Días de debates acalorados y extensos. En uno de ellos alguien dijo: “Es hora de que dejemos de hacer política hablándole a las gradas”. Esta frase me llevó a un asunto sobre el que he venido pensando desde hace un tiempo: la mimetización autocrática de algunos sectores de la oposición. En este artículo, profundizaré sobre este fenómeno que se ha visto en otras latitudes y hoy cristaliza en nuestro país.
Para comenzar, reflexionemos sobre la política y el poder. Hay dos tipos de políticos según su concepción del poder. Unos, lo ven como un fin en sí mismo y asumen que su vocación solo tiene sentido si está asociada a una posición de dominio. Mi padre, también político, usa un refrán para describirlos: “Matan a la madre para ir a una fiesta de huérfanos” ¡Me encanta este refrán! Los dibuja como son; para ellos, todo vale cuando se trata de llegar al poder.
Otros, entendemos que el poder es un medio, no un fin. Es un instrumento para servir al bien común y, por lo tanto, los frutos de nuestra vocación no están asociados a un espacio de poder concreto, sino a nuestra capacidad para servir desde dónde estemos. Tenemos vocación de poder, pero luchamos para que nuestra ambición no pueda más que los principios que rigen nuestras vidas. Por eso, en nuestro caso, hay líneas rojas que luchamos por no cruzar.
Veamos ahora la lógica del poder: ¿Cómo se llega al poder? En democracia, el voto ciudadano es la fuente del poder real y formal. Por eso, dedicamos gran parte de nuestro tiempo haciendo campaña. Si alguien quiere llegar a una posición concreta de poder, debe ganarse la voluntad de la gente. Eso es liderar; se trata de guiar y nutrir a la opinión pública para ganar el consentimiento de los ciudadanos. Es sencillo: si usted quiere ser electo, debe escuchar y hablarle a las gradas.
En dictadura, funciona de otra manera. Cuando muere la libertad, la fuente de poder formal es el régimen. Las gradas están silenciadas y maltratadas; se les ha arrebatado su derecho a elegir. Por eso, quienes secuestran el poder son sus administradores y lo distribuyen en migajas con el único propósito de fortalecer su posición de dominación. En esta lógica autocrática, las gradas no son fuente de poder formal y por eso, habrá quienes piensen que no vale la pena hablarles o escucharlas.
Ahora, vayamos a fondo del asunto; hablemos sobre la mimetización autocrática de algunos sectores de la oposición. Ocurre lo siguiente. Después del triunfo ciudadano del 28 de julio, el régimen y su barbarie han querido que creamos que tienen el poder y que no lo van a soltar. Punto. Quieren lucir inamovibles.
«¿Esa es la manera sutil de pedirnos que pasemos la página? ¿Nos piden que entremos en esa dinámica autocrática que se olvida de la gente? «
Este envilecimiento es cruel y nos confronta a todos. Lógicamente, nos preguntarnos: ¿Cómo luchar? ¿Cómo hacer política? ¿Cómo resistir? ¿Cómo avanzar en estas condiciones? Caminar en esta tierra de sombras es exigente. Y el problema empeora cuando tomamos conciencia de los riesgos que corremos, cuando entendemos que no hay respuestas sencillas y cuando internalizamos que no hay certeza de triunfo inmediato…
Ahora, aunque esta realidad autocrática nos confronta a todos, no todos la padecemos o la enfrentamos por igual. Hay diferencias de todo tenor, pero creo que la fundamental refiere a la concepción que cada uno tiene del poder y a las acciones que de ahí se derivan. Son diferencias profundas y existenciales, asociadas a valores trascendentes. Diferencias que el régimen tiene perfectamente calibradas y que alimenta con especial audacia.
El régimen aprendió que las divisiones de la oposición impulsadas por dinero no pagan bien. El alacranato de 2020 fracasó; no lograron ser creíbles. Prontamente, el país y la comunidad internacional los identificó como impostores; no lograron diluir el voto opositor. Por eso, el régimen se vio obligado a cambiar su estrategia.
La división a la que apuesta Nicolás Maduro en 2024 es distinta; no se apalanca solamente en el dinero, si no en las aspiraciones y las agendas personales. El régimen busca a la mimetización autocrática de algunos sectores de la oposición para superar así el vacío de legitimidad que le dejó el 28 de julio.
Para ello, se acerca a quienes se han sentido desplazados por el nuevo liderazgo que emergió a partir de las primarias y acude al resentimiento para tejer alianzas circunstanciales. Por eso, vemos a políticos opositores que interactúan en redes de manera amable y cordial con voceras del régimen; escuchamos declaraciones que resaltan las bondades de las reformas de las leyes electorales; vemos a supuestos activistas anunciando con rimbombancia una gira por Europa para llevar un mensaje de “paz” que se fundamenta en un relato alejado de la realidad y solo beneficia a la dictadura; y, lo que es más llamativo y preocupante, cristalizan coincidencias precisas entre la narrativa del régimen y estos actores.
El objetivo del régimen es quebrar a la oposición de adentro hacia afuera. Ya han dado los primeros pasos. Las declaraciones estridentes y las acusaciones sin fundamento que se han publicado con ligereza en medios digitales de cierto prestigo, han desatado campañas de desprestigio en contra de algunos opositores -entre las que me incluyo. Estas acusaciones no son casuales; están animadas por el régimen y forman parte de una estrategia muy bien pensada de mimetización autocrática.
El régimen necesita de la cooperación de esas voces para dividirnos y crear una oposición leal y creíble que les permita ir llenando el vacío de legitimidad que dejó el 28 de julio. Los necesitan para simular interacción democrática, para fingir una negociación chucuta, para aparentar unas elecciones legislativas… los necesitan para reequilibrar en el poder.
Por eso, nos piden que no les hablemos a las gradas y yo me pregunto: ¿A quién le vamos a hablar? ¿Al régimen? ¿Esa es la manera sutil de pedirnos que pasemos la página? ¿Nos piden que entremos en esa dinámica autocrática que se olvida de la gente? Pero, ¿Qué hacemos con los venezolanos que no pueden pasar la página? ¿Qué hacemos con los perseguidos? ¿Qué hacemos con los presos? ¿Qué hacemos con los muertos? ¿Qué hacemos con las niñas que han violado? ¿Qué hacemos con los empresarios que han quebrado? ¿Qué hacemos con este país que sufre y quiere ser mejor? Señores, el país no quiere pasar la página y yo tampoco. Conmigo no cuenten para ese propósito.
Con esta idea termino: cuando se tiene al poder como finalidad única del ejercicio de la política, se acude con pleitesía y adulación a quien lo puede dar. Y, en esta dictadura feroz, por ahora, el poder formal lo dará quien lo secuestra. Por eso, frente a la amenaza de una oposición leal, debemos fortalecer a la oposición real. Aquella que será recordada por su firmeza y su entereza… quienes nunca nos negamos a hablarle a las a las gradas.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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