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Propietarios, desvergüenza y bien común

Cuando comienza el proceso de la Independencia, en 1811, Miguel José  Sanz escribe sobre la trascendencia de los propietarios en el proyecto de gobierno que da sus primeros pasos. Son la clave del destino nacional, afirma en el Semanario de Caracas, porque son los que más pueden perder en un futuro borrascoso. Los que no tienen ni siquiera una vaca deben abstenerse de funciones públicas, proclama. Tampoco pueden hablar en las tribunas porque no se juegan sus intereses en la contienda, ni manejan argumentos procedentes de los caudales que los acreditan como interesados en la marcha de la sociedad. Son parte de una popularis multitude que no tiene vela en el entierro, insiste el licenciado Sanz.

Estamos ante uno de los primeros argumentos de estirpe liberal que conocen los lectores venezolanos, pero que evoluciona a través del tiempo hasta llegar a la proclamación del sufragio universal y de la representatividad popular como fundamento de las repúblicas modernas.

Se muestra ahora un vínculo entre propiedad y libertad, o entre propiedad e interés colectivo y propiedad e ilustración, con  larga carrera desde el siglo XVIII y con seguidores y prosélitos hasta nuestros días, estelarizados por Elon Musk en su papel de pontífice de la política universal debido al éxito que ha tenido en la multiplicación de su riqueza. ¿No es credencial suficiente para iluminar el regreso de Trump a la Casa Blanca y para guiar con su brújula a la humanidad?

Como idea contra el predominio de las aristocracias de sangre azul y contra la continuación de las monarquías absolutas no estamos ante una trivialidad, debido a que encuentra fundamento en el predominio de los más aptos para el ejercicio de funciones relacionadas con el bien común.

La aptitud no proviene del entendimiento de las necesidades sociales, reza lo más elemental de la teoría, sino de cómo usted ha solucionado las urgencias suyas hasta adquirir una pericia irrebatible para aliviar las carencias ajenas. No parece sencillo pelear con la idea que presenta a los propietarios como abanderados de la felicidad de los pueblos porque sería iniciar una contienda con figuras tan imponente como Locke, o como el mismo entrañable licenciado Sanz, y porque no está descaminada. Sin embargo, conviene llamar la atención sobre cómo no la representan, o cómo la niegan del todo, ciertos propietarios venezolanos que destacan en su papel de compañeros de viaje de la dictadura que hoy nos llena de dolores y miserias.

Hasta en el rol de negar la validez de una idea que ha logrado asiento en la cultura occidental, y que ha reforzado su fuelle después del derrumbe de las autocracias comunistas, destacan ciertos propietarios venezolanos, ciertos poseedores de riqueza que hacen de muletas de la autocracia madurista.

Me refiero a individuos como el presidente de la Bolsa de Valores de Caracas y como el presidente de Conindustria, quienes se vuelven  ciegos ante las aberraciones del oficialismo para presentarse sin remilgos como sus entusiastas valedores.

Así se han exhibido en recientes entrevistas en las cuales han prodigado una irresponsabilidad social que clama al cielo y que ni siquiera produjo la reacción del alelado periodista que los dejaba proclamar su indiferencia sin una tos de interrupción. Quizá no estemos ante el descarrío de dos representantes de organizaciones empresariales, sino frente a cómo se han adquirido y multiplicado las propiedades y las riquezas en Venezuela desde el establecimiento de la industria petrolera. ¿Acaso no han dependido de las gracias gubernamentales, de un esfuerzo que es apenas mediano o menos riesgoso que en otras latitudes debido a los favores obtenidos de los controladores del producto del subsuelo, o a concesiones que mejor metemos bajo la alfombra?

Hay que pensar sin prisas sobre esta elocuente peculiaridad.

De acuerdo con la versión ofrecida por los entrevistados, el cuidado y el aumento de la propiedad es un tema de incumbencia particular que no tiene una relación necesaria con el resto de la sociedad. La sociedad puede irse al demonio mientras se ponderan los intereses de los afiliados a sus gremios, en los cuales se sintetiza de manera exclusiva y excluyente el trabajo de quienes los representan.

Si el gobierno conspira contra el bienestar de las mayorías, o las atropella sin freno ni pudor, se está ante un detalle político que no incumbe a quienes miran únicamente por el bienestar de la gente de su mismo origen y oficio. Si ellos están bien debido a sus vínculos con las figuras del régimen, su misión queda cumplida con creces. Mientras apuntalan un nexo con los que tienen la sartén por el mango, consideran que cumplen cabalmente su misión de líderes empresariales. Solo se deben a ese tipo de misión y se enorgullecen de hacer el trabajo hasta la perfección.

Más todavía. Aspiran, en el caso del señor de Conindustria, a que el  regreso de Trump a la Casa Blanca conduzca al alivio o a la eliminación de las sanciones de Estados Unidos contra el gobierno de Venezuela porque no perjudican al oficialismo, afirma, sino al pueblo. Eso acaba de decir después de enterarse del colapso republicano en el norte. El pueblo en el discurso por primera vez en primer plano, estimados lectores, para buscar el oxígeno que necesita una dictadura cada vez más acorralada por sus errores políticos y económicos.

Piensa, de seguro, que también un poco de ese aire fresco beneficiará a sus afiliados, pero que, para no parecer un cómplice demasiado descarado, un acólito sin antifaz, debe referirse a los intereses colectivos en una frase sobre cuya amplitud se puede dudar por la estrechez que ha caracterizado a la reflexión desde sus inicios, porque ha tenido un objetivo descaradamente parcial que no tiene manera de ocultar.

Estamos ante un tema relacionado con el bien común que no puede pasar inadvertido, o sobre el cual debe levantarse la voz cuando la sociedad se ha pronunciado enfáticamente sobre la necesidad de un cambio inmediato de régimen y de vida en general. Pero parecen temas que no les importan a los afiliados de la Bolsa de Valores de Caracas y de Conindustria, si juzgamos por la vista gorda en la que se han deleitado sus directivos en un par de entrevistas escandalosas que no tocan a la dictadura ni con el pétalo de una rosa.

Para ellos el menoscabo de la sociedad y la bonanza de sus bolsillos van por rutas separadas. Para ellos basta con el cuidado de ciertos inventarios, mientras las miserias materiales y morales   crecen y se multiplican. Eso no importa. Así de sencillo. Para ellos no hay bien común debido a que solo interesa la dicha pigmea de un puñado de propietarios. Ni siquiera han pensado por un momento en la popularis multitude que subestimaba el licenciado Sanz, pero que en nuestros días da lecciones de entereza cívica que ellos no pueden captar en su desvergüenza.

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