el mal reposa en su naturaleza. Estos regímenes llegan al momento en el que están incapacitados para ver la realidad, se manejan por imposturas, todo se filtra a través de la ideología. Ellos están perdidos, esa es una de las caras de la moneda, el poder de la mentira hecho sistema.
La otra cara somos todos los demás, la mayoría, que vivimos en un mismo país, obligados a padecer su proyecto, su mentira, su dominio. Somos todos los demás. Es decir, la generalidad, porque ellos representan la minoría. Hasta ahora hemos resistido y esta resistencia reside en nuestra verdad, en nuestra cultura, en nuestra identidad, en la venezolanidad. Retomando, recordando, teniendo como clave hermenéutica, volvemos a Alejandro Moreno y su gran hallazgo, el homo convivalis, definición antropológica del pueblo venezolano. Reconocido como raíz, ofrece una gran posibilidad de interpretación en estos tiempos de oscuridad.
“No solo tenemos ciudadanos y ciudadanía, sino que lo somos a pesar del Estado”
Ahora, el poder reside en quienes tienen el valor de pervivir, de sobreponerse a las estructuras de dominio, de replegarse y protegerse en sus propias definiciones culturales, el solo hecho de poder reconocerlo y pronunciarlo de ese modo, es advertir un mundo de posibilidades. No tenemos Estado, no tenemos garantías, no tenemos derechos, pero sí tenemos ciudadanos. Somos una sociedad solidaria que tiene en contra el Estado, este último vela por sus intereses y ha procurado eliminar la libre asociación, los derechos, la ciudadanía. ¿Lo ha logrado?
Los signos que se desprenden de nuestras investigaciones dicen claramente que no. Cuando hablan de caos, de ausencia de ciudadanía, de endoso de la responsabilidad de la ausencia o falla del Estado, una de las afirmaciones recurrentes es esta: “Venezuela tiene un gran déficit de ciudadanía. Nos hemos ido desnormativizando. La ciudadanía tiene que ver con la construcción del bien común, conocimiento de deberes -que hay que cumplir- y derechos -que hay que defender”.
Esta afirmación siempre me ha interpelado, no importa quién la diga, está ahí, en el ambiente, en el juicio y prejuicio, en las interpretaciones que se hacen desde el afuera, en las observaciones de o sobre el pueblo, no desde el pueblo. Cuando la escucho o leo, resuena en mí aquella frase de Bartolomé de las Casas: “¿y si fuéramos indios?”. ¿Y si yo fuera barrio o comunidad?, ¿qué tal si la percepción la hiciéramos desde dentro?
Desde nuestras investigaciones situadas en el mundo popular, en él, desde él, insertos e implicados en las comunidades, no vemos déficit de ciudadanía, nos encontramos con comunidades que viven y construyen el bien común, están en el bien común renovado por una cultura de la convivencia, por un convive, por ese homo convivalis. No es perfección, ni idealización, es una posibilidad entre tantas posibilidades de construir comunidad de convivencia.
Para nosotros y desde nuestros hallazgos, quien falló fue el Estado, no la sociedad, no las comunidades. No solo tenemos ciudadanos y ciudadanía, sino que lo somos a pesar del Estado. La garantía de los derechos es el Estado y el garante del cumplimiento de los deberes es el Estado, pero no hay, lo que tenemos es la pura arbitrariedad y, sin embargo, seguimos siendo una comunidad que funciona.
En palabras de Norberto Bobbio, en “El futuro de la democracia” (1984), nos plantea: “La ciudadanía es la condición de miembro de una comunidad política, con los derechos y deberes que de tal condición se derivan”. Primero es la condición de pertenencia, por tanto la ciudadanía es origen y sentido, y luego se establecen deberes y derechos. Es interesante y oportuna esta afirmación del autor mencionado.
La verdad es que, a pesar del caos impuesto por el Estado, la gente sigue líneas de convivencia, se sabe desprotegido y busca la protección de los cercanos, de la familia, del vecino, de la comunidad o huye en una migración sin precedentes. A estas alturas deberíamos tener un país inviable, totalmente anárquico, caótico, anómalo, y no lo tenemos. Tenemos sí un Estado fallido, autoritario, arbitrario.
Se nos presenta una gran diferencia entre el Estado y la sociedad, no es una distinción novedosa, solo que, en nuestro caso, por tratarse de un Estado autoritario, no-democrático, éste no es la consecuencia lógica de la sociedad, sobrevino, se impuso, su poder dejó de tener su origen en el pueblo, se independizó de él y hoy se impone sin auctoritas, solo desde la coacción.
Nos preocupa que se siga interpretando que la falencia está en la sociedad, en la comunidad, en la persona y no en el Estado o en el sistema o en el régimen que se impone. Pensamos que un buen punto de partida es reconocernos ciudadanos, comunidad de convivencia que ha sido capaz de resistir y sobreponerse a la dominación.
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*Profesora Titular de la Universidad Central de Venezuela. Investigadora del Centro de Investigaciones Populares.
@mirlamargarita
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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Esta es una traducción de El Tiempo Latino. Puedes leer el artículo original en Factcheck.org. Escrito…