Creemos que elegimos a quién amar. Que el amor llega como un rayo, que se siente mágico, místico, inevitable. Pero detrás de la pasión, el compromiso y las mariposas en el estómago, hay una realidad muchisimo más concreta: el amor es, ante todo, química. Y, en parte, evolución.
Desde las feromonas hasta los neurotransmisores, pasando por los estilos de apego y los hábitos de convivencia, la ciencia tiene mucho que decir sobre por qué nos enamoramos… y por qué algunas parejas duran décadas mientras otras apenas sobreviven al primer año.
La antropóloga Helen Fisher, una de las expertas más reconocidas en neurobiología del amor, lo explica así: el amor no es solo una emoción, sino una herramienta evolutiva.
“El objetivo del amor romántico, biológicamente hablando, es generar un vínculo lo suficientemente fuerte como para criar hijos juntos.”
Todo comienza con señales químicas. Por ejemplo, estudios han demostrado que los hombres tienden a sentirse más atraídos hacia el olor corporal de mujeres que se encuentran en su fase ovulatoria, ya que su cuerpo reconoce —de forma inconsciente— que están en su momento más fértil.
Este «detonante» inicial abre paso a una reaccón en cadena dentro del cerebro:
Dopamina, que genera placer y motivación.Oxitocina, que fortalece el vínculo emocional.Vasopresina, vinculada con la fidelidad y el apego.
El resultado: una conexión tan intensa que puede parecer una adicción. De hecho, los escáneres cerebrales muestran que el cerebro de una persona enamorada se activa en las mismas zonas que una persona bajo los efectos de ciertas drogas.
Más allá de la química cerebral, nuestras relaciones están profundamente influenciadas por nuestros estilos de apego: patrones emocionales que se forman en la infancia y que guían cómo nos relacionamos en la adultez.
Existen cuatro estilos principales:
Seguro,Ansioso,Evitativo,y Desorganizado.
Cuando estos estilos se combinan en una pareja, pueden harmonizar… o generar conflicto. Esa sensación de que “tu pareja te calma” o, por el contrario, “te desestabiliza emocionalmente” tiene una base neurológica real.
Con el tiempo, si la relación es sólida y estable, la fase de enamoramiento da paso a una conexión más profunda: el amor compasivo, que ya no depende del cóctel químico inicial, sino de una decisión consciente de cuidado mutuo.
El famoso Love Lab de la Universidad de Washington, liderado por John Gottman, ha estudiado durante más de 15 años la dinámica de pareja. Su conclusión es asombrosa:
“Podemos predecir con un 90% de precisión si una pareja durará o se separará, solo observando unos minutos de su interacción.”
La clave, según Gottman, está en una proporción mágica: Por cada interacción negativa, debe haber al menos cinco positivas. Estas pueden ser gestos, palabras amables, humor compartido o actos de apoyo cotidiano. El desprecio, las críticas constantes o el lenguaje corporal cerrado son, en cambio, predictores confiables de ruptura.
No necesariamente. El mismo equipo del Love Lab realizó resonancias magnéticas a parejas que llevaban más de 21 años casadas, y descubrió que sus cerebros seguían activando las áreas asociadas al enamoramiento inicial, con una alta presencia de dopamina.
El amor romántico puede transformarse, pero no tiene por que desaparecer. Si se cultiva con presencia, respeto y comunicación, puede durar tanto como la pareja quiera sostenerlo.
El amor es una danza entre el cuerpo y la mente. Es instinto, pero también elección. Es química, pero también construcción. Saber cómo funciona no le quita magia, al contrario: nos da herramientas para amar mejor, más consciente y más libremente.
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