La oportunidad de estar en la frontera Colombo-Venezolana, observando la actuación de las autoridades ante los viajeros que regresan desde otros países latinoamericanos, es un momento propicio para notar algunos detalles de la actuación de los custodios de la nación. Para quienes están de vueltaa la patria, esos personajes, junto a los del Seniat, representan la primera cara del recibimiento otorgado por su país. Se nos evoca la antigua película dirigida por William Hal Ashby, protagonizada por Jane Fonda, Bruce Dern y John Voight. Regreso sin Gloria (Coming Home) se encuentra en la lista de producciones cinematográficas contrarias a la guerra de Vietnam, y que apoyaron ideológicamente a los pacifistas hippies en su lucha a favor de la paz.
La trama comienza con la partida del capitán de Marines (Bruce Dern), rumbo a Vietnam. “Solo deseaba ser un puto héroe”, dirá el personaje a su regreso, herido en una pierna, con estrés postraumático e informado de la infidelidad de su esposa, Jane Fonda. Un perdedor uniformado que recibe una medalla por su valor en combate, pero debe enfrentar la humillación de los cuernos de su amada. Ella tuvo una noche de amor terapéutico con un sargento renegado y parapléjico. Mientras el capitán luchaba por la patria, (en su versión imperialista), su esposa fornicaba con un sargento. No podía ser. ¡Ni siquiera lo hizo con un oficial de mayor rango!
Durante la ausencia del oficial de Marines, la esposa trabajó como voluntaria en un hospital de veteranos. Espacio ideal para observar los resultados de aquella tonta guerra: mutilados, traumatizados, enloquecidos con síndrome de abstinencia a la heroína o el opio. Encontrar argumentos lógicos contra una guerra en un hospital receptor de sus víctimas, es como ofrecer agua en el desierto, como catequizar entre enfermos terminales. Es como realizar una encuesta sobre el valor del perdón entre los asistentes a un funeral.
Aunque se desvanece la utilidad atribuible al acto de despojar del honor y la gloria a un soldado que ofrendó su integridad física por su patria, el tremendo éxito de la filmografía contra la guerra de Vietnam se reflejó en la consagración de una narrativa que privilegia la paz como valor superior, ridiculiza el patriotismo como argumento para justificar la guerra y la existencia de las Fuerzas Armadas. También convirtieron en brutos delirantes a quienes defienden el orden o las razones de Estado. El patriotismo quedó entrampado entre su conveniencia como núcleo integrador de lo nacional y la percepción como antigüedad con hedor a naftalina. La inconveniencia de la guerra y la supremacía del amor, no dejan lugar a dudas en un hospital lleno de lisiados, no por la patria sino por imbéciles creyentes en tal quimera.
Esta narrativa consagrada hasta nuestros días, está en la base de la sublimación del caos de estos tiempos, la detestación del orden, embutido en el mismo saco de la represión y el descrédito de toda autoridad que recuerde los deberes del sujeto para con su país de origen. El hippismo es, con todas sus letras, una acabada expresión de la contracultura. La burla del orden y el culto a la irreverencia, alcanzaron su clímax con Forrest Gump. Se intentó demostrar que hasta un idiota cercano puede realizar hazañas en un ambiente bélico. El patriotismo no contradice la idiotez. Así de banal e inútil es la autoridad emanada de las Fuerzas Armadas.
¿Y cómo nos afecta este bocadillo a los del Sur? Nos guste o no, vivimos la atmósfera de la Cultura Occidental, y en esta, los gringos tienen suficiente influencia. Nosotros, más astutos que los del norte aprovechamos los contenidos del pacifismo hippie con otros estándares. Así, por ejemplo, mientras condenábamos a rabiar la guerra en Vietnam y rendíamos culto al Tío Ho Chi Minh, también aplaudíamos con igual intensidad la propuesta Guevarista: “crear, dos, tres…muchos Vietnam”. Un pacifismo tan hipócrita que se congració con los ataques guerreristas de Cuba en territorio venezolano. Hay invasiones buenas y otras muy malas.
El Regreso sin Gloria de los venezolanos se produce en medio de un inmenso vacío existencial. Ninguno se fue con la pretensión de Bruce Dern, regresar como “un puto héroe”. Se fueron hastiados de un país normal, solo en apariencia. Se fueron despreciados y ahora regresan bajo sospecha. La otra alternativa es acogerse a la Misión Vuelta a la Patria: volver convertido en ficha propagandística de los mismos causantes de la diáspora. No vienen lisiados físicamente, pero muestran las heridas del fracaso.
No sirve de consuelo que los de uniforme, los custodios de la patria, tampoco alcanzaron la gloria. En caso contrario, no actuarían como hienas al acecho, reforzados con caninos mal entrenados. Someten a los viajeros a humillantes e interminables requisas. No una. Dos, tres, cuatro veces en igual cantidad de alcabalas para un recorrido no mayor de 25 kilómetros. ¡Pobres! Los que siguen hasta Caracas, con cientos de retenes regados por territorio patrio.
¿Cómo podría ser un regreso glorioso para el venezolano que partió huyendo del hambre? Algo pudimos escuchar mientras estuvimos en el transporte. La mayoría volvía apenas con el pasaje, otros lo hacían para echar un vistazo y devolverse. Pero sí había quien previamente envió remesas para terminar la casa, o para amoblarla. Conocedores de las requisas, con ahorros a buen resguardo, lo intentarían de nuevo en su patria. Ahora falta saber, si al reencontrarse con el ser amado, lo asalta la información de alguna noche de amor terapéutico, prodigado a una tercera persona.
A decir verdad, la gloria, entendida como “reputación, fama y honor extraordinarios, resultados de las buenas acciones y grandes cualidades de una persona”, no es lo que podríamos exhibir los tripulantes de un viejo transporte colectivo. Yulimar Rojas no venía con nosotros. Y hasta podríamos advertir sobre quienes sí alcanzan tal fama y honor: ¡No regresarán a la Venezuela actual! A menos que tales marcas coincidan con el interés revolucionario. Una paradoja inquietante se muestra en esta lógica implacable. Mientras mayor reputación, fama y honor se logren en el exterior, menor es la posibilidad del retorno. Visto a la inversa, también podríamos afirmar que, mientras mayor sea el desprestigio, descrédito y el deshonor, mayor es la probabilidad de regresar deportado y glorificado al llegar.
La gloria del patriota y el soldado conservan un núcleo religioso, infaustamente denostado en nuestra cultura hippie ultramoderna. Esto remite a la gloria (del tonto) quien entregó su vida por la patria y alcanzó “el estado de bienaventuranza en el cielo… por la contemplación de Dios”. Sí hemos tenido oficiales que han pretendido ser “putos héroes”, como el capitán de Marines ya mencionado. Desafortunadamente, no regresarán o nunca pudieron salir y permanecen en las mazmorras de la tiranía a la espera de ser glorificados. Mientras el autobús avanza hacia la próxima alcabala, se me ocurre pensar que los triunfadores de la película venezolana, los herederos del Tío Ho, de Fidel y el Che, insisten en buscar su glorificación en los morrales de los venezolanos que regresan sin gloria, sin noción de patria y sin los verdes que fueron a buscar.
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