A Carlos Prosperi le brillaban los ojos de emoción al hablarle a Nicolás Maduro en la reunión del 16 de julio en Miraflores. Allí no era el aspirante de Acción Democrática que proponía recuperar al país de la “tragedia”, que denunciaba obras inconclusas y abogaba por la “verdadera” unidad de la oposición. Nada de eso. Entregado ya al oficialismo, a Prosperi se le veía feliz formando parte del entorno del poder real y hasta radiante y juguetón al plantearle a su candidato un futuro partido de basket porque –para su sorpresa- resulta que él y Maduro son casi de la misma altura…
Detrás de este episodio de adulación, de chiquillada casi, se esconde algo que merece atención porque lo que se está organizando va más allá de dos tipos estrellando balones en una cancha.
Lo que se concretó ese día, en medio de las genuflexiones de rigor, es eso que ya empezaron a llamar “gobierno de unidad nacional” y cuya verdadera pretensión es terminar de barrer con el liderazgo de la oposición democrática y sus interlocutores en cualquier futuro proceso de negociación en el caso de que Nicolás Maduro resulte ganador –por la vía que sea- en las elecciones del 28 de julio.
Por eso un tipo como Prosperi –que ya fuera de la verdadera AD sólo representa a sus intereses particulares- le pide a Maduro que después del 28 convoque a ese “gobierno de unidad nacional” en el que aspira a tener un espacio. Una pretensión que seguramente es compartida con el resto de los microcandidatos que juegan a ser opositores y con los seis alcaldes de Táchira, Anzoátegui, Cojedes y Guárico que participaron en el encuentro en Miraflores en su nueva condición de “independientes con Maduro”.
Ese mismo día lo anunció Jorge Rodríguez: el 29 de julio el Presidente convocará a un diálogo “por Venezuela”.
«Confiado en que el tiempo siempre juega a su favor, el gobierno ha ido apretando las tuercas –la lista es larga y va desde el secuestro de partidos, hasta la persecución judicial que ya conocemos- para minar la unidad»
“Ya es tiempo de que nos acerquemos”, les dijo Rodríguez: “Podemos avanzar en consensos, podemos confluir en propuestas comunes”.
Y el propio Maduro oficializó el asunto: los invitó al mismo salón el lunes 29 de julio, a mediodía, “porque firmaré el decreto para convocar al gran diálogo nacional, diálogo económico, cultural, social, político, inclusivo”. Una promesa, por cierto, que ya ha tenido ensayos en el pasado.
Obviamente este llamado excluye a la Unidad Democrática. Y claro que jamás se plantearía incluir a las fuerzas que hoy le disputan la presidencia y a las que constantemente se caracteriza como “golpistas”, “extremas”, “radicales” pese a que hayan demostrado su compromiso absoluto con la ruta electoral.
Confiado en que el tiempo siempre juega a su favor, el gobierno ha ido apretando las tuercas –la lista es larga y va desde el secuestro de partidos, hasta la persecución judicial que ya conocemos- para minar la unidad y la fortaleza del liderazgo opositor en beneficio de un sector menos beligerante, más acomodaticio, más obediente. Aliado, a fin de cuentas. Y por supuesto que la eventualidad de derrotar en los comicios a la dupla Machado-González, sería el momento estelar para avanzar en ese reemplazo que aporte al apaciguamiento y a la resignación y que sirva también como muestra de “amplitud” ante ojos foráneos.
Pero, ¿quién puede pensar que un gobierno que ha sido capaz de utilizar a todas sus instituciones para apresar de forma arbitraria e irregular a más de 100 personas solo por colaborar con la campaña de Edmundo González, que ha sido capaz de cerrar un humilde puesto de venta de arepas y empanadas, de romper calles y obstaculizar vías y de librar boletas de captura contra parte de la directiva de Vente, de verdad estaría interesado en un “diálogo nacional”?
Solo el oportunismo de gente sin otro futuro político podría explicar eso que vimos en Miraflores el 16 de julio: un minúsculo grupo con la ambición de una pequeña parcela cerca del poder.
Esa es la “oposición” que desde hace tiempo quiere construir Maduro para exhibirla ante el mundo que lo cuestiona. Y Prosperi, con sus ojitos brillosos y su sonrisa cómplice, es el rostro de esta nueva fase de ese proyecto Frankenstein.
Pero la realidad está ahí y hace falta mucho más que unas caras embobadas por promesas vanas para intentar ocultar lo inocultable. Por supuesto que gane quien gane habrá que hacer una y muchas mesas de diálogo, de negociaciones, de encontrar vías para seguir adelante y encontrar maneras de que el país funcione para el bien de todos. De todos, no de una pandillita de oportunistas ya formateados para su uso y desecho.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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