Un vistazo del tarjetón electoral que ha divulgado el CNE es suficiente para enterarse de las negaciones y las tergiversaciones impuestas por la dictadura para la carrera presidencial que está en sus vísperas. Es el álbum entrañable de la parentela chavista, la muestra de un elenco cuidadosamente escogido para evitar el ejercicio de la democracia; la exhibición de una galería en cuyo marco solo puede figurar un grupo de personas permitidas por la autoridad, y en el que no cabe la imagen de los políticos que ella considera indeseables. Si alguien busca un resumen sencillo de las presiones y las irregularidades que preceden a la consulta electoral, para satisfacer la curiosidad le basta con pasearse por el menú de los comestibles políticos que está obligado a consumir por órdenes superiores.
El tarjetón es el museo de Nicolás Maduro. Su regia efigie se repite en todos los espacios, con una insistencia abrumadora que no puede disimular la presencia de unos rivales aparentes. No está sola, en efecto, pero esos adalides a quienes se ha concedido la licencia de pulular alrededor del hegemón comicial aparecen en calidad de relleno, como compañía para disimular la tendencia unilateral de una puesta en escena que necesitaba la parodia de una contradicción. ¿Por qué? Debido a que esos caballeros no cuentan con respaldo popular, en la generalidad de los casos. A muchos de ellos los precede un arrebatón, es decir, la existencia artificial de unas banderías confiscadas a sus titulares gracias a artimañas judiciales. Algunos también se postularon debido al tamaño de las agallas de sus abanderados, pues nadie sabe de la existencia de un mínimo caudal de votantes como aval que permita participar sin rubor en un evento de cuño republicano.
Maduro y su comparsa, el ventrílocuo y sus muñecos, el patrón y sus secuaces, el cirquero y sus dóciles enanos, en suma. Si les parece exagerada o tendenciosa la descripción, pueden certificarla recordando cómo se han dedicado ellos a atacar a los partidos de oposición sin hacer siquiera vuelos rasantes sobre las tropelías de la dictadura. O su tránsito excesivamente reciente en los negocios públicos, que apenas han llevado a cabo en repertorios de vodevil.
Unos individuos sin trayectoria susceptible de atención, sin méritos en el terreno del servicio público que de buenas a primeras se consideren con credenciales para ocupar la primera magistratura del país, a simple vista prueban que están subidos de lote, o que ciertos intereses les han concedido protagonismo después de inflarles el currículum y el bolsillo. Las encuestas, aun las más complacientes y sospechosas, también funcionan como evidencia de la afirmación, pero allí están esos gladiadores de juguete, esos soldaditos de plomo, de lo más orondos en la cartulina coloreada que están estrenando.
Hay más lunares en la hechura del tarjetón, aunque parezca imposible después de conocer la vista gorda de sus primeras complacencias. Lo que fue largueza con los compinches, se volvió tacañería y hermetismo a la hora de permitir la inscripción de candidatos que representaran de veras a partidos o intereses de oposición. Como se sabe, el CNE se negó a recibir o gestionar la inscripción de nominados que no fueran del agrado del dictador. Todo sin apego a la legalidad, en medio de una arbitrariedad digna del mayor repudio. Lo que ejecutó entonces el organismo electoral fue, sin posibilidad de duda, un plan de forajidos. Aparte de una manifestación de misoginia, debido a que bochó la posibilidad de que una mujer se inscribiera como candidata. Una mujer prudente y competente, además, para que el lector calcule el miedo que producen a los portavoces del madurismo unas faldas bien llevadas.
Supongo que el detalle debe interesar a las fuerzas civilizatorias de nuestros días, burladas en forma olímpica para que solo tengamos una galería masculina de candidatos presidenciales. En consecuencia, también se verá en el tarjetón una yunta entre machismo y autoritarismo, o entre anacronismo y prejuicios.
Pero lo más llamativo de la fragua del cromo fue lo que se ha pregonado como una excepción, la candidatura de un político que no se puede comparar sin faltas de respeto con la camada de cómplices de la que ya se habló. A última hora y sin el respaldo de la plataforma unitaria, minutos antes de terminar la carrera de inscripción y sin que nadie apostara por la posibilidad de su inclusión, ni porque él manifestara expresamente interés por aparecer en la lista, ni porque así lo quisieran los rivales estelares de la dictadura, fue aceptada por el CNE la incorporación del nombre del gobernador de Zulia como contrincante de Maduro.
Lo inesperado del movimiento y la conformidad con el trámite sin las trabas que lo caracterizaban no indica que la decencia y la verticalidad vinieran a purificar el proceso, a conducirlo de la desconfianza rampante a cierto tipo de seguridad, sino solo a complicarlo. En lugar de sugerir un camino más seguro para las fuerzas fundamentales de la oposición, las apresuró a buscar una salida de emergencia después de manifestar señales de malestar que no han desaparecido.
Ahora el tarjetón electoral exhibe una nueva efigie, sin aliviar la carga de sus pecados originales y sin que la figura central del museo tema por su predominio. Seguramente sus autores piensen que todavía es un tarjetón madurista hasta la médula.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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